José Antonio Ritoré, exdirector de Change.org: «Lo que ha hecho Juan Carlos Quer no es lo normal»

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Fue director de Change.org durante cinco años, y dice que de todas las campañas que ha visto, la más curiosa diría que es la de un grupo de padres que consiguió que el colegio no cambiara el chándal de un año para otro

03 oct 2023 . Actualizado a las 10:51 h.

José Antonio Ritoré (Madrid, 1977) ha acompañado durante cinco años a decenas de ciudadanos anónimos que han cambiado leyes y agitado los despachos del poder. Fue director de Change.org entre el 2015 y el 2020, una de las etapas con más movimiento de la plataforma. «En aquellos años España era el país con más porcentaje de población usando Change. España siempre ha sido muy activista, responde de una forma increíble», señala Ritoré, que acaba de publicar Egoísmo del bueno, un rotundo alegato a favor del altruismo. En el libro ofrece claves, ideas e historias inspiradoras como la de Anna González, una esteticista de la Seu d'Urgell, que logró algo que está al alcance de muy pocos: reformar el Código Penal; la de Juan Carlos Quer, padre de Diana, que afrontó y gestionó una de las mayores campañas de movilización ciudadana que ha habido nunca en nuestro país; la de Carlos San Juan que, con su campaña Soy mayor, no idiota, acabó obligando a los bancos a mejorar su protocolo de atención a los mayores, una reivindicación que el Gobierno hizo suya y que sirvió para poner en marcha la tramitación de una ley de defensa al cliente; o la de Paloma Pastor, una ingeniera que tuvo que dejar su carrera profesional cuando sus dos hijos adoptados en la India estuvieron al borde de la muerte. 

—¿Ser egoísta tiene su lado bueno?

—Hay un tipo de egoísmo que se activa cuando nos dedicamos a los demás, y de forma casi automática físicamente nos sentimos bien. Hay algo que nos invita a repetir ese acto de altruismo, que a veces son acciones gigantes como cambiar una ley, y otras, supercotidianas, como ayudar a alguien con la barrera de un párking. Hay un factor en el altruismo, que está muy conectado con el egoísmo, hay teorías científicas que lo explican.

 —¿Nos proporciona un bienestar a muchos niveles?

—Sobre todo emocional. Muchas veces, al menos a las personas que yo he conocido, las ganas de ayudar les vienen de una tragedia, de que se sienten indignadas con algo que les ha pasado o a alguien cercano, o empatizan con el sufrimiento de otros, y ese, generalmente, es el disparador de las personas con las que hablo en el libro. Cuando se dan cuenta de los beneficios que les provoca a ellos mismos esa ayuda a los demás, lo convierten en un hábito y les cuesta mucho renunciar. Es el ejemplo de Paloma Pastor. Su hijo tuvo un accidente, estuvo a punto de morir, hizo una campaña para conseguir neurorehabilitación para los niños de 6 a 16 años, que no existía en la Comunidad de Madrid, y dice que ahora ya lo hace porque lo necesita. De eso saben más los psicólogos, pero ese beneficio emocional se acaba traduciendo en físico.

 —Y en esas circunstancias, pienso en Juan Carlos Quer, por ejemplo, ¿uno está como para tirar del carro?

—Depende mucho de la persona, lo normal no es eso. Lo normal es meterse en una habitación y llorar, y no querer salir. Él contó que volviendo de Galicia hizo un pacto con Diana, y decidió que aquello tenía que servir para algo. Muchas veces necesitamos encontrar el sentido a esas grandes tragedias. Y el para qué de Juan Carlos era tratar de evitar que se repitiera, y se centró en conseguir que no se derogara la prisión permanente revisable. Es consciente de que dentro de unos años hará el duelo clásico por la muerte de Diana: la negación, la rabia, el enfado y la aceptación. Los pasos habituales cuando sufres una tragedia, y que son los que vivimos el 99 % de los ciudadanos. Pero hay gente como Juan Carlos o como Anna González (que consiguió cambiar el Código Penal), que de pronto encuentran una energía excepcional para darle sentido a su tragedia.

—¿Y esa «victoria» con sus iniciativas calma el dolor?

—Ellos dicen que, más que calmar el dolor, les da una razón para seguir viviendo. Cuando estuve en Change.org me di cuenta con otras personas de que sentir ese cariño social, ver que hay muchas personas que conectan contigo y tu causa, es algo que te alivia.

 —Un pensamiento supergeneroso el «no quiero que le pase a otra persona», pero también entendería que en ese momento se encerraran en sí mismos.

—Son personas únicas, que tienen una fortaleza especial, y que al mismo tiempo, en el caso de Anna, por ejemplo, reunió a muchas otras familias con historias parecidas, que la apoyaban, iban a las manifestaciones, a las entregas de firmas, pero no se sentían con fuerza de ser protagonistas, de hablar con los medios... Es totalmente legítimo, aunque a la mayoría nos parezca imposible.

 —Pero hay que llegar ahí.

—Está claro, los casos de Anna, Juan Carlos, Paloma... son excepcionales, pero la realidad es que son ciudadanos como tú o como yo. Es cierto que cuando conoces sus biografías hay cierta pasión ya desde jóvenes por la justicia social, cierta rebeldía, cierto inconformismo... Unos talentos y actitudes, que están en muchos de nosotros, y que, hasta que no nos vemos en una situación como esa, no se activan.

 —Has visto miles de campañas, unas funcionan y otras, no, ¿cuál es la clave?

—Hay tres claves: el factor humano; el momento, la oportunidad social, política, etcétera; y que lo que tú propongas sea muy concreto y muy tangible. Pero de las tres, el factor humano es diferencial.

 —¿Empatizamos con causas que creemos que nos pueden afectar?

—Sí. Hay veces que conectas instintivamente con una persona en lo más cotidiano, con padres y madres del cole, con amigos, e, igual que en la política, en el activismo empatizas también con personas que tienen una capacidad de conectar, de transmitir esa paz, esos valores..., y hay otras con las que no conectamos nada. El carisma, el liderazgo social, alguien que es capaz de hablar y que la gente escuche, y se movilice, en el activismo es fundamental.

 —La petición de Juan Carlos Quer es la más firmada en la historia de España.

—En España, las grandes tragedias, como la de Marta del Castillo, generan unas olas de solidaridad gigantes. En este caso, veías a Diana, a Valeria, y decías: «Podía ser mi hija, mi hermana, mi padre, mi madre...». En ellos se vieron muchas familias españolas. Y el eco de los medios fue muy importante, a un nivel que, en ese momento, no habíamos visto nunca. La historia estaba en todas partes.

 —Las firmas que se recogen no tienen valor legal para cambiar una ley, ¿cómo se traduce ese apoyo masivo?

—En España tenemos las Iniciativas Legislativas Populares, que son el instrumento jurídico del que disponemos para canalizar oficialmente la participación ciudadana en causa, pero que se ha demostrado muy ineficaz en toda la democracia, porque es muy difícil cumplir los requisitos (más de 500.000 firmas en un período de tiempo muy concreto... ) y, al final, eso durante mucho tiempo solo ha estado al alcance de asociaciones con cierta estructura. Un ciudadano anónimo nunca se lo ha podido permitir, pero las firmas en las plataformas te permiten romper esa barrera, conseguir el apoyo de mucha gente de manera muy rápida, aunque no tienen el respaldo legal. Pero, normalmente las personas que han conseguido todos esos apoyos, y que han conseguido que los medios hablen de ellos, consiguen también llamar la atención de los políticos, y suelen terminar entregando las firmas y negociando con el político, institución o empresa, que son los que pueden cambiar algo.

 —Es el caso de la petición de Juan Carlos.

—Claro, consiguió reuniones con la mayoría de los grupos parlamentarios en el Congreso, les explicó su postura, que estaba muy clara y que ya estaba mostrando en los medios de comunicación, y fue consiguiendo el apoyo de diferentes partidos políticos.

 —¿Cuándo tienes las suficientes firmas para reunirte con los políticos?

—Dependiendo del momento, de la urgencia, hay políticos que se han reunido con 20.000 firmas, y otras veces, necesitas 500.000. Normalmente los ciudadanos contactan con los políticos al inicio de la campaña, lo que pasa es que ellos hasta que no sienten una verdadera presión social no escuchan. Esa reunión sería la victoria, el cierre perfecto a una campaña, ya sea con un grupo parlamentario o en el colegio de tus hijos, que se sienten contigo a negociar y estén dispuestos a aceptar lo que les propones, pero el porcentaje de campañas que lo consiguen es muy bajo.

 —¿Y cuando uno consigue su objetivo, qué?

—Hay de todo, Paloma sigue en ello, lo ha convertido en su leitmotiv, tiene una fundación y su trabajo diario tiene que ver con ayudar a familias cuyos hijos han sufrido daño cerebral; Anna ha desconectado, su vida no tiene que ver con el activismo social, sintió que cumplió su misión, su promesa a Óscar (su marido), aunque ella misma lo dice: «Ese gusanillo nunca desaparece», vete tú a saber si se le pone otra causa delante y decide abrazarla; Carlos San Juan está deseando que la campaña llegue a su fin porque está cansado, tiene párkinson, y le gustaría entregar el testigo; y Juan Carlos Quer tuvo su momento, y sigue con su vida, como hacen la mayoría, pero hace tiempo que no hablo con él.

 —De todas las peticiones que has visto, ¿cuál es la que más te ha sorprendido?

—En temas de educación ha habido muchas campañas, por ejemplo, una para la racionalización de los deberes, un debate que puso encima de la mesa Eva Bailén allá por el 2015-2016. Pero hubo una en concreto muy interesante: padres y madres que se movilizaron para pedirle al colegio que de un año para otro no cambiaran el uniforme de gimnasia porque les costaba dinero. La firmaron 300, prácticamente todos los padres del colegio, que finalmente decidió dar marcha atrás. Hay muchas cosas micro, que tienen impactos en la vida de las personas. Otra, en el mundo de la cultura, sobre el estreno de Los juegos del hambre, una saga de películas, y el estreno de una de ellas coincidía con el de Ocho apellidos vascos, así que la distribuidora decidió moverlo porque pensaba que no iba a tener éxito. Pero Los juegos del hambre tiene una comunidad de fans muy grande, que presionó para que, aunque no estrenaran a nivel masivo, lo hicieran de manera localizada porque era un día simbólico, y les hicieron caso.

 —«Si quieres cambiar el mundo, empieza por hacer la cama»

—Es una frase de un almirante de los EE.UU., y me parece un símbolo, yo lo he llevado a mi vida personal. Cuando he tenido mis pérdidas, mi divorcio, muertes de personas muy queridas... empezar el día haciendo esa pequeña tarea, aunque solo sea estirar el edredón y ahuecar las almohadas, te invita a hacer más.