
No se arrepiente de no haberlo tenido antes, asegura, ya que dice que no lo hubiera vivido con la misma alegría y tranquilidad que tiene ahora
15 nov 2023 . Actualizado a las 19:13 h.Puede sonar un poco raro, pero lo cierto es que María le debe a su vecina su maternidad. Así, sin rodeos. El deseo siempre lo tuvo, la idea de ser madre estaba clara, pero, por circunstancias, lo fue posponiendo durante años y años. Es más, asegura que desde la primera vez que se informó sobre el proceso hasta que por fin se lanzó pudieron pasar perfectamente 15 primaveras.
Su primer acercamiento fue con la intención de congelar los óvulos. Su idea de tener un hijo en pareja todavía estaba muy viva. Pero le dijeron que estaba complicado, incluso le hablaron de la donación. «Si lo quería hacer con mis óvulos, lo tenía que hacer ya. Era hacer el tratamiento y tener al niño. Yo viajaba muchísimo, trabajaba en obra, y encima vivía en Madrid. Además, yo siempre he querido tener una familia, me refiero a que yo quería un padre, no es que lo quisiera tener sola, y decidí que no era el momento», cuenta María que en aquel momento «tenía treinta y pocos».
El tema quedó en la recámara durante años hasta que se mudó a Sevilla, hace unos ocho. Visitó otra clínica, pero tampoco se decidió. Hace tres años, en una revisión rutinaria la ginecóloga, incluso, le llegó a sacar el tema sin que ella preguntara, pero tampoco prendió. Sin embargo, con la llegada de la pandemia, estrechó lazos con sus vecinos, y conoció a Silvia, que estaba criando a su hija Clara en solitario, y su ejemplo fue el detonante que la impulsó a dar el paso. «Mi miedo era si yo iba a ser capaz de tener un hijo sola, de cuidarlo, de tirar para delante, pero vi que ella podía, y me decía: ‘No es fácil, pero poder se puede'». Meses después, Silvia sabía que el tema seguía rondándole por la cabeza, y fue más tajante. «Dices que ya descartaste lo del niño, pero en realidad sigues dándole vueltas, así que, con la edad que tienes, una de dos: o tomas una decisión o te olvidas del tema, pero no puedes seguir así», recuerda María sobre lo que le dijo su vecina, que fue definitivo. En diciembre del 2020 decidió que era el momento de ser madre. Tenía 46 años.
Dice que se lo puso muy fácil a los médicos, porque si algo tenía claro es que «iba a ser in vitro y con todo donado». Recuerda que le propusieron intentarlo con sus óvulos, porque todas las pruebas daban bien, pero ella se negó.
«Yo iba a hacer dos intentos, ninguno más, porque ya tenía una edad, y no me iba a volver loca, porque, al final, te llegan un montón de casos, con cosas que pasan, y no. El ginecólogo me decía: ‘Todas llegáis igual', y yo que no, que lo tengo muy claro», explica. No hizo falta el segundo intento. A la primera se quedó. Fue un embarazo muy bueno, lo único malo: «Que yo no quería estar embarazada», señala María. «Para mí no era la mayor alegría del mundo, yo solo quería tener a mi hijo. No es que lo pasara mal, me molestaban las piernas, tenía un hormigueo constante, y era incómodo, pero fue bueno. La única ‘complicación' fue en el último trimestre, que la prueba del azúcar me salió regular, y me controlaron un poquito más, pero no por la edad, fue más por el azúcar que otra cosa».
El 4 de diciembre del 2021 nació Bosco, dos semanas antes de lo previsto, ya que en una revisión vieron que el líquido amniótico había disminuido considerablemente, y el bebé, a pesar de estar perfectamente, no estaba ganando peso, así que decidieron provocárselo. «Tengo una foto de cuando nació, y mi cara lo dice todo. Repetiría una y mil veces». ¿Te lo planteas?, le pregunto inmediatamente. «No, porque acabo de hacer 48. Si lo hubiera hecho más joven, sí».
Hablando de la edad, María confiesa que no se arrepiente de haberlo tenido más joven, porque ni lo habría disfrutado, ni cree que Bosco hubiera crecido siendo un niño tan feliz como lo es a día de hoy. «Yo lo he pasado muy mal, por temas de ansiedad, y creo que no hubiera vivido igual la maternidad, ni de broma. Si tú no estás bien, él tampoco puede estarlo. Bosco es un niño feliz, por lo menos es la sensación que yo tengo, y antes no le hubiera podido transmitir ni esa felicidad ni esa tranquilidad que sí le transmito ahora». Está convencida de que llegó «cuando tenía que llegar», incluso cree que de haberlo intentado años atrás, no habría tenido éxito porque estaba «sumamente mal». «Y con esto no estoy diciendo que la maternidad sea perfecta, porque no lo es, yo tengo momentos malos, pero no creo que sea por la edad, sino por estar sola, sobre todo con esta edad, que aún no ha cumplido los 2. Me es difícil poner una lavadora, cocinar... Hay momentos de agobio, pero no por la edad. Aun teniendo pareja, un niño, que no es que empezara a andar, es que empezó a correr, que es súperinquieto, aunque es bueno... agota. Estoy muy cansada, pero no lo cambio por nada del mundo», cuenta María, que es consciente de que ha tenido mucha suerte con el pequeño, que desde que se duerme «no da señales» hasta el día siguiente.
LA PIEZA QUE FALTABA
Si tiene que poner un pero a su maternidad es la dependencia que tiene con el crío al ser madre soltera. Excepto las horas que va a la guardería, el resto del tiempo no se separan, porque, además, la familia de María reside en Extremadura y no pueden echarle una mano en el día a día. «Tengo un primo aquí en Sevilla y me ayuda bastante, pero no quiero abusar. Se lo suelo dejar los martes por la tarde, que me los tomo para mí. Es mi ratito de la semana». Y de recargar pilas para afrontar de nuevo las jornadas en solitario, en las que si tiene que echarse al suelo a jugar, se echa, porque «no me queda otra». «Hay ratos que juega solo, y otros que no, y que a lo mejor estás más cansada, pero me apetece hacerlo. Al final, yo tomé la decisión de tenerlo, entonces pues lo hago. A mí me pesa más el hecho de no tener pareja, porque nunca he querido tenerlo sola, mi mentalidad no es esta», dice María, que apunta que nunca ha tenido una pareja estable para formar una familia. «Estuve dos o tres años con una persona, pero eso y nada era lo mismo, jamás me planteé tener un hijo con él».
Aunque su salud mental mejoró mucho antes de nacer su hijo, señala que Bosco ha sido la pieza que faltaba para que el puzle de su vida terminara de asentarse. «A lo mejor, todo lo que me preocupaba antes ya no me preocupa. Me ha enseñado a relativizar, a darle importancia a lo que realmente la tiene. A mí me costaba mucho acercarme a las personas, y yo ahora bajo al parque y me pongo a hablar con quien esté, también era reacia a pedir ayuda, en cambio ayudar a los demás nunca me ha costado, y ahora si la tengo que pedir por él, la pido», dice María, que cuando puede se escapa con el pequeño a Mérida para que su familia también lo disfrute. «Están como locos. Quizás a mi padre le costó un poquito aceptarlo. En realidad su miedo era mi edad, fue el que peor lo llevó. Cuando vamos, aprovecho, pero son mayores y se lo puedo dejar un rato. El niño también disfruta mucho, no es tonto, sabe que hace lo que le da la gana», dice riéndose.
Porque si hay algo que le ha dado esta maternidad «tardía» es una experiencia y una calma que no se tiene siendo primeriza a otras edades. «Yo a mi hijo lo he llevado en el carro mal abrochado, pero te hablo con meses, eh... O llegábamos al parque y se iba fuera del seto, y siempre había alguna madre que me decía: ‘¿Y si se hace daño?'. Pues se lo hace. O me decían de ponerle una toalla para proteger... ‘¿Pero si se va a salir igual?', pensaba yo». Situaciones que quizás a una edad más temprana te hacen subirte por las paredes, pero que a otras, cuando ya hay «callo», se afrontan desde la serenidad. «Yo mi casa la tengo... que da vergüenza, pero me da igual. Yo el poco tiempo que tengo es para descansar, no lo voy a dedicar a recoger o a limpiar. Recojo los juguetes tirados por el suelo y poco más. Es verdad que come bien, en general, por eso relativizo. Pero el año pasado, por ejemplo, estuvo varios meses que no quería comer fruta conmigo. Algún día me agobiaba, pero por norma general pensaba: ‘No la comas, pero no vas a merendar otra cosa'», relata la madre de Bosco, un niño «alegre, dormilón, activo, al que le encantan los coches y las pelotas». Dice que este verano dejó huella en el pueblo. «Lo conocía todo el mundo, porque a todos les sonríe, se pone a jugar con cualquiera, va buscando niños mayores con balones...».
María ha formado un tándem precioso con su pequeño. Comparten muchos momentos a lo largo del día, pero si tuviera que quedarse con uno, sería: «Cuando nos tumbamos los dos en la cama para que se tome su biberón por la noche. Para mí es una delicia, no lo cambio por nada». Y con estas palabras quiere animar a las mujeres que estén dudando sobre si lanzarse o no a esta aventura. «Si estás buscando el momento perfecto, no lo vas a encontrar. Yo no lo hice antes, porque no estaba bien. Pero si lo quieres hacer, y no hay nada más allá de ‘no es el momento', no lo alargues». Ella no es de futuros. «No pienso qué pasará cuando él tenga 15, o cuántos tendré yo... Por pasar algo, te puede pasar a cualquier edad, entonces no lo pienso, ya llegará».