La mala suerte del rey Carlos

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Europa Press / Contacto / Tayfun Sal | EUROPAPRESS

10 feb 2024 . Actualizado a las 10:10 h.

Resulta fascinante la capacidad sintética de los sobrenombres con los que en el pasado se bautizaba a los reyes, el impacto de un adjetivo o su injusticia, tantas veces fruto de los prejuicios de la época. Se sabe que Isabel fue la católica; Felipe, el hermoso; Juana, la loca; Carlos I, el césar; Felipe II, el prudente; Carlos II, el hechizado; Fernando VII, el deseado; José I, Pepe Botella y nuestra Juana, la Beltraneja. No existe un consenso con el apodo de Juan Carlos I, aunque el campechano circuló con un sentido inicial que con el tiempo y los avatares fue incorporando nuevos e interesantes matices.

De los royal más típicamente royal, los británicos, sabemos menos, aunque sus biografías nos sean tan familiares gracias al trabajo de pico y pala realizado por esa descomunal obra de promoción de la monarquía Windsor titulada The Crown. La larguísima biografía de Isabel II y los entretenidos avatares de su estirpe tenían de manera natural los matices del mejor de los guiones, con personajes cargados de contradicciones y peripecias vitales inauditas.

De toda la familia, una de las figuras en apariencia menos carismática era la de Carlos, aunque la adaptación creada por Peter Morgan ya se encargó de contradecir la idea de príncipe frío e insensible que utilizó a la encantadora Lady Diana. El retrato que de él hizo el maravilloso Dominic West parecía poner la serie al servicio del nuevo monarca y dar por superados sus errores de juventud, incluida su vulgar vocación de encarnarse en un támpax.

Durante décadas, Carlos fue el príncipe condenado a esperar. La prodigiosa longevidad de su madre disolvió esa asociación intuitiva que por culpa de los cuentos infantiles hacemos entre los príncipes y la juventud. El de Gales fue un príncipe viejo y poco agraciado que parecía víctima de una maldición mitológica. Penélope tejía mientras esperaba y Carlos comía berzas orgánicas mientras esperaba.

Finalmente, el mandato biológico se produjo e Isabel II falleció. Setenta años fue reina la mujer que había accedido al trono sin que estuviese destinada para ello. Su hijo Carlos la sucedió, tras décadas de espera. Pero menos de un año después de que tuviese lugar la ceremonia de su coronación, Buckingham ha confirmado que padece un cáncer que desbaratará sus planes regios. Puede que pase a la historia como Carlos III, el desafortunado.