Isabel Ordaz, actriz de «Aquí no hay quien viva»: «Tras pasar un cáncer, todo tiene un sabor nuevo. Te vuelves un poco inocente»

YES

Pierfrancesco Artini

Limpia de células cancerígenas y desnuda emocionalmente, así presenta su poético testimonio «La vida en otra parte», sobre la dura enfermedad que ha pasado. «Fue una interesante intimidad con la muerte», dice la actriz que puede gritar alto y claro que aquí sí hay quien viva

19 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Inmersa en la presentación del libro de su vida, La vida en otra parte, Isabel Ordaz (Madrid, 1957) se desnuda emocional y místicamente sobre uno de los momentos más difíciles que ha tenido que pasar, la superación de un cáncer. Esas «seis letras canallas y con un acento» que le han hecho tener «una interesante intimidad con la muerte», porque como dice «hablar de muerte es hablar también de la vida». Y ahora la afronta sin miedos y llena de proyectos.

—Por lo que veo estás a tope...

—Estoy a tope, sí, sí, sí. En este momento mi situación es alegremente muy positiva y, supuestamente, ya estoy limpia.

—Te veo cambiadísima y genial.

—Sí, estoy muy bien. Todo está bien, yo sigo mi vida como actriz, y ahora como escritora con la publicación del libro, donde cuento un poco ese pasado, que fue doloroso y que, además, es un poco ya ficción. El relato y los acontecimientos que se cuentan en el libro reposan sobre mi propia experiencia, mi propio cuerpo y mi propio dolor. Pero ya es una historia que se ha hecho literatura.

—«La vida en otra parte», ¿cómo ha sido ese viaje alrededor del cáncer?

—Al principio sí se iba a subtitular como Un viaje alrededor del cáncer, porque es el relato de una enfermedad brutal por la que, desgraciadamente, ha pasado tanta gente, sigue pasando y demasiados no han superado. Al final se decidió por La vida en otra parte, porque a partir de un diagnóstico, la vida deja de ser lo que conocías para ser otra cosa. Para ser un acecho continuo del peligro de morirte, para deponer todos tus proyectos... Se te caen las citas del calendario y ya no decides sobre tu destino. Comienza el dolor, el miedo y aparecen una serie de emociones y de sentimientos muy crueles. A partir de ahí, tratas de rescatarte de alguna manera. Yo lo conseguí a través de la escritura, del relato. Necesitaba encontrar una salida para no despersonalizarme. Para no dejar de ser alguien que tiene que seguir viviendo consigo misma.

—Es un libro muy profundo...

—Está lleno de silencios, de perplejidades, de búsqueda y de poesía. Está escrito en una prosa poética porque, a veces, el lenguaje no alcanza. Aparte de que, de pronto, te tropiezas con palabras que no entiendes. Toda tu gramática se altera y dices: «Pero bueno, ¿esto qué significa?». Empiezas a ser una extraña dentro de ti. Es una experiencia que tiene algo de mística, de metafísica, de dolor..., pero también de una gran oportunidad para conocer la condición humana y su fragilidad.

—Hay personas que leen mucho para evadirse de la enfermedad...

—Yo leía compulsivamente, salvajemente. Porque esa realidad, la materia, el cuerpo... te traiciona con la enfermedad. Eres traicionada por la realidad. Esa realidad que se llama mundo y que se llama cuerpo y que, de repente, ya no posees, ya no eres dueña de ello. Y el mundo te empieza a dejar un poco en la cuneta. Ya no estás a la altura. En realidad, la enfermedad te estigmatiza. La sociedad está levantada sobre el paradigma del éxito y del triunfo. Y esto lo que demuestra es hasta qué punto es una fantasía, porque somos muy frágiles. A mí me dio mucho sentido y conciencia sobre la fragilidad del ser humano.

—En libro también dices que cuando te sentías mal, te liberaba escribir.

—Sí, en algún momento determinado decía que yo no quería comer, quería escribir. Se me quitó el hambre, la única hambre que tenía era la de las palabras, la búsqueda del sentido. Porque la enfermedad te deja sin sentido y te empuja a tener una interesante intimidad con la muerte. Se establece una dialéctica entre el ser y el no ser; y el volver a ver tu rostro mañana, el rostro del mundo, del amanecer, del amigo o de la amiga... Pero cuando hay dolor extremo ya no eres nada.

—¿Hasta ese punto?

—No hay nada más alienante que el dolor, es el sinsentido de la vida. Te sientes secuestrada. Ya no piensas, solo lloras o quieres desaparecer. Dejas de ser persona, eres un cuerpo que se lamenta. Y de alguna manera necesitas recoger las migajas. Qué haces con tus sueños, con tu vida, con tu profesión, con tu facultad de ser autónoma... Todo eso queda en stand by. Te vuelves muy dependiente. Necesitas asistencia. Y te tienes que curar anímicamente de esa desdicha y esa experiencia tan enorme. Entonces, en la escritura encontraba ese espacio de calma y de darme una segunda oportunidad. Yo no quería que el relato se parase y a mí ese diagnóstico, ese cáncer, me lo había parado. Ya no había más relato. Ya no había más, salvo lo que me dijeran los oncólogos.

—Hablas de «seis letras canallas y un acento». ¿Cómo fue ese momento en el que te diagnostican cáncer o lo más duro vino después?

—Es todo el proceso, es un viaje. Es como si te dicen que te van a meter en una nave espacial y que te van llevar a la Luna o a Júpiter, y que luego ya se lo cuentas. Es un viaje que, evidentemente, despierta una gran fraternidad, una gran solidaridad y una gran empatía, bien porque has pasado tú por ello o lo han pasado tus seres queridos. Pero es un secuestro. Fueron tres años. Y es el viaje completo. Del diagnóstico apenas te das cuenta. La conciencia no retiene la noticia. Es como si, de repente, piensas: «¿Pero si era de día y ahora dicen que es de noche? Y yo veo luz todavía». Somos así. No lo captamos hasta que empieza a ser parte de tu vida, de tu intimidad y de tu realidad. Desde ese momento hasta el final. Bien sea un buen desembarco o se precipite una tragedia, que es el morirse. Yo no sentía nada. Tardé en llorar. Era una despersonalización. En tu conciencia se va abriendo un mar dentro de ti, poco a poco, que te va ayudando a comprender que estás en otro planeta.

—¿Eres la misma de antes o nunca podrás ser la misma?

—Cambian cosas en ti. Soy una continuidad, que se ha visto alterada por una experiencia muy límite. Y que, en mi caso, decidí hacer algo. Siempre se hacen cosas. Cuando vas a esas sesiones de radioterapia y quimioterapia, en la planta oncológica, es extraña la relación que se establece. Te miras poco con los otros, porque no quieres estar ahí, te aíslas. Pero, al final, entras en contacto con otras personas. Recuerdo a una mujer que decía que era ya el tercer o el cuarto cáncer por el que pasaba. Una barbaridad. Y contaba que la habían rescatado sus hijas. Siempre hay algo porque, verdaderamente, la enfermedad nos hace muy humanos. Soy la misma, pero soy más humana. Y tengo otras prioridades.

—¿Siempre sacas una lectura positiva de todo?

—Hay positivo y negativo. Lo que tienes que hacer es gestionarlo. No puedes pasarte la vida enfadada.

—¿Se supera el miedo a una recaída?

—Sí, no piensas en ello. En eso aprendes a ser positiva, porque no tienes nada más que presente. Parece una frase hecha, pero es la realidad. Eres positiva en la medida en la que estás aquí y decides aprender a vivir con más conciencia, a apoyarte o a disfrutar de las cosas hermosas de la vida y a gestionar lo maldito, la oscuridad. Pero solo tenemos una vida. Y siempre que se habla de la muerte se habla de la vida.

—¿Hay algo que echabas de menos y que has vuelto a descubrir tras el cáncer?

—Todo tiene un sabor nuevo, un olor nuevo. Te vuelves un poco inocente. Te asombras. Te deleitas más en la belleza de la naturaleza. La naturaleza es vital cuando estás en un proceso así. Un amigo me invitó a irme de la ciudad en la primera fase y me acogió en su casa. Él vive en el campo. Entonces era más tranquilo vivir allí. La naturaleza no juzga. No me sentía observada, no me sentía fracasada. El campo es inocente y te acoge con mayor sencillez. La vida y la muerte son ciclos allí, los animales no piensan si has fracasado o si has tenido que decir que no a una película. La naturaleza te integra. No tiene diferencias, ni clases, ni jerarquías, ni rivalidades, ni prisas. Pero sí he aprendido a ser más paciente y aprecio el detalle de las pequeñas cosas y la tranquilidad.

—Cuéntame tus nuevos proyectos...

—Pues ahora acabo de terminar una gira con una obra, La profesora de Eduardo Galán, que ha ido muy bien. Y estoy muy involucrada con el libro. Lo presento ahora en la Feria del Libro de Madrid. Y luego tengo otra obra de teatro pendiente, pero todavía está muy en pañales.

—¿Ha sido Araceli de «La que se avecina» tu gran papel?

—No, en ningún caso. Han sido muchos papeles. Llevo 30 años haciendo teatro, películas y otras series. E hice obras que me han cambiado y que me han hecho ser mejor actriz. Eso fue algo muy bonito, que ya pasó. Sé que en la tele lo siguen poniendo, pero casi han pasado 20 años. Fue muy popular porque la televisión es un medio popular. Y llega a muchas casas, a muchas personas y el personaje gustó. Pero ya no me acuerdo, de verdad.