El estreno de «La habitación de al lado» permite ver cómo la madurez del manchego influye en las protagonistas de sus películas. Sus mujeres han cambiado la excentricidad cañí por el enigma y la oscuridad
23 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando Pedro Almodóvar fichó a Chus Lampreave para hacer de Sor Rata en Entre tinieblas, la mujer cargaba con 53 primaveras. Era 1983 y, en aquellos tiempos, que una actriz llevase a sus espaldas medio siglo de vida era prácticamente un canto al ostracismo laboral. Más, si como era el caso de Lampreave, ceñirse a los moldes no era un objetivo, pero tampoco una opción. Aunque es imposible entender la filmografía del manchego sin su portera testigo de Jehová en Mujeres al borde de un ataque de nervios o los delirantes diálogos que mantenía en La flor de mi secreto con Rossy de Palma, Chus Lampreave murió sin ser considerada esa chica Almodóvar que, por otro lado, cumplió con el requisito indispensable que debe poseer una intérprete para conseguir el título más soñado del cine español. Ya lo dijo Penélope Cruz en una entrevista: «Es la única actriz que conozco que puede hacer que cualquier frase surrealista se llene de verdad».
Este viernes llegó a los cines La habitación de al lado, el esperadísimo nuevo filme de Almodóvar que saca de paseo las dotes interpretativas de Julianne Moore y Tilda Swinton, esta última, la nueva gran musa del cineasta. Las dos tienen 63 años y poco o nada que ver con ese carisma cañí que hacía que Almodóvar te echara el ojo hace unas décadas. Aprovechamos el gran estreno para repasar, a través de sus protagonistas, la evolución del director más aclamado del cine español.
El universo de Pedro Almodóvar se liga a esas mujeres que son parte de la historia de España. La Raimunda (Penélope Cruz) de Volver, la Kika (Verónica Forqué) de Kika, la Agrado (Antonia San Juan) de Todo sobre mi madre o la Pepa (Carmen Maura) de Mujeres al borde de un ataque de nervios. Esas señoras indómitas, desquiciadas, muchas veces de moral convexa, atraían a todas las actrices del país por la complejidad del reto; tanto que hasta Joaquín Sabina se hizo eco en 1992 de lo que suponía llevar el peso de una película del manchego. «Yo quiero ser una chica Almodóvar, como la Maura, como Victoria Abril. Un poco lista, un poquitín boba. Ir con Madonna en una limousine». El tema Yo quiero ser una chica Almodóvar asentó los cimientos de lo que suponía entonces rodar con el director: el salto a la fama internacional. Un éxito desbordante que a veces pasó factura.
Precisamente son las protagonistas de la primera estrofa de la canción del de Úbeda quienes con los años acapararon innumerables titulares poniendo a caer de un burro a Almodóvar. Estas chicas Almodóvar se hicieron mujeres y volaron por su cuenta, por necesidad o por imperativo. El distanciamiento de Carmen Maura con el director duró años, y hasta que se reconciliaron, para rodar Volver, poco se sabía de la trifulca. Al parecer, la actriz guardaba un pésimo recuerdo de su paso por Mujeres al borde de un ataque de nervios, donde aseguró haberse sentido insegura y vilipendiada. Abril, por su parte, cargó duramente contra el manchego hace unos años, asegurando que a Almodóvar solo le interesan las actrices «de 30 o de más de 50». Lo explicitó en el 2021, y mientras la actriz se metía en charcos de toda índole —antivacunas declarada en plena pandemia, aseguró que «los aspectos positivos del Me Too» se estaban «hundiendo por los excesos de las feministas radicales»—, Almodóvar estaba en una era muy diferente a la que había conocido la protagonista de Átame.
Ese fue el año en el que llegó a los cines Madres paralelas, la película con la que Almodóvar volvía a dotar de nuevas caras la maternidad, una de sus grandes obsesiones, mientras investigaba sobre áreas temáticas que quería poner en el foco mediático. Así, la memoria histórica pasó a formar parte de los asuntos de interés de un director que había dejado las risas y el surrealismo metidos en un cajón. Ya hacía un tiempo que el viejo Almodóvar no estaba, aunque algunos lo esperasen. Y había que reconocerlo en sus inconfundibles planos cenitales y en unas casas estilo art decó que siempre hacen las delicias de los mejores decoradores.
Las actrices también habían mutado, y de la excentricidad de Forqué, Abril o Loles León pasó a perfiles más introspectivos y misteriosos, como Leonor Watling (Hable con ella), Elena Anaya (La piel que habito) o Emma Suárez, inmensa en su papel de Julieta en la película homónima. Estas mujeres representaban, o representan, una etapa en la que el director prefiere hacerse preguntas que responderlas, y donde la oscuridad y el desasosiego han ido ganando terreno al alboroto y cancaneo.
Cuando la España de los ochenta se hacía la moderna, y Almodóvar mostraba la cara más frívola de un Madrid que muchos nunca conocieron, Penélope Cruz era una niña de Alcobendas que iba al cine a escondidas dispuesta a dejarse llevar por la sordidez tecnicolor de quien hoy es uno de sus grandes amigos. No fue hasta 1997 cuando se vio por primera vez a esta estrella del cine en una película de Almodóvar. Ocurrió en Carne trémula. Allí coincidió con quien más tarde sería su suegra y abuela de sus hijos, Pilar Bardem, en una primera escena premonitoria: con la madre de su actual marido asistiendo su propio parto en un autobús.
Penélope llegó a la vida de su «¡Peeeeedro!» —memorable el grito que pegó al entregarle el Óscar a mejor película extranjera por Todo sobre mi madre en el 2000— tras varios intentos, y lo hizo en un momento en el que Almodóvar no tenía a buena parte de la crítica de su lado. La flor de mi secreto es hoy una obra clave en su filmografía, y el papel interpretado por Marisa Paredes, una de las grandes joyas de nuestro cine. Sin embargo, no todos encajaron bien que el director diera un nuevo rumbo a sus películas en cuanto a guion y tono. Ella se quitó la espinita de poder trabajar con su director favorito y él descubrió a una joven que, de su mano, podría alcanzar la meta que quisiera.
Aunque a Penélope Cruz le llegó el Óscar gracias al regalo que le hizo Woody Allen con esa María Elena desequilibrada en Vicky Cristina Barcelona, la madrileña llevaba años entrenándose para ser una «actriz de raza». No lo hizo solo con Almodóvar, pero fue este el director que le ha permitido en más ocasiones poner sobre la mesa su virtuosismo interpretativo. Una de las últimas veces lo hizo no de la mano, porque nunca coincidían en planos, pero sí compartiendo historia con Antonio Banderas, el otro niño bonito del cine español. Los dos formaron parte del elenco de Dolor y gloria, la película que autoficciona la vida de este manchego y donde él —casualmente— interpretaría a Pedro y ella —casualmente— a su madre.
Ambos actores representan caras opuestas de la misma moneda: el triunfo en Hollywood de un españolito de provincias. Mientras Penélope sigue teniendo que demostrar por qué merece tener un nombre propio en la historia del séptimo arte, al de Málaga pronto se le consideró ese hijo pródigo que ejemplifica que el ascensor social funciona a pleno rendimiento.
Aunque Almodóvar nunca ha ocultado que le resultan infinitamente más estimulantes las historias que llevan nombre de mujer, en sus largometrajes también ha habido cabida para los hombres. Más allá de esa película que indaga en su interior, hay otros filmes donde los varones han sido protagonistas. Ahí está La ley del deseo —de nuevo, Antonio Banderas—, La mala educación o incluso Hable con ella, estas dos últimas películas encumbrando a Javier Cámara como uno de los mejores chicos Almodóvar.
El año pasado este director se salió del tiesto definitivamente con Extraña forma de vida, haciendo cuatro cosas que no suelen contentar a las masas almodovarianas: rodó un corto, era en inglés, estaba protagonizado por hombres y el género era el western. Había coqueteado con el mundo anglosajón en La voz humana y parece que allende los mares sigue teniendo historias que contar. Repite con Tilda Swinton en La habitación de al lado, esa improbable pero perfecta chica Almodóvar escocesa que pone a prueba junto a Julianne Moore los límites de la amistad. Esta última declaraba hace unos meses que lo que más le gusta de España es El Corte Inglés. Ni la chica Almodóvar más canónica daría una declaración tan a la altura.