Arturo y Lola, un flechazo a los 80 y...: «Llevamos dos años juntos, pero solo nos vemos los domingos en La Luna»
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Ellos son el Tú a Boston y yo a California gallegos. «Yo no lo dejo por nada del mundo, pero cada uno en su casiña», dice ella, que enviudó hace 14 años y que no vio en Arturiño «golfería alguna»
15 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Ella se llama Lola y él Arturo. Son los Tú a Boston y yo a California gallegos, porque a pesar de que llevan juntos dos años ninguno de los dos quiere dejar su casa. A él nadie lo mueve de Portas, y a ella de su casa de Vigo. Y así llevan 24 meses. «Solo nos vemos los domingos en La Luna, pero lo pasamos fenomenal», dicen los dos, que están uno loquito por el otro: «Yo no lo dejo por nada del mundo, pero cada uno en su casiña y Dios en la de todos», confiesa Lola, que es un cascabel de lo bien que se la ve al lado de su Arturiño, como le llama.
Pero vayamos al principio de esta historia de amor que no tiene desperdicio y que Lola relata resuelta: «Entré bailando con él a La Luna, con eso ya te digo todo». Y se explica. «Me llevaron unas amigas a bailar porque yo enviudé y no tengo hijos. Estoy sola. Y te digo que la soledad es horrorosa. Me entraba una angustia... Nunca creí que fuera tan mala. Enviudé hace 14 años, pero hasta hace dos años jamás había ido a La Luna. Ni allí ni a ningún baile», comenta. «Entonces llegamos en el autobús. Y Arturiño, que estaba fuera, me vio. Yo también lo vi. Y me dije: ’Caramba’», asegura Lola, ahora que la cosa empieza a ponerse interesante: «La verdad es que me gustó porque no vi golfería alguna. Estaba él allí fuera, con dos amigos, charlando tranquilamente. Hasta le dije a una de mis amigas: ’Ay, cómo me gusta ese...’».
«Me pidió bailar»
Lo que no sabía aún en ese momento es que Arturo también sintió el mismo flechazo en cuanto la vio. En el momento en que se dio cuenta de que Lola entraba en la discoteca, él ya se le acercó: «Se levantó corriendo y vino detrás al llegar a la puerta, antes de comprar el tique. Me preguntó si bailaba con él y ya le dije que sí».
La versión en este punto varía un poco, porque según cuenta Arturo, él veía que Lola rechazaba a todos los que se acercaban para pedirle bailar: «Me dije: ‘Voy a intentarlo yo, para que también a mí me diga que no’. Pero me dijo que sí y desde entonces ya no nos despegamos el uno del otro. Se quedó conmigo hasta hoy», dice él orgulloso, aunque sin entrar en tanto detalle como ella, que todavía guarda como oro en paño el recuerdo de ese primer baile: «Para mí fue un flechazo tremendo. Lo encontré tan riquiño y tan amorosiño, que lo agarré por la cintura y lo pegué a mi barriguiña y hasta se me paró la respiración... », comenta, mientras se le escapa una carcajada y sigue contando su historia. «Y cuando me estaba hablando y le veía aquellos ojos tan rasgadiños y tan bonitiños. Porque los tiene muy vivaces, al menos para mí. Como si fuera una linterna fija. En ese momento ya pensé: ’Este no lo suelto más’. Y así llevamos dos años», apunta.
No hay más que verlos en la pista de baile de la mítica discoteca de Pontevedra —a la que había que hacerle un monumento por patentar el antídoto más eficaz contra la soledad—, para darse cuenta de lo felices que están. Bailan, ríen, se lo pasan bien y lo mejor de todo, se hacen compañía y se dan mucho cariño, ¿se puede pedir más? «Recuerdo que cuando se lo conté a mi hermana, me decía: ’Tú estás parva’. ’Parva no, ¡viva!’. Lo quiero, lo adoro por encima de todo. No quiero otra cosa más que a Arturiño. A mí ya me pueden poner delante al mejor artista que digo que no. Tengo a mi lado todo lo que quiero. Es divino», confiesa entre risas.
«Muy buena persona»
Pero Lola no es la única que se vuelca en elogios hacia Arturo. Él también lo hace, pero a su manera. Claro, es que competir con Lola en estos menesteres, cuando ella se define como una «cómica total», no es fácil. «Es muy buena persona y muy buena compañera. Es maravillosa. Una mujer con la que me gustaría estar siempre», confiesa sobre a quien le dedica todas las tardes del domingo. «Bailamos, charlamos, nos tomamos nuestro cafecito... Yo lo quiero muchísimo», dice ella que se conforma con verse una vez a la semana, porque ninguno da el paso de dejar su casa. Él está acostumbrado a vivir en la aldea, y ella, en la ciudad más grande de Galicia.
Le gusta el bullicio
«Yo estoy acostumbrada al bullicio. Vivo en Vigo y me gusta eso, que la gente vaya de arriba para abajo, coches por todos lados... hablar con unos, con otros... Y donde vive Arturiño es precioso y tiene una casa preciosa, y él tiene sus gallinas y sus animales y tampoco los quiere dejar, como es normal. Pero yo no estoy acostumbrada a eso», reconoce Lola, después de estar este verano una semana con él y pasarlo divinamente. Nada le haría más ilusión a Lola que Arturo se mudara para Vigo: «¡Ay, si viniera...! Siempre lo estoy animando para que se decida a venir a mi casa. Lo trataría como un rey en una cesta».
Pero él, en realidad, tampoco se ve viviendo en una ciudad. «Yo aquí tengo muchas cosas que atender. Además de los animales, tengo una plantación de albariño y ¿qué hago?, ¿la abandono? No puede ser...». Eso sí, a ninguno de los dos le faltarán los cuidados del otro, en caso de necesidad: «Si hay que ir a cuidarlo porque está malo, claro que voy. Con los ojos cerrados». Y lo mismo le sucede a él, que sabe que su pareja vale un imperio: «Aquí estoy para lo que necesite». Pero mientras eso no sucede, las tardes de los domingos les dan la vida. Durante la semana ya esperan impacientemente el momento de verse en La Luna. Porque incluso no hablan mucho por teléfono durante la semana: «Es que él siempre anda liado con los animales y la finca y no lleva el teléfono encima», aclara Lola. Eso sí, el tiempo en el que están juntos es como si se parara. Desde las cinco de la tarde hasta las diez de la noche es solo para ellos. Y así seguirán, dicen. Pues, ¡por muchos años, pareja!, porque la felicidad no tiene edad. Solo hay que ver a Arturo, lo contento que está a sus 84 abriles. Pero no esperes que Lola te diga su edad. En cuanto se lo preguntas, te responde a la gallega, sutilmente: «…¿Y tú cuántos tienes, neniña?». A presumida no hay quien le gane. Di que sí, Lola.