Podemos caer en la tentación de recurrir a grandes obras de la literatura política para entender esta tendencia global a elegir a chiflados como gobernantes. Ahí está esa frase que escribió William Shakespeare en El rey Lear, «es el mal de estos tiempos, los locos guían a los ciegos», que parece escrita a la medida del momento. O esa otra que salió de la boca de Mariano Rajoy Brey, «it’s very difficult todo esto». Pero no. La gran referencia, la inspiración de los tiempos salió de la pluma de Terry Gilliam, John Cleese, Michael Palin, Graham Chapman, Eric Idle y Terry Jones y lleva por título, ya saben, La vida de Brian. Es cierto que la biografía artística de los Monty Python ofrece una catálogo de lujo para interpretar el presente como se merece. Algunos de los mejores sketches de la historia les pertenecen, como el del Ministerio de los andares absurdos que subvenciona a los propietarios de los pasos más locos y que ha sido elegido uno de los mejores gags de la historia. Casi todo lo que ocurre lo escribieron ellos antes, incluida una reivindicación explícita y prematura del género fluido a través de esa frase del personaje de Loretta: «Quiero ser mujer, es mi derecho como hombre». Una línea de guion que estuvo a punto de sucumbir a las nuevas sensibilidades, pero que, al final, se mantuvo en la versión teatral de La vida de Brian.
Está también el clásico de las disputas entre el Frente Popular de Judea y el Frente Judaico Popular, con unas dinámicas políticas que tantos partidos se empeñan en imitar. Y esa duda existencial sobre las aportaciones de los romanos a la civilización y al progreso, que se exhibe como argumentario electoral en un ejercicio sublime de necedad que leemos a diario en los periódicos gracias a algún que otro portavoz parlamentario. Porque, además de los acueductos, la sanidad, los caminos, la medicina, la educación, el vino y los baños públicos, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?
Uno de los personajes más vidabrianianos del momento se llama Elon Musk y en unos días tendrá en su cajón las llaves de un par de botones nucleares. Hace unos días, decidió rebautizarse y empezar a llamarse Kekius Maximus. Hay mil teorías sobre los motivos de este apelativo, pero ahí están Pijus Magnificus e Incontinencia Summa para poner las cosas en su sitio.