Eva dejó su puesto de funcionaria para ser emprendedora y artista: «Estudié dos ingenierías, saqué una oposición y lo dejé todo por seguir lo que me decía el corazón»

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El parto de sus hijos despertó su creatividad. De funcionaria a artista pasó Eva Álvarez tras cambiar el chip y dar el salto a otra ciudad. Hoy vive sin nómina, y feliz. «Se puede vivir con fuentes de ingresos que no sean una nómina. Mi relación con la economía es mejor que cuando trabajaba en la Administración», asegura

21 ene 2025 . Actualizado a las 21:35 h.

Una mujer se detiene en el café IngooCo, en A Coruña, y al ver Tristeza siente un pellizco. «Esa mujer me llamó para darme las gracias por haberla pintado, me dijo que para ella había sido un regalo descubrir esa obra», cuenta la autora de la pieza, que tras estudiar dos ingenierías y lograr una plaza como funcionaria de la Xunta de Galicia, decidió que el guion seguido a rajatabla en su adolescencia y juventud no era su película definitiva y se atrevió a dar un cambio escuchando su intuición. Aquella mujer del café compró Tristeza y se la llevó. Otra mujer, al ver otra de sus piezas, le dijo que la pintura le hacía sentir que debía poner fin a una relación. «Y se divorció».

 Eva Álvarez, coruñesa del Temple, donde vivió toda su vida hasta hace diez años, ve A Coruña, ciudad a la que no deja de volver, como «una gran obra de arte» en la que siempre encuentra algo que enciende su curiosidad. Antes de crecer pintando mujeres-diosas, que son su especialidad y tienen mucho tirón en su Coruña, Eva estudió lo que venía pautado sin salirse del renglón, recuerda a sus 47.

«Estudié dos carreras, dos ingenierías, Forestal y de Montes. Y cuando terminé, me llevé un gran chasco...»

«En mi época de adolescente lo que te decían era que había que estudiar una carrera para tener una buena vida. Yo lo cumplí a rajatabla. Estudié dos carreras, dos ingenierías, Forestal y de Montes. Y cuando terminé, me llevé un gran chasco», asegura quien al entrar en el mercado laboral se dio cuenta de que, si se quedaba en el sitio, le iba a tocar esforzarse por aguantar.

«El primer día que empecé a trabajar como ingeniera, el corazón me dijo que aquel no era mi lugar», cuenta esta artista y emprendedora a la que siempre le resulta «fácil» escuchar lo que siente, aunque después no sea tan sencillo pasar a la acción, y haya que pagar el precio, alto de partida, de salirse del patrón que te dan.

Antes de afrontar su gran cambio y tras el chasco de su debut laboral, Eva sintió «que quería vivir bien, bien en el sentido de tener tiempo y unos recursos económicos estables». Quién no... «En parte, porque tenía claro cien por cien que quería ser madre», explica. Visualizándose con esa vida estable que pudiese favorecer la conciliación y la maternidad, Eva se centró en prepararse para optar a un puesto de funcionaria. Dejó aquel primer empleo y se enfocó en sacar plaza en la Xunta. «Salieron unas plazas de administrativo. Me preparé a fondo y aprobé», cuenta. Objetivo cumplido tras siete meses de plena entrega al estudio.

Al ocupar su plaza en la Administración autonómica, Eva era ya «otra persona». «Yo tenía la certeza de que lo iba a conseguir. Porque en ese camino de preparar la oposición, me di cuenta del poder creador que tenía, del poder de las palabras y la escritura para lograr mis objetivos», manifiesta.

 «Se puede vivir con fuentes de ingresos que no sean una nómina. Mi relación con la economía es mejor que cuando trabajaba en la Administración»

PASIÓN O ESTABILIDAD

Al poco de entrar en la Administración, Eva se dijo que aquel destino profesional era un paso más, que no se veía allí sine die, hasta la jubilación. «El trabajo cubría los objetivos de tener tiempo libre y una estabilidad económica, pero había otra parte que no... Empecé a fijarme en personas que estaban conectadas con su pasión», revela. Fue a raíz de esta «crisis» y ese desacomodo vital cómo entró en contacto con el coaching. Al descubrirlo y formarse en sus herramientas, la coruñesa que hoy acompaña a otras mujeres en proceso de cambio «para descubrir su poder creador» comenzó su propio proceso de transformación personal. «Empecé a cambiar mis creencias limitantes y a reprogramar mi mente subconsciente. Y comencé a empoderarme», explica. El vaso ya no se vació...

Al entender que las decisiones que tomaba eran reversibles, Eva dio sin miedo con su pareja el salto a Barcelona. Fue «un reto» que continúa su recorrido. «Como era funcionaria en Galicia, muchos me decían que fuera de aquí no tendría opciones. A pesar de lo que me decía el entorno, me enfoqué en conseguir una plaza en Cataluña y todo empezó a moverse hacia ahí. Conseguí no una, sino varias plazas en otros organismos. Tuve la certeza de nuevo de que lo iba a conseguir. Me enfoqué en el sí y lo logré», subraya quien hoy comparte con su pareja, también de A Coruña, el proyecto www.economiadevida.com, con cursos dirigidos a transformar la relación de las personas con el dinero y sus estilos de vida.

 Con la decisión de mudarse a Barcelona, la emprendedora vio cumplirse otro de sus deseos: «¡Me quedé embarazada! Hacía dos años que lo intentaba y no me quedaba. Fíjate cómo es la vida... Cuando dejé de pensar en quedarme embarazada, y estaba ilusionada con mudarme, centrada en empezar a vivir y trabajar en otro lugar, con viajar y, sobre todo, con aprender, ahí me quedé embarazada». Magia.

Eva llegó en su autocaravana, Manuela J. Van, a Barcelona con una vida de seis meses latiendo en su barriga. «Cuando te atreves a cumplir un deseo, se cumplen muchos más. Los deseos son fichas de dominó...», compara quien dice que no es puro azar la casualidad, que eso que pasa «tiene que pasar». Al llegar a la Ciudad Condal, fue invitada a unas charlas con unas comadronas tras las que tomó la decisión de dar a luz en casa, acompañada de profesionales, a sus hijos. Sus dos partos fueron «empoderantes» para Eva. «El parto es como un portal en el que se despierta la creatividad de la mujer. En los dos pospartos yo sentí mucho impulso por pintar», ve quien empezó con los pinceles a los 13 años, pero durante largo tiempo pensó que pintar era sobre todo cuestión de técnica. Ese chip cambió. Los rostros de mujeres que hoy pinta nacieron no del estudio de la técnica, sino «de forma natural». Si sus partos despertaron su talento, ser funcionaria le permitió, admite, vivir «con tranquilidad económica y con tiempo» la experiencia de la maternidad de sus hijos. «Cogí excedencias por cuidado de hijo y me entregué del todo a la pintura y a la crianza», valora. También a viajar, para ofrecerles a los niños la posibilidad de recibir desde pequeños esas lecciones que son las vivencias.

En el terrado ('terraza') comunitario de su pisito de la Sagrada Familia, en Barcelona, puso Eva su primer lienzo en blanco y de ahí salió lo que nadie tuvo que enseñarle a pintar. «Ahí descubrí que todo lo que estaba buscando fuera ya lo tenía dentro. Empecé a pintar de día y de noche. De noche, muchas veces pintaba en la escalera del edificio. Encima del mío, había un piso en el que no vivía nadie y que tenía un amplio rellano. Durante la madrugada, subía a pintar, mientras mis hijos dormían y no me reclamaban». Aquel rellano se convirtió en un estudio de pintura, y a él iban subiendo los vecinos del inmueble a ver lo que Eva iba pintando.

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Cuando estalló la pandemia, pese a haber encontrado su sitio, Eva y familia lo dejaron todo para irse a Asia con un vuelo de ida sin fecha de vuelta. Su hijo tenía entonces 6 años, su hija 3. Ese viaje de larga distancia duró dos años en los que Eva siguió dando la mano a su pasión como pintora de mujeres y dio además forma a un oráculo propio, EVI, compuesto por 62 cartas pintadas por ella, cada una con su simbología, «dirigido a aquellos que han perdido su GPS interior».

Eva viajó con su pareja y sus hijos desde bebés a distintos continentes. Asia. América. «Con esos viajes también me iba enriqueciendo yo para pintar, dejando que fluyese lo que quería salir de mi alma. Y salieron diferentes mujeres...», resume, mujeres a las que Eva no duda en llamar «diosas, por su sabiduría y por su poder creador».

De familia humilde, hija de una costurera y un trabajador de Danone, unos padres que siempre la apoyaron y nunca le quitaron las ganas de volar, Eva afrontó, «pintando de noche y de día», el reto de cambiar de mentalidad, salir del modo nómina y probar otra vida más nómada. Una de las formas en que se fue ganando la vida fue haciendo trabajo a cambio de alojamiento con la comunidad Workaway, que facilita el encontrar hospedaje trabajando, haciendo voluntariado y dedicándose al cuidado de casas en 170 países.

Tras ver crecer su arte en destinos como Tailandia o Malasia, esta emprendedora que abraza el cambio sigue viviendo en Barcelona, con muchas venidas a Galicia. En locales como IngoCoo, Pablo Gallego, Samaná, Kivifit o Coorss puedes ver algunas de las obras de esta artista que hace «love painting», sesiones personales de oráculo y acompañamientos online a otras mujeres para «transformar su miedo en confianza».

«No hace falta tener ‘la vida ideal’ —asegura Eva—. El éxito no es cuestión de títulos, de nivel económico o de reconocimientos externos. El reto es saber quién eres. Hay que aprender a jugar con la vida, porque nadie nos enseña... A veces no es fácil, pero yo no me he arrepentido de seguir la voz de mi corazón. Todo el tiempo tienes la oportunidad de cambiar, la vida te la da. Hoy, incluso mi relación con la economía es infinitamente mejor. Se puede vivir de fuentes de ingresos diferentes a una nómina. En la vida, premia seguir al corazón».