Francés, el profe que explica la Lengua española con más de 500 chistes: «A Chiquito de la Calzada lo uso mucho para explicar las vanguardias literaria. Inventó una forma de hablar totalmente propia»

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El escritor y profesor José Antonio Francés.
El escritor y profesor José Antonio Francés. cedida

«¡Con la historia que hay detrás de una palabra podemos llegar a urgencias del hospital!», dice José Antonio Francés. ¿Cuál es el camino más corto y seguro entre un chiste y una clase de sintaxis? Este profe que explica la gramática española en 500 (o más) chistes. En «Ríete de la lengua», Francés juega con el español descubriéndonos la gracia de la ortografía y la semántica

05 feb 2025 . Actualizado a las 16:56 h.

En las calamidades que amenazan hoy a la humanidad, el profesor y escritor José Antonio Francés, Premio Edelvives de novela juvenil 2023 con Dos más dos, advierte que ocupan un lugar destacado las clases de Lengua, «solo por detrás de la amenaza climática y las letras de reguetón». «¿Un ligue de abril es un rollito de primavera?», «si escribes “ya boi”, por favor no vengas», ¿los niños belgas van a coles de Bruselas?» son algunos de los chistes que tronchan esa amenaza en Ríete de la lengua, que no es una broma de manual, sino una forma seria de explicar la morfología, la ortografía, semántica y la fonética de nuestra lengua con jajajajajás.

Si aún dudas de la importancia de las tildes, y vas con el yo por delante, acuérdate de este chiste de Francés:

—¿Qué tiene él que no tenga yo?

      —Una tilde... ¡Y qué tilde!

—¿Cómo abordas la enseñanza de la lengua en estos 500 chistes?

—Este libro tiene una apariencia de informalidad. Quería que, dentro del tono distendido y gamberro que tiene, hubiera una red de rigor académico. El libro está estructurado siguiendo la jerarquía habitual de los estudios lingüísticos. Yo empiezo con comunicación y todos los chistes derivados de los elementos de la comunicación. Después entramos en la fonética, luego en la ortografía, la morfología, el léxico y la semántica.

—La semántica es muy graciosa...

—De hecho, donde mejor florece el chiste es en la semántica. En la polisemia, en las relaciones entre significados de palabras, ahí es donde más juego da el chiste. Los chistes de fonética siempre tienen un tono más infantil. Cambias una letra por otra y estás cambiando todo el significado...

—¿A quién va dirigido, sobre todo, el libro?

—El público ideal, un profesor de Lengua que quiera tener un repositorio de chistes para amenizar sus clases, un recurso para poder hacer una broma y que el grupo esté más motivado.

—¿La autoridad se gana con gracia o con distancia y severidad?

—Ahí hay un debate interesante sobre pedagogía, sobre si «la letra con sangre entra» o se consiguen mejores resultados a través de la motivación, de la cercanía con el alumno... Es un debate no resuelto. Hay quien dice que el profesor debe ser como un árbitro, no implicarse, pero esta es la postura más fácil.

—A veces se obedece por miedo...

—Los griegos distinguían entre el poder y la autoridad. El poder se ejerce a través del miedo, y la autoridad te la concede el otro. El miedo funciona en ciertos niveles, pero en el momento en que un profesor sale de la clase, se descentra todo el mundo... Entonces, no has enseñado nada. Es cierto que hay clases a las que tienes que entrar con el equipo de antidisturbios detrás, y si haces un chiste tiene que ser humor negro.

—¿El profe debe ser un «showman»?

—El profesor no es un humorista, no es un monologuista del Club de la comedia, pero determinados chistes en una clase en dosis homeopáticas mejoran muchísimo el ambiente, la atención y la motivación de los alumnos.

—La autoridad también se gana con saber. No es el profesor guay, sino el que sabe de qué habla y cómo comunicarlo el que tiene autoridad.

—Es verdad. Hay dos cosas que los alumnos huelen a kilómetros como los tiburones la sangre. ¿Y qué huelen? Huelen si un profesor tiene interés en su materia. Parece una perogrullada, pero hay muchas personas que pasaban por ahí y terminan dando clase. Hay mucha falta de vocación. Y otra cosa que también huelen enseguida es cuando un profesor tiene un conocimiento profundo de la materia. Esto no quiere decir que no tenga dudas, eh. Al hacer oraciones, surgen mil dudas. Hay que enseñar a dudar, pero desde el conocimiento. ¡Nos estamos desviando! En el fondo, no está reñido el humor con la seriedad. Y, en cierta medida, el humor es una cosa muy seria, como decía Winston Churchill. Fíjate en Quevedo, Cervantes, Camilo José Cela. La inteligencia es, casi siempre, muy amiga del humor... Hay que jugar con las palabras. La Lengua es una asignatura con muy mala prensa, inmerecida.

—¿Y hoy más, con las ciencias tan empoderadas como están? Del alumno brillante se espera que elija Ciencias.

—Sí, sigue el estigma. «Los letrasados». Parece que Lengua no es una asignatura que acabe de congeniar con los alumnos. Yo, cuando los voy cogiendo en secundaria, y tengo la suerte de darles clase un par de años o tres, veo que una clase de Lengua es cualquier cosa menos aburrida. Detrás de cualquier palabra hay una historia. Tiras de la cuerda y llegas a cualquier sitio, ¡con la historia que hay detrás de una palabra podemos llegar a urgencias del hospital! Yo en mi clase lo demuestro con la práctica. Entro como los toreros a portagayola y «¿qué toca hoy, este texto?», «pues vamos a por todo lo que salga de él». De cualquier texto sale lo que queramos: reflexiones sobre el texto, sobre el mundo, sobre nosotros. A lo mejor tengo una visión un poco utópica de mi materia, pero es una visión que de alguna manera hay que reivindicar.

—Qué sería de la realidad sin utopía...

—Somos usuarios de la lengua desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Pensamos con palabras. Lo que tenemos que hacer los profesores de Lengua es enseñar a leer, enseñar a escribir y enseñar a entender los cuatro conceptos básicos de gramática... ¡Pero no siempre lo hacemos! Salen del bachillerato y no saben escribir.

 «Hay gente que para conseguir recursos busca avales, y otra gente que para conseguir recursos busca a Ábalos»

—Eso da pie a varios chistes de ortografía que recoges en este libro, como «me pidió ‘alluda’ y le regalé un libro». ¿La ley del mínimo esfuerzo para abreviar en WhatsApp es cosa de los alumnos o aprendida de sus padres? ¿En ortografía, vamos cada vez peor?

—Las redes sociales, desde las multimedia a las privadas, no creo que sean en sí mismas una amenaza contra la integridad de la lengua o que vayan en perjuicio de su calidad, siempre y cuando uno sepa el contexto en el que está. No es lo mismo estar en una reunión de amigos que en una de trabajo. Lo malo es que no tengamos otro registro más elevado, culto, de nuestra lengua. Hablamos como hablamos en los grupos de WhatsApp y este es el problema. Lo que te va saliendo, sin puntuación de ningún tipo. Estamos al límite de no entendernos, cuando metemos todas esas abreviaturas, emoticonos. En páginas que quedaron fuera del libro, porque nos íbamos a 600 páginas, hacía una reflexión sobre esta forma de comunicación. En el momento en que usas un simbolito para expresar un sentimiento, te cargas la doble articulación del lenguaje, toda la evolución de la escritura... Pero la lengua sobrevive a todo.

—¿Cuánto tiempo llevas riéndote de la lengua?

—Yo de siempre. Es un defecto profesional. Igual que un mecánico va por la calle fijándose en los coches, yo voy escuchando. Hace un tiempo en una entrevista en la radio en la que se estaba hablando sobre Ábalos, ya estaba yo pensando: «Hay gente que para conseguir recursos busca avales, y otra gente que para conseguir recursos busca a Ábalos». Igual es un chiste malo...

—Que un chiste sea bueno o malo depende un poco del interlocutor, ¿no?

—Es verdad. Y depende también del contexto, y de la forma. Hay chistes malísimos que si te los cuentan bien te hacen gracia. Eugenio es un ejemplo de esto. Tenía chistes malos, pero contados, con esa gravedad...

—En otro estilo distinto, hace bueno el chiste Chiquito de la Calzada.

—Claro. A Chiquito lo he usado yo muchas veces para explicar las vanguardias literarias. Este señor de origen popular, medio analfabeto, se inventó una forma de hablar totalmente propia. Se convirtió en un referente del humor con un punto de genialidad completamente vanguardista.

«El humor siempre ha sido por definición incorrecto, incisivo. No ofensivo, pero sí incisivo. Hay números de Martes y Trece que hoy serían impensables»

—Recurriendo a uno de los chistes que recoges, a la pregunta «¿quieres salir conmigo?», ¿te han dicho alguna vez «sal tú primero»?

—Ese lo cuentas en clase para explicar los problemas de comunicación, esa ficción de cuando uno cree que lo están entendiendo. La maravilla es que cada palabra puede significar cientos de cosas. Que nos podamos entender es complicado. Ahí están la polisemia, la homonimia, la sinonimia...

—¿Qué les dices el primer día de clase a tus alumnos?

—Yo les digo que los profesores de Lengua somos como los novios, porque nos encanta jugar con la lengua. Ellos se ríen y entienden perfectamente. A partir de ahí empiezan a comprender las metáforas, ven que una palabra que significaba una cosa pasa a significar otra. Chistes con metáforas se pueden contar 600 uno detrás de otro... Dos chicas que se encuentran y le dice una a la otra: «Mi marido es un ángel», y le dice la otra: «¡Qué suerte! El mío vive todavía».

—¿Hay chistes para hombres y chistes para mujeres?, ¿existe una guerra de sexos en el humor de la lengua?

—Hay unos que gustan más a los hombres y otros que gustan más a las mujeres. Y ahí entramos en el terreno de la salud actual del humor, que no está en su mejor momento. ¿Por qué? Porque nos han invadido las hordas de la corrección política. Ese afán de querer limar cualquier expresión que pueda resultar ofensiva ha ido limitando y vedando las fronteras del humor. El humor siempre ha sido por definición incorrecto, incisivo. No ofensivo, pero sí incisivo. Hay números de Martes y Trece que hoy serían impensables. Yo he tenido que dejar muchos chistes fuera porque podían resultar ofensivos. Hoy hay muchísimo temor a decir con naturalidad cierto tipo de cosas.