La historia de amor de Luna y Miguel, dos voluntarios que se conocieron en la dana: «Empezamos el 5 de diciembre, y el 31 nos casamos en la piscina de Sedaví»

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Fue un flechazo. En pocos días se declararon el uno al otro, y sellaron su compromiso con una preciosa celebración en la que no faltó detalle. El próximo 15 de agosto celebrarán otro enlace con sus familiares y amigos más cercanos
15 feb 2025 . Actualizado a las 09:42 h.Hace unos días Luna le quiso dar una sorpresa a su novio, Miguel, para celebrar su primer mes de «casados». Subió un vídeo a TikTok, «tampoco es que fuera gran cosa», dice ella, pero el tema se le fue de las manos. Literalmente. Nunca se imaginó cuando le dio a publicar lo que estaba por venir. Enseguida la empezaron a llamar de medios de comunicación, que querían entrevistar a la pareja del momento. Y es que lo que parecía un recuerdo especial, que recogía el instante en el que dos personas se daban el sí quiero, ha acabado por convertirse en una de las historias más bonitas que ha dejado la dana, que hace ahora tres meses arrasó Valencia.

Luna, sexóloga de profesión, no dudó en cerrar su consulta en Madrid y desplazarse hasta allí para aportar su granito de arena. El día 3 de noviembre estaba en Sedaví dispuesta a ayudar como voluntaria. Cuatro días más tarde llegó Miguel. «Yo estaba en mi año sabático —dice él—, había empalmado una cosa con otra, entre estudios y curros no había parado. Estaba decidiendo un poco qué iba a hacer con mi vida y pasó esto. No me lo pensé. Los productores y amigos de Omar Montes son de mi barrio, de Pan Bendito, vivo cerca de ellos y los conozco. Estaban haciendo una colecta, hablé con ellos para bajar, pero iban con las furgos llenas y me fui con otra amiga. El jueves 7 de noviembre llegamos al polideportivo de Sedaví. Yo iba para dos días, bueno, todo el mundo iba para dos días... ». «Es que no te podías ir de allí, te ibas y te sentías mal, la vida de fuera ya no te parecía que fuera vida realmente, sentías que hacías mucha falta en Valencia», apunta ella.
A pesar de estar en el mismo polideportivo, aunque en distintos pabellones, sus caminos tardaron en cruzarse. Los primeros días Luna se quedó a dormir en las instalaciones municipales, pero una chica afectada por la dana le dejó su casa, donde se alojó durante casi un mes, por lo que el encuentro no resultó tan sencillo. A finales de noviembre, ella se vio obligada a regresar a Madrid para retomar algunas citas con sus pacientes, porque necesitaba ingresos, y, antes de poner rumbo a la capital, se acercó al pabellón a despedirse de sus compañeros. El día que se iba conoció a Miguel. La casualidad quiso que el viaje se tuviera que posponer 24 horas, porque a la chica con la que se iba en coche se le pinchó una rueda. Unas horas que propiciaron el encuentro entre ambos. «Ese día yo ya me fijé en él, y, al parecer, él en mí también. ¿Qué pasa? Que la chica que me había dejado quedarme en su casa me dijo: ‘Me gusta el chico rojito’, —le dicen rojito porque tiene la cara roja—. El mismo que me gustaba a mí. Entonces me dije a mí misma: ‘Ya ni lo mires porque es el que le gusta a tu amiga’», cuenta Luna, que una semana después regresó a Valencia, y esta vez sí se alojó en el polideportivo.

«Cuando volví, esta chica, la que me dejó su apartamento y que me dijo que le gustaba Miguel, me cogió y me soltó: ‘Me gusta este, y este otro’. Al final, vi que no era algo tan especial, y que le gustaban varias personas, así que pensé: ‘Voy a por el chico’». Comenzaron entonces los cruces de miradas, de sonrisas, eso sí, manteniendo la distancia, porque cada uno seguía por su lado. Hasta ese momento, las únicas conversaciones que mantenían eran dentro del grupo de voluntarios. Ella trabajaba mano a mano con el coordinador de los voluntarios del polideportivo de Sedaví, que casualmente era el mejor amigo de Miguel.
DECLARACIÓN DE AMOR
Dice Luna que era superevidente que entre ambos había química. «Yo no le decía ni mu, porque yo nunca he dado el primer paso, pero esta ocasión fue la excepción. Pero es la primera vez que me pasa esto, porque no suelo ser yo la que le dice a alguien que me gusta, sino que lo dejo caer con una mirada, con un comentario, y que pase lo que tenga que pasar, pero con este tío ‘se me hace la piedra’».
Ella sentía que tampoco pasaba desapercibida para él, pero no lo podía asegurar al cien por cien, así que antes de tomar la iniciativa, le dijo a una amiga que hiciera un poco de FBI para averiguar si tenía novia y dar finalmente el paso. Una vez que supo que estaba soltero, su amiga la animó. Le dijo: «Vete a por él». Estuvo dos días pensando cómo le iba a decir que le gustaba. El 1 de diciembre, apenas unos días después de conocerse, le escribió. Mantuvieron una conversación breve y sobre algo rutinario. Realmente, no fue hasta dos días después cuando decidió declarar sus sentimientos.
Comenzaron a escribirse por WhatsApp. Ella lo citó en las duchas del polideportivo. Le puso de excusa que quería enseñarle que funcionaban, a pesar de que estaban llenas de barro, solo que al no haber luz, la gente no las usaba. Una vez allí, iluminados únicamente por el resplandor de la pantalla del móvil, Luna le dijo que había estado «tres tardes y tres noches seguidas duchándose, pensando en cómo decirle que se moría por darle un beso». «Así se lo solté, pero también le dije: ‘Daría lo que fuera por darte un beso, pero soy sexóloga, y el tema de robar cosas a una persona me choca un poco. Así que me toca preguntártelo. Llevo días mirándote, me gustas mucho y creo que se me nota. Y si no se me nota, ya te lo he dicho. Y ya me callo porque me pongo tonta’».
La escena que vino a continuación estuvo lejos de ser de película. Él se empezó a reír. «Si él ya es rojo, se puso el doble de rojo», apunta Luna. «Me dijo: ‘Pues va a ser que no’. Yo le pregunté si tenía pareja, pero me dijo que llevaba más de cuatro años soltero. Me dijo que tenía el chip desconectado, que no confiaba en las mujeres, ni creía en el amor. Que lo sentía mucho».
A pesar del chasco, Luna le envió un wasap casi al momento para advertirle de que no dijera nada de lo que acababa de pasar. Se enviaron otros mensajes subidos de tono sin más, pero el giro de guion llegó al día siguiente, cuando él le escribió «un testamento», donde le confesaba que es una persona que necesita hablar mucho consigo misma, y que por las circunstancias no había mucho tiempo para hacerlo, que necesitaba reflexionar, que le diera unos días y que a la vuelta de su viaje a Madrid —porque en principio Luna se iba a ir unos días— tenían una conversación pendiente. «Yo le tenía que dar un par de vueltas a las cosas, yo no quería amores, estaba retirado, tenía que procesar que estaba enamorado de ella, porque no contaba con eso, en ese momento. Yo estaba sacando barro, ayudando a la gente, ni mucho menos pensando en el amor», confiesa Miguel.
LA PEDIDA
Finalmente, ella no se movió de Valencia, por lo que no hubo pausa en esta incipiente historia de amor. Ella insistió de nuevo por WhatsApp, quería saber a qué tenía miedo realmente. Y él le cogió el guante, le empezó a contar, y acabó confesando también sus sentimientos. Todo fluyó tan positivamente que al día siguiente hicieron oficial su relación. Y a partir de ese 5 de diciembre apenas se han separado. Cuentan que lo que estaban viviendo hizo que todo fuera más intenso que en otras circunstancias. Comían juntos, cenaban juntos, dormían juntos... Los días iban pasando, y la relación se iba consolidando a marchas forzadas en aquel polideportivo arrasado por la dana. Celebraron el cumple de ella, y también las Navidades. La noche del 24, Luna se fue a la cama, por decirlo de alguna manera, que estaba en la sala de pilates, antes que él, que siguió festejando la Nochebuena con el resto de voluntarios. Cuando él subió sobre las siete de la mañana, ella se desveló y le dijo que estaba «muy guapo» con el traje gris que llevaba puesto. Y algo más. «Te va a parecer una locura lo que te voy a decir, pero solamente me falta el vestido de novia para ir preciosa, porque pareceríamos de boda», le soltó ella cuando ya casi estaba amaneciendo el día de Navidad en Sedaví. El órdago no fue en vano. «¿Y por qué no te pones el vestido de novia?», le contestó él. «Porque no tengo, porque nunca me he casado», le dijo Luna, que hasta ese momento pensaba que nunca en la vida daría ese paso. Pero él insistió. «No me estás entendiendo, que por qué no te lo pones, yo quiero empezar el año siendo tu esposo». Sí, como leen. Luna no estaba soñando. Le estaba pidiendo matrimonio.
«Soy la primera persona que te diría que todo tiene un tiempo, pero veo a tantas parejas en mi consulta que llevan años y años, y que tampoco tenían esa conexión al principio... Es cierto que la sociedad estipula un tiempo para que tengas, como quien dice, las puntuaciones correctas: conoces a un chico, vivís juntos, os casáis, tenéis hijos... Pero cuando no es así, rompe los esquemas. Yo no me suelo dejar llevar así, no es un comportamiento habitual mío, de hecho, mis amigos se quedaron flipando. Yo he tenido dos parejas en mi vida, de tres años cada una. Nunca he salido con un chico menor que yo. Soy madre, tengo dos hijos, un niño de 11 y una niña de 6, tengo mucha vida, mucho recorrido... Para mí cualquier persona que no tenga la edad mental que tengo yo, que me considero avanzada por toda mi experiencia... no me suele valer. Cuando veo a una persona de veintipico la asocio a alcohol, fiestas y poca cosa más, vamos, que no quieren responsabilidades».... Pero conoció a Miguel y, efectivamente, sus esquemas se vinieron abajo. No se lo pensó dos veces y le dijo que sí. Él se quedó dormido. Ella, en cambio, no podía de la excitación. Y empezó la cuenta atrás para organizar la boda.

Ella se fue a Madrid a atender la consulta por unos días, y, de paso, a buscar un vestido de novia. Él se quedó en Valencia, encargado de encontrar unos anillos. Una misión imposible. Él ni siquiera lo pudo encontrar de su talla, porque las joyerías aún estaban reponiendo stock. Luna tenía pensado volver el 31, pero adelantó un día la vuelta. Un día que aprovecharon para comprar el traje de él, porque el resto estaba todo más que pensado por Luna, que tenía muy claro cómo lo quería, ya que en su día tuvo una tienda de decoración en Barcelona.
La boda
Dicen los dos que el 31 fue un día de «locos». Luna quería llenar toda la piscina de velas, y como tenían al lado un almacén de donaciones, donde había muchas que ya no se iban a utilizar porque ya había vuelto la luz, Miguel cogió todas las que encontró. Los invitados, por supuesto, fueron los voluntarios con los que llevaban semanas conviviendo. Nadie más. «Teníamos claro que queríamos que las familias y las amistades más cercanas se enterasen por las redes sociales o cuando ya nos hubiéramos casado. —El 15 de agosto nos casamos otra vez en Murcia con nuestras familias y amigos más cercanos—. Nuestros compañeros se enteraron un día antes, yo le dije a Miguel que se buscara un cómplice para que le ayudara, pero que no dijera nada, porque estas cosas solo salen bien cuando las haces en secreto. Si lo contaba, la gente me iba a empezar a decir de todo, y no quería, a mí la dana me afectó muchísimo, estaba muy triste y quería evitarme esos comentarios», señala Luna, que solo se lo confesó a una voluntaria para que hiciera de dama de honor.
Una peluquera, que había perdido todo por la dana y que suele peinar a las falleras, le regaló el peinado y el maquillaje. Ella se encargó de comprar los globos, incluso pidió el velo y el arco por Amazon. Todo estaba casi ya preparado para oficiar la ceremonia, pero cuando llegó de la peluquería y entró en el polideportivo casi le da un patatús. En principio, la ceremonia iba a ser en un pequeño césped que había en la piscina exterior, una opción que tuvo que descartarse porque empezó a llover. Y cuando ya tenían acondicionado un salón dentro, aparecieron los efectivos de la UME para quitar el barro del sótano, y lo que estaba limpio y preparado dejó de estarlo. «Entré con un ataque de ansiedad, literalmente, empecé a gritarles a todos. Vino uno a hablar conmigo, me dijo si necesitábamos algo, y yo le dije que ya era bastante desastre la cosa, que, por favor, que se fueran, que no podía ser que nos hubiéramos roto el lomo limpiando, para que ahora pasaran con las botas y estuviera todo de barro otra vez. Me dijeron si nos ayudaban en algo, y le pedimos que se fueran, que ya lo arreglábamos nosotros. Era ya casi la una de la tarde, y nos tocó ponernos a limpiar», indica Luna.
Más o menos todo salió rápido. Y por fin, a las siete de la tarde, cuando terminaron de limpiar y decorar todo, se pudieron dar el ansiado «sí, quiero». Cuando ella estaba bajando las escaleras de camino al altar, llegaron «empapados», pero justo a tiempo, unos compañeros que se habían quedado tirados con el coche. Mientras sonaba I Will Always Love You de Whitney Houston por fin se encontraron delante del improvisado altar.
La solidaridad de vecinos y afectados fue tremenda. Unos llevaron unas pizzas y algo de bebida para brindar. Otros, un castillo de fuegos artificiales. «Las sillas eran de plástico rojo, no combinaban con nada, pero me daba igual. Fue una boda humilde, pero muy, muy bonita», cuenta Luna, que todavía recuerda el «espectacular» que Miguel le soltó nada más verla. «No me quería dar un beso, me dijo que no se podía hasta después», apunta él.
LA VUELTA A MADRID
Celebraron la boda, y también tuvieron tiempo para despedir el año. «No teníamos uvas, creo que fue el Fin de Año más loco de mi vida», dice ella. La noche de bodas la pasaron en el polideportivo de Sedaví, pero no sabían que varios voluntarios, compañeros de faena, les tenían preparada una sorpresa para el día siguiente. Les regalaron una noche en un hotel de la zona, que no se había visto afectado por la dana, para que tuvieran algo más de intimidad, aunque ellos confiesan que tenían sus estrategias para encontrarla, y allá se fueron en un coche decorado con globos.
Tardaron unos días en volver a Madrid, pero a mediados de enero tuvieron que hacerlo por trabajo. Aunque él vive con sus padres y ella comparte piso, ya están buscando una casa en el campo para vivir juntos. Pero este no será el único proyecto en común. «Al ser yo sexóloga, vamos a empezar a dar charlas sobre sexo, clases, a los hombres de España, porque muchos son fatalities». Miguel enseguida responde. «Yo creo que mal no funciono». Y Luna lo confirma. «Es un aspecto en el que nos entendemos demasiado bien, es uno de los puntos fundamentales por los que tenemos esta conexión tan fuerte». Sin embargo, no se olvidan de Valencia. Tienen pensado regresar en unos días, dicen que hace falta mucha ayuda, sobre todo con las reformas, hay casas que no son habitables todavía. Esta historia no ha hecho más que empezar. De hecho, Miguel está pensando continuarla. Tiene en mente escribir un libro, junto a su amigo, el coordinador, para contar todo lo que vivieron dentro de ese polideportivo, que aseguran «les marcó de por vida». No es para menos, entraron solteros y salieron convertidos en marido y mujer.