
El modista celebra los 30 años de su taller con una muestra en Madrid en la que no faltan sus vestidos más icónicos: del rojo amapola de la reina Letizia al de goyesca de la infanta Elena
20 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Lorenzo Caprile fue un adelantado a su tiempo. Mucho antes de que las cuentas de moda nupcial arrasasen en Instagram, este madrileño de origen italiano aseguraba que a la hora de diseñar pensaba más en cómo quedarían sus creaciones en una fotografía que en vivo y en directo. Además de adelantado el modista tuvo algo de pitoniso. Del local que tiene en la milla de oro madrileña han salido piezas clave para entender el devenir de nuestro país, y que a veces para ilustrar buenas nuevas, y otras noticias vergonzosas, colorean imágenes de recurso para televisiones, revistas del corazón e incluso libros de historia.
El jurado de la recién estrenada temporada celebrity de Maestros de la Costura lleva varios meses de celebración gracias a una exposición con la que la Sala Canal de Isabel II de la capital rinde homenaje a sus treinta años de carrera. La retrospectiva es un paseo por el tiempo que arranca, para el gran público, el 4 de octubre de 1997.
Para muchos, aquella jornada otoñal solo tenía dos protagonistas: Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarín. La segunda hija de los reyes de España estaba a punto de contraer matrimonio con un apuestísimo jugador de balonmano en la que sería la boda del año —no tanto de la década, pues meses antes se habían casado la infanta Elena y Jaime de Marichalar, y meses después Eugenia Martínez de Irujo y Francisco Rivera, cuyo enlace juntó unas sagas imbatibles en lo que a atracción popular se refiere—. Como era de esperar, todos los ojos estaban puestos en la novia y su regio, distinguido y un pelín polémico vestido de Lorenzo Caprile. Cristina apareció impecable con un traje que sus padres habían encargado a este modista, y que generó aplausos y controversia a partes iguales. Muchas voces, ahora entendidas como carcas, abrazaron que la infanta se entregase a una feminidad de la que no parecía demasiado amiga; mientras algunos, también carcas, le achacaron que los hombros asomaban más de lo debido para una novia de su nivel.

Caprile se convirtió entonces en el niño bonito de las damas de la alta sociedad española que pretendían emular, a su modo, una boda con tanta pompa como la de los entonces duques de Palma. Su fama no hizo más que crecer gracias a que la Casa Real le otorgaba día sí y día también portadas en las revistas más codiciadas del panorama nacional, pero su salto internacional llegó sin duda en el 2004, esta vez de la mano de una aspirante a alteza. Letizia Ortiz Rocasolano se convirtió en reina pasando de plebeya a diva de Hollywood. Tan solo una semana antes de comprometerse en firme con el trono, la otrora periodista hizo su particular puesta de largo en la boda de los —ahora— reyes de Dinamarca con una prenda que dejó ojiplática a medio mundo. El que ya es un icono de la indumentaria de la realeza española, aquel vestido rojo amapola, fue la declaración de intenciones de una chica que, con sus ondas al agua, se adelantó a esa Marca España que años después intentaría exportar el Gobierno de Aznar.

El diseñador se quita méritos siempre que puede. Según sus palabras, ni esperaba tal revuelo ni sabía cuando la ahora reina iba a lucir el traje que ese año la colocó en las listas mundiales de las mejor vestidas, pues el vestido formaba parte de un ajuar de gala que Zarzuela había encargado para la futura princesa de Asturias.
Este es uno de los vestidos que pueden verse en la muestra de la Sala Canal de Isabel II, y probablemente el más famoso junto al que su cuñada, la infanta Elena, lució en la boda de los príncipes de Suecia en el 2010.
A la catedral de San Nicolás, en Estocolmo, Elena llegó sola. Pero con la alargadísima sombra de Jaime de Marichalar cargando, casi literalmente, sobre los hombros. El «cese temporal de la convivencia» se había hecho público hacía no demasiado, y la primogénita de don Juan Carlos y doña Sofía demostraba no solo que estaba bien, sino que sola era capaz de brillar. Enfundada en un vestido rosa acompañado de una torera de inspiración goyesca de Caprile consiguió a medias el que parecía ser su objetivo. Desvió la atención de los motivos de su separación, pero la centró en un look que recordaba demasiado a las filias estilísticas de quien ya no era su compañero de viaje. Con todo, y con el modista madrileño de la mano, se consagró por méritos propios como la royal más sofisticada y arriesgada de la velada.

Aunque el nombre de Lorenzo Caprile está ligado de manera irremediable a la realeza, es cierto que en los últimos años ha dejado de ser uno de los diseñadores de cabecera de la actual reina —niega la mayor respecto a cualquier conflicto con la soberana— para poner el foco en celebridades televisivas y del mundo de las redes sociales.
Una de sus grandes musas es Anne Igartiburu, que durante años ha apostado por «el rojo Caprile» para dar las campanadas en Televisión Española. La irrupción de Cristina Pedroche en la parrilla televisiva de Fin de Año no alteró un ápice los estilismos atemporales de la vizcaína, aunque sus vestidos no se hiciesen tan virales como la oda a la carne de su compañera de Antena 3.

Lorenzo Caprile está por encima de las tendencias, tanto que ha llegado a considerar que «la sociedad nunca ha vestido tan mal como en esta época». A su manera clásica de entender la moda —bebe sobre todo de Balenciaga y Pertegaz— se suman señoras bien de toda España, pero también un ramillete de chicas que valoran la mano única del modista para uno de los días más importantes de su vida. La influencer Marta Lozano consiguió saltar de la pantalla del móvil al papel satinado gracias a su vestido de boda: un traje de princesa que solo pudo salir del taller que mejor las conoce.