El amor contra todo y contra todos de Luz y Guillermo: «Mi marido me lleva 30 años y mi madre durante mucho tiempo no lo dejó entrar en casa»

MARTA REY / S.F.

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Luz y Guillermo el día de su boda en julio del 2014. Ella tenía 30 y él 60
Luz y Guillermo el día de su boda en julio del 2014. Ella tenía 30 y él 60 -

Luz y Guillermo se casaron cuando ella tenía 30 y él 60. Lo que fue un auténtico flechazo, se convirtió en una carrera de obstáculos para que ambas familias lo aceptasen. A pesar de las dificultades, continúan juntos y tienen un hijo en común, Dante, de 7 años

24 feb 2025 . Actualizado a las 18:41 h.

Luz llevaba 13 años de relación con su anterior pareja cuando sintió un flechazo por su actual marido, Guillermo. Pero su historia no ha sido fácil. Fue en marzo del 2014 cuando ambos se vieron por primera vez. «Yo trabajaba en un coro en esa época en el que estábamos unas 50 o 60 personas. El decidió entrar y junto con otros coros de Extremadura montamos un espectáculo de ópera», explica Luz. Y surgió el flechazo. «Estábamos en un bar tomando unas cervezas con más gente. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que ese hombre al que acababa de conocer iba a ser mi marido y el padre de mis hijos. Ahí me di cuenta de que el amor era otra cosa, que el amor no era el compañerismo de crecer juntos y conocerse e ir descubriendo el mundo, sino que era pasión, descubrimiento, flechazo, primeras impresiones...», confiesa. Luz tampoco sabía que él era 30 años mayor que ella. «Al principio no sabía ni su edad, ni dónde vivía, ni si tenía hijos... Solamente sabía que trabajaba en Mérida, que era profesor de universidad y que estaba en el coro», detalla.

Por aquel entonces, Luz también vivía en Mérida junto a su expareja. «Yo llevaba con mi novio de toda la vida 13 años. Lo conocí cuando tenía 17. Teníamos nuestra casa y un perro, que, de hecho, todavía tenemos. Habíamos decidido que dentro de un par de añitos nos íbamos a casar», cuenta. Pero un día Luz quedó con Guillermo para tomar un café y todo cambió. «Quedamos y le dije que estaba muy enamorada de él, que yo lo había visto y pensaba que era el hombre de mi vida. Él me dijo en un principio que no, porque yo tenía la misma edad que su hijo y se acababa de divorciar», afirma. Luz lloró de rabia y se marchó. «Dos días después me dio un ataque de ansiedad y era algo que no me había pasado nunca. El corazón se me desbocaba, pensaba que me iba a morir», recuerda.

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«No tenía adonde ir»

Ella no quiso contarle nada de lo que había pasado a su expareja para no hacerle daño, aunque después de aquel episodio llamó a Guillermo una vez más. «Le di las gracias por haber sido sincero y le dije que aquello se quedaba allí. Que no lo volvería a llamar», explica. Pero esta vez fue Guillermo quien la llamó a ella. «Me llamó a los dos o tres días para quedar conmigo y hablar de lo que había pasado. Ahí ya empezó todo y fue cuando me tuve que sentar con mi expareja y explicarle lo que me pasaba. Él me dijo: ‘Lo que tú tienes es una aventura y eso se te va a pasar. Lo que te pido es que vivas la aventura con ese hombre, pero que no me abandones, no me dejes’», confiesa Luz, que asegura también que la ruptura fue bastante dura hasta que finalmente dejó el piso que compartía con su novio. «Era complicado, porque yo no tenía dinero ni ningún sitio adonde ir. La opción que había era la de volver a casa de mi madre que estaba a 100 kilómetros y eso suponía dejar la relación que estaba empezando. Así que decidí en contra de la voluntad de mi familia, que en aquel momento no sabían lo que me estaba pasando, quedarme en Mérida, a pesar de no tener nada de dinero», afirma.

«Me pidió matrimonio en el cuarto de baño. De los nervios me empezó a doler la barriga y pensamos que era apendicitis»

Un poco después, en julio, antes de marcharse a un piso de alquiler junto a otras chicas, Luz llamó a su madre para explicarle que se había enamorado de un hombre que le llevaba 30 años y que quería casarse con él. «Él insistía en que para que la relación funcionara era mejor no convivir desde el primer momento. Pero aquello era insostenible para mí, porque no tenía cómo pagar el alquiler», confiesa. Fue entonces cuando él le planteó irse a vivir juntos. «Me dijo que nos fuésemos a una casa que sus padres tenían en el pueblo, en Olivenza. Como él era el mayor de los hermanos, les pidió permiso a todos para que viviésemos allí. Además necesitaba una reforma», detalla. Aprovechando los arreglos de la casa, Luz decidió que era el momento de que él conociese a su entorno. «No avisé, lo llevé directamente a casa. Mi madre vio el panorama y se enfadó muchísimo. No nos dejó subir a ninguno de los dos a casa, hablamos en la escalera. Me dijo llorando que la había decepcionado y que había fracasado como persona al haber hecho eso», confiesa. Y a partir de ese instante la relación con ella se deterioró.

A pesar del mal trago que pasó la pareja, la relación avanzó rápido. «Me pidió que me casara con él en el cuarto de baño que estaba recién reformado. Me puse muy nerviosa y me entró un dolor en el estómago tremendo que pensábamos que era apendicitis. Tuve que ir al hospital», cuenta. Pero los nervios tenían una explicación. «Pensaba que para casarte con alguien tenías que conocerlo un poco más, no habernos conocido en marzo y casarnos en agosto», puntualiza. Guillermo quiso asegurarse de que Luz no quedase desamparada en caso de que a él le pasara algo, por lo que preparó enseguida los papeles para ser pareja de hecho. «Le dije que pareja de hecho no. Yo había soñado con casarme por la Iglesia, en mi pueblo, con mi vestido, con mi familia...», indica Luz.

Pasaron los meses y por fin terminaron con la obra de la casa. «El 1 de noviembre del 2014 ya estaba lista para entrar a vivir. Coincidió justo con mi cumpleaños. Yo invité a mis hermanos y a mi madre y él invitó a los suyos, que vinieron todos. En mi caso los míos también vinieron, pero mi madre no. Allí, delante de todos, me pidió que me casara con él. Yo me asomé por el balcón de la casa y él paró el tráfico con el anillo en la mano. Lo lanzó para arriba y no llegó, se cayó en la calle y después tuvimos que ir a buscarlo», recuerda entre risas. A los hijos de Guillermo los conoció posteriormente. «Su hijo lo aceptó y entablé una buena relación de amistad con él. Me ayudó con todos los preparativos de la boda, pero a su hija no la conocí hasta después del enlace, porque ella nunca ha aceptado nuestra relación. De hecho, a nuestro hijo, su hermano, que ya tiene 7 años, no lo conoce. Aunque sí que le ha dado cosas a través de terceras personas», explica. El 4 de julio del 2015 Luz y Guillermo se dieron el sí quiero. Ella tenía 30 años y él 60.

 

Guillermo y Luz con su hijo Dante, de 7 años
Guillermo y Luz con su hijo Dante, de 7 años

El padre de Luz quiso ir al enlace por todos los medios y su madre acabó aceptando. «Mi padre tenía un carácter parecido al de mi madre, pero cuando le dio el ictus le cambió y se volvió más amable y más cariñoso con sus hijos. Él sí aceptó a Guillermo y le dijo a mi madre: ‘Es la felicidad de tu hija. Si es lo que ella quiere y la trata bien, ¿por qué nos vamos a meter nosotros en el medio?’», explica emocionada.

Todo salió fenomenal, pero poco después la felicidad se vio truncada. «En septiembre Guillermo empezó a encontrarse mal con fuertes dolores en la parte de la vejiga. Se hizo una biopsia y le diagnosticaron un cáncer de próstata bastante grave, que había que operar rápido. Le dijeron que después de la cirugía tendría incontinencia, y, por supuesto, que no iba a poder tener hijos. Antes del diagnóstico, mi marido se adelantó y congeló su esperma por si le pasaba algo y que así yo pudiese tener un hijo suyo», detalla.

Dante, un niño deseado

Comenzó así una carrera a contrarreloj. «Fuimos a un oncólogo que era amigo nuestro y con todo el preoperatorio hecho, le vio el historial y le recomendó que no se operase porque el tumor estaba muy localizado, era grande y había que reducirlo con radiación», indica. Tras confiar en multitud de terapias, el episodio acabó en un susto. «Este oncólogo lo mandó a otro especializado en cáncer de próstata y le prescribió una medicación oncológica para que siguiera hasta abril. Fuimos a Madrid y lo metieron en las listas de espera para radiar. En mayo le hicieron una gammagrafía y otra biopsia previa la radiación para saber de qué tamaño era el tumor. En la biopsia no aparecía absolutamente nada», confiesa.

Para celebrarlo, se marcharon de viaje. «Nos fuimos de vacaciones y en septiembre me quedé embarazada, pero no había feto. Estaba la placenta, pero sin embrión, como un embarazo falso. Es lo que antes se llamaba ‘huevo huero’», explica. Fue entonces cuando recurrieron a la clínica donde él había congelado el esperma previamente. «Allí me dijeron que por la edad que tenía Guillermo, el niño podía salir con una malformación congénita. Me recomendaron hacerme una fecundación in vitro, porque ahí se aseguraban escoger el mejor embrión. También descubrí que solo me funcionaba un ovario y que tenía el 35% de posibilidades de quedarme embarazada», cuenta. Sin embargo, en el primer intento lo consiguieron y así nació Dante. «Iba a llamarse Daniel por un amigo, aunque también me gustaba Hugo. A mi marido le gustaba Ezequiel, pero a mí me espantaba. Al final fue Dante. Me acuerdo de que dando a luz en el hospital, las enfermeras me decían que le cambiara el nombre, que le pusiera Hugo aunque no le gustase a Guillermo», bromea.

Después del nacimiento de su hijo las cosas con su madre se suavizaron, aunque por poco tiempo. «Los hermanos de mi marido nos dijeron que no nos podíamos quedar más en la casa de Olivenza. Nos echaron a los tres porque llevábamos en la casa cuatro años y tenían miedo de que si a Guillermo le pasaba algo y se moría yo me quedase con la casa. Así que mi madre me propuso que el niño y yo nos fuésemos con ella, pero mi marido no. Imagínate. Volví a cortar la relación con ella», detalla.

«Quiero el divorcio»

En la pandemia, el padre de Luz falleció y ella todavía arrastraba una depresión posparto muy grande. «Cuando el niño tenía 2 años me volví loca. No sabía lo que me pasaba. Rechazaba a Guillermo y estaba fuera de mí con él, y eso que era el único que estaba a mi lado. No podía entender cómo a mi padre, que se llevaba poco tiempo con él, le había pasado eso», relata Luz, que en ese tiempo, volvió a quedarse embarazada, pero lo perdió a los dos meses y medio. Entonces, en esas duras circunstancias, el hijo mayor de Guillermo tuvo que irse a vivir a su casa para echarles una mano con el bebé.

Tras recuperarse, en la clínica reproductiva le dijeron que podría volver a intentarlo. «Yo iba feliz a decírselo a mi marido y en el coche me dijo que no tendría más hijos conmigo. Llamó a la clínica para donar esos dos embriones con su consentimiento, pero sin el mío. La clínica me avisó para que fuese a firmar un papel que desconocía. Solo tenía dos opciones: o lo denunciaba para quedarme con ellos o firmaba ese papel. En aquel momento lo firmé y le pedí el divorcio», afirma.

Entre el papeleo y la mediación familiar, Luz se fue de casa en mayo del 2021, pero posteriormente volvió. Y en octubre tocó fondo. «Una noche no pude más e intenté suicidarme. Quería acabar con el dolor de la separación y de todo lo que ocurrió. Nosotros teníamos una terraza enorme que daba a dos calles. Estaba en la tercera planta. Me subí allí y la puerta que daba a esa terraza era de madera y golpeaba. El se despertó, me vio en la barandilla y me metió dentro», confiesa.

Durante todo ese tiempo, Luz hizo un trabajo intenso de terapia. En septiembre del 2022 ambos se sentaron a hablar y a solucionar las cosas. «Él me dijo que se arrepentía de lo que había hecho y yo le pedí perdón por el daño que le había causado», explica. Fue entonces cuando se lanzó a escribir una novela que le sirvió como desahogo. «Ahí me empecé a recuperar y escribir mi testimonio en mi novela, La luz de mi vida», indica.

En medio de la tormenta, Luz y Guillermo supieron navegar las dificultades y llegar hasta unidos hasta aquí. «Ahora él tiene relación con mis hermanos, y yo he recuperado la mía con mi madre... Creo en el perdón porque vivir en el odio no te lleva a nada bueno», concluye.