Uxía Taboas, viguesa de 25 años: «Superé un linfoma a los 22 y nunca dejé de bailar»

Candela Montero Río
Candela Montero Río REDACCIÓN / LA VOZ

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Oscar Vázquez

Hace tres años, superó la prueba más dura de su vida. «Al principio decía que cuando se me cayese el pelo no iba a salir de casa», recuerda. Finalmente, llegó el alivio después del calvario y, aunque agradece que todo haya salido bien, sigue pensando que es injusto: «Estar viva no debería ser una recompensa»

03 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Uxía Taboas tuvo que aprender muy pronto lo que es estar contra las cuerdas. Con solo 22 años le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin, un tipo de cáncer que afectan al sistema linfático. Ahora, con 25, atiende a la entrevista justo el día en el que se cumplen tres años desde que le dijeron que estaba curada. Es lo primero que cuenta, y ya no hace falta ni preguntarle si tiene algún problema en tocar el tema, porque ella misma empieza a relatar todo lo necesario. Explica las cosas con detalle y responde a todas las dudas, sin tapujos ni tabúes. «Siempre prefiero que me pregunten antes de que hablen sin saber», deja claro.

El proceso de diagnóstico fue largo e incierto: «Tardaron más de dos meses en detectarlo. Empecé con dolor en la axila, me picaba todo el cuerpo y estaba muy cansada», recuerda. Antes de llegar al diagnóstico correcto tuvo que pasar por varios erróneos, que fueron desde una rotura de fibras hasta mononucleosis o sarna. Cuando, por fin, dieron con la enfermedad, fue devastador: «Cuando te dicen que tienes cáncer y, además un linfoma, que es bastante desconocido y la gente no lo entiende, se te viene a la cabeza lo peor», explica. «Cuando te dicen la palabra cáncer lo primero que piensas es: ‘Me voy a morir'. Hay mucha desinformación», añade. A continuación, una mezcla de sensaciones y muchas dudas de todo tipo: «Fue un proceso difícil. Me preguntaba mucho por qué me había tocado ese cáncer y no otro, y los médicos me decían que me iba a arrepentir de decirlo, porque es uno de los que mejor pronóstico tienen», añade.

Pero, paradójicamente, tener un diagnóstico supuso, por otro lado, cierto sosiego: «Por otra parte, me quedé más tranquila, porque ya sabía lo que tenía. Llevaba dos meses mal, sin poder hacer muchas cosas y eso me angustiaba», cuenta. Entre esas «muchas cosas» está la que fue, y es, una de sus pasiones: la danza. «No podía bailar, porque me cansaba mucho, y en cuanto sudaba, me empezaba a picar el doble el cuerpo», recuerda Uxía.

Después de poner nombre y apellidos a su enfermedad, se sucedieron las citas médicas hasta que comenzó con el tratamiento. Recuerda que la primera cita con la hematóloga que se encargó de llevar su caso fue abrumadora: «Ella me contó la realidad, tal y como era, sin endulzarla», dice. En esa cita le explicó cómo serían los siguientes pasos: «Sales de esa consulta saturada: con el tema de la quimio, el tema del pelo, el tema de los óvulos...», dice.

Defiende que «el pelo» no es una cuestión menor en términos de salud mental y la frase de «el pelo crece» es, para ella, lapidaria: «Cuando ves a una persona sin pelo la relacionas con que está enferma. Hasta ese momento no te miran con compasión ni piensan que te vas a morir», dice con crudeza. «Pero en cuanto no lo tienes —continúa—, te tratan de otra manera, y la gente enferma lo que menos quiere es que la traten como gente enferma». Llegó a plantearse encerrarse si eso pasaba. «Al principio decía que cuando se me cayese el pelo, no iba a salir de casa, que yo no quería ir calva por ahí para que me mirasen con pena», admite.

Después, empezaron las elecciones. «La primera decisión que tuve que tomar fue si quería congelar óvulos o no, porque el tratamiento te puede dejar estéril. Pero yo, con 22 años, no pensaba en tener hijos», reflexiona. Ella decidió congelarlos y, a continuación, empezó el tratamiento. Ocho meses y doce sesiones de quimioterapia (una cada dos semanas) después, su linfoma estaba en remisión. «Te ponen la última sesión y te hacen un TAC. Pero ahí aún no te dan el alta, tienen que pasar cinco años. Así que a mí aún me quedan dos», explica.

Lo primero que pensó fue «en disfrutar». «Vuelves a la rutina y te quieres comer el mundo, quieres vivir todo el tiempo que no pudiste antes», explica. Sin embargo, confiesa que no fue tan sencillo: «Cuesta volver. Ni tu vida, ni tu cuerpo, ni tu mentalidad son los que eran». Uxía lo notó, especialmente, con sus amigos. «Tú estuviste enferma y tuviste probabilidades de estar muerta, pero ellos la muerte la ven como algo muy lejano», relata. Ahí fue cuando notó una mayor distancia con sus coetáneos: «Tienes amigos que le dan prioridad a ahorrar para su futuro y tú eres incapaz de pensar en eso», pone como ejemplo. Por eso, para ella el cáncer se compone de tres procesos: «Antes de que te lo diagnostiquen, la lucha contra la enfermedad y la recuperación. Para mí son los tres igual de duros».

Sin embargo, la pregunta de «¿por qué a mí?» nunca desapareció: «Es cierto que sientes gratitud por estar viva, pero creo que estar viva no debería ser una recompensa. Todo el mundo está vivo, es injusto que tú tengas que pasar por eso para estarlo», defiende. «Algo que me suelen decir es que fui muy valiente, pero yo no lo creo porque yo no lo decidí, no me quedó otra», reflexiona.

Una red de apoyos

Cuenta esta viguesa que, según su experiencia, el proceso de sobrellevar la enfermedad se divide en tres partes: «Para mí, el linfoma y la quimioterapia son un 20 %, cómo te lo tomas es un 40 % y el resto lo hace tu entorno». En ese 80 % que suman la actitud y los acompañantes, en el caso de Uxía influyeron varios factores.

En primer lugar, el apoyo psicológico. Recuerda que ella «intentaba verlo como algo circunstancial, como una etapa», pero admite que, aunque «ser mentalmente fuerte ayuda, pero no hace milagros» y cuenta que ella tenía dos psicólogas: «La primera era la de pago y empecé a ir antes del diagnóstico, porque yo estaba mal, pero no sabía por qué, y eso me estaba afectando. Cuando supe lo que tenía llamé a la AECC y ellos me pusieron otra psicóloga», explica.

Otro de sus «refugios» fue, por supuesto, la danza. Cuando empezaron los primeros síntomas, Uxía era profesora de baile y, aunque en ese momento tuvo que dejarlo profesionalmente, nunca paró del todo. «Es mi pasión. Incluso durante la enfermedad, seguía bailando y era mi momento de despejar. Me cansaba mucho, pero me hacía sentir que en algo todo seguía igual», recuerda.

En contra de lo que pensaba inicialmente, también le ayudó compartirlo en redes sociales. «Cuando me lo detectaron no quería subir nada. No quería que se diesen cuenta de que estaba enferma, porque no quería que sintiesen lástima por mí», confiesa. En aquel momento calcula que tendría alrededor de unos 20.000 seguidores, ahora roza los 50.000 y, echando la vista atrás no se arrepiente de haberlo hecho público. «Empecé a contar mi experiencia para poder ayudar a la gente que se podía ver identificada con la situación y, al final, la comunidad me ayudó muchísimo», recuerda. «La mayoría te apoya y solo tienen palabras bonitas para ti. En eso, las redes son maravillosas», defiende Uxía. Otro factor clave de su red de apoyos fue su entorno: «Es muy importante que tu familia y tus amigos sean comprensivos, pero no compasivos. En mi caso, todos estuvieron ahí para apoyarme y nunca me sentí sola». Sabe que para ellos tampoco fue fácil: «Para los más cercanos también es duro, porque ellos quieren ayudarte y hacer algo por ti, pero no pueden», lamenta.

Uxía confiesa que, a día de hoy, a veces le «entran paranoias». «Cuando te pones mala tu cerebro se va a lo peor. Hay gente que cuando se cura vive con el miedo toda la vida», explica. Ya ha superado el ecuador del camino al alta y dice que piensa «muy poco» en la posibilidad de volver a enfermar. «A veces sí que me viene esa idea y pienso: «¿Y si recaigo ahora?» Mi vida ya tiene un rumbo, no quiero pensar en otro parón y tener que volver a empezar».