Nieves Argibay, orientadora: «Hay estudios que dicen que corregir los exámenes con boli rojo provoca ansiedad en el alumno»

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«Más importante que el color son los comentarios del profesor, que también debe señalar lo que hace bien el estudiante», dice Argibay, que asegura que «un examen está bien planteado cuando se puede hacer en 50 minutos»
09 mar 2025 . Actualizado a las 19:18 h.En un contexto en el que todo prende fácil con la mecha siempre rápida de las redes, se viralizó hace unos días el vídeo de una profesora a la que le llovieron las críticas por corregir los exámenes con bolígrafo rojo. Lo cierto es que esta y otras muchas cuestiones son las que abordan los departamentos de orientación de los centros educativos, siempre más en la sombra que el profesorado, pero que, entre otras muchas funciones, prestan apoyo a todo el alumnado con necesidades específicas de apoyo educativo (NEAE) o con problemas de salud mental, una labor crucial para casos que no dejan de aumentar.
Las orientadoras, en femenino porque las mujeres son aplastante mayoría, valoran al alumno y, en caso de detectar algún trastorno o necesidad educativa, indican el protocolo pertinente. Un protocolo que, entre otras muchas cosas, detalla la tonalidad del bolígrafo con el que corregir los exámenes. «Pero lo que recomendamos siempre al docente es que aplique el diseño universal de aprendizaje, porque es una manera de dar respuesta a todo el alumnado, tanto al que tiene dificultades como al que no», señala Nieves Argibay, orientadora en el IES do Milladoiro.
—¿Es mejor no corregir los exámenes con bolígrafo de color rojo? ¿Cuál es la recomendación?
—Lo que normalmente aconsejamos desde el departamento de orientación es que se haga una corrección lo más constructiva posible en la que podamos hacer hincapié en lo que se ha hecho bien y en qué podemos mejorar. Es decir, no solo indicar lo que está mal o evitar comentarios del tipo «no tienes ni idea». Lo adecuado es una corrección en la que el alumno vea la aportación del profesor como una recomendación para seguir creciendo y mejorando. Yo siempre aconsejo al equipo docente que haga aportaciones como, por ejemplo: «Te ha faltado indicar esta fecha, pero el argumento está genial» o «sigue así, muy buena reflexión», lo que sea. Entonces, yo más que recriminar un color, reivindico que hagamos uso de correcciones con un feedback más constructivo.
—¿Qué genera el color rojo?
—Hay estudios que dicen que el color rojo provoca una ansiedad al alumnado, porque siempre se asocia con lo que ha hecho mal. Es como un impacto emocional que repercute en el alumno de forma negativa, por lo que se recomienda utilizar otro tipo de colores, y la verdad es que tenemos muchos para usar.
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—¿Así no educamos a alumnos intolerantes a la frustración?
—Sí, el debate sobre si estamos pecando o no de sobreprotección está ahí, y es posible que a veces sí que ocurra. Yo creo que la frustración es una emoción que tiene que ayudarle al alumnado a autorregularse, pero pienso que hay muchas otras maneras de hacerlo. Yo no creo que haya que exponerlos directamente a ciertos momentos frustrantes, porque ya vienen solos, y nuestro deber como docentes y familia es enseñarles a canalizarlos. La adolescencia ya es una etapa muy delicada como para someter al alumnado a mayor presión.
—Muchos profesores dicen que utilizan el rojo no solo por costumbre, sino porque también es el color que mejor se ve.
—Sí, pero como comentaba, no es una cuestión ya solo del color, sino del feedback que tú le das al alumnado. Es verdad que hay colores que no resaltan tanto, pero el rojo ya está muy estigmatizado por el mal uso que se vino haciendo en la enseñanza tradicional. Eso es lo que tenemos que cambiar, ese enfoque a la hora de corregir.
—Hay diferentes protocolos para adaptar los exámenes a alumnos con determinadas necesidades educativas. Se cambia el interlineado, el tamaño de la letra, el espacio entre pregunta y respuesta... y precisamente también el color con el que se corrige, ¿no?
—Exacto, se aconseja que el color no sea el rojo. Se recomiendan colores pastel, más suaves, que es un poquito lo que hila con esas críticas al bolígrafo rojo. Son pautas para que el profesorado ajuste su materia a ese alumnado, y para facilitar la respuesta a la atención a la diversidad. En el caso de la dislexia, por ejemplo, se hace mención a los colores pastel, porque les permite hacer una lectura más limpia y más clara.
—¿Y la duración del examen?
—El alumnado que tiene un protocolo por presentar alguna necesidad específica de apoyo educativo tiene derecho a tener más tiempo. Es algo que las familias reclaman habitualmente, y protestan muchas veces, porque no se le ha proporcionado suficiente tiempo a su hijo o a su hija. Para evitar esas situaciones, que son momentos que no resultan agradables para nadie, hay muchas familias que renuncian a la aplicación del protocolo porque su hijo se ve muy expuesto, y no quieren que sea diferente. Aún así, les explicas que tienen derecho a que se pongan en marcha determinadas medidas de atención a la diversidad, porque tiene una dificultad añadida. El enfoque que estamos defendiendo es el diseño universal de aprendizaje.
—Es decir, ¿que se aplique en todos?
—Lo que siempre recomendamos al profesorado es que apueste por este modelo, porque es una manera de dar respuesta a todo el alumnado, al que tiene dificultades y al que no. Siempre uso una frase en las sesiones de evaluación, que es que un examen está bien hecho y bien ajustado cuando en 50 minutos lo puede hacer cualquier alumno de la clase. De esa manera, evitas el riesgo de que haya alumnos que no tengan tiempo suficiente para hacerlo.
—El alumnado con necesidades educativas no deja de aumentar. El defensor del profesor indicó que en Galicia pasamos de 2.000 alumnos con necesidades especiales a 8.000 de un curso para otro. ¿Eso cómo se asume?
—Es imposible de asumir. Las orientadoras nos vemos muy asfixiadas en el día a día, nos resulta imposible dar respuesta a la inmensa demanda que tenemos; ya no solo por parte del profesorado, que nos solicita intervención porque, como te decía, cada vez hay más información sobre estas necesidades, como el TDAH, el autismo, la dislexia o, incluso, las altas capacidades. El hecho de tener más información permite que derivemos más pronto al alumno o alumna. Pero sí que es cierto que se ha incrementado de una manera tremenda.
—¿También prestáis asistencia a los alumnos procedentes de otros países?
—Sí, y de hecho no podemos dejar de lado otra realidad interesante, porque este año estoy en el IES do Milladoiro, y tengo que decir que, afortunadamente, tenemos una riqueza a nivel de diversidad cultural. Nos entra casi semanalmente alumnado de otras nacionalidades.
—La figura del orientador ha evolucionado. Al principio era la persona que ayudaba al alumno a decidirse por una carrera, pero hoy atendéis todo tipo de necesidades, y van a más.
—Servimos para todo. Yo suelo ver el lado positivo de las cosas, y hemos pasado de ser una figura muy oculta y que no se sabía muy bien para qué servía, a darle una vuelta interesante a la labor orientadora. Ahora se nos tiene muy en cuenta para un montón de cuestiones, y la legislación también lo recoge así. Pero a nivel de centro, es importante destacar que el profesorado también nos tiene en consideración, al igual que el equipo directivo, donde somos una pieza más. Luego viene la parte negativa, y es que, aunque a nivel legislativo estamos regulados, no se ha hecho con la ratio. Y con la ratio me refiero a que hay centros que a lo mejor tienen 800 alumnos y alumnas, y una sola orientadora. Dime tú cómo vas a poder dar respuesta a todo eso... Necesitamos que, como defiende la Unesco, se haga realidad que cada orientadora tenga una ratio de 250 estudiantes.
—Eso tiene repercusiones a nivel emocional, ¿no?
—De la misma manera que la función orientadora se está teniendo muy en cuenta, nos gustaría que se tenga en cuenta que estamos muy desprotegidas a ese nivel, que emocionalmente no se nos está cuidando, ya no solo a la orientación, sino al equipo docente. Y que es muy difícil dar respuesta a esta diversidad y también a los problemas a nivel emocional y de salud mental, que es otra realidad que nos está pasando factura, porque nosotros llegamos hasta donde llegamos con el alumnado que tiene un protocolo de riesgo suicida abierto.
—Que también va en aumento, por desgracia, desde la pandemia...
—Por desgracia sí, porque hay un número elevadísimo de alumnado con ansiedad, que tiene depresión y conductas autolíticas. Y es algo que también nos está desbordando mucho, porque son cuestiones muy delicadas.
—¿Cuántos informes de valoración se retrasan durante meses cuando el niño podría estar ya disfrutando de los protocolos que necesita desde principios de curso?
—Desgraciadamente muchos, porque la demanda es inmensa. Nosotros tenemos que priorizar las peticiones que vienen del profesorado, pero cuando una familia también viene preocupada porque hay ciertas evidencias de que puede haber alguna dificultad, algún trastorno, pues tienes que intentar ayudar. Y luego, no podemos descuidar también desde mi punto de vista la importancia de coordinarnos con los servicios externos, pero nos llegan solicitudes de los servicios sanitarios, solicitándonos que les pasemos multitud de pruebas. Y es inviable, nosotros no podemos hacer eso, podemos facilitar la evaluación, pero no aplicar todas las pruebas que se solicitan.
—¿Y lo contrario, familias que no quieren asumir que al niño le pasa algo?
—Exacto. Muchas veces nos pasa que las familias tienen miedo a ser estigmatizadas. Cuando el profesor está viendo que ese alumno empieza a tener una dificultad evidente en su materia, a nivel legislativo tiene la obligación de iniciar medidas de refuerzo educativo, que son las medidas ordinarias. Luego tenemos las extraordinarias, para las que se necesita autorización para poder llevarlas a cabo. Algunas familias, no son la mayoría, son poquitas, pero sí que las hay, no se muestran colaboradoras y no quieren que se evalúe a su hijo, aunque yo siempre les indico que el objetivo de la evaluación no es identificar qué hace mal, sino todo lo contrario: ver cuáles son sus puntos fuertes y en qué necesita mejorar. Ese es mi argumento sólido y fiel, lo mantendré siempre. Solo queremos ver en qué necesitamos ayudarle para que, de una manera coordinada, el equipo docente actúe en la misma línea de trabajo y podamos darle a ese alumno la respuesta educativa que necesita.