Sara Qiu, de Zaragoza a su país de origen en bici: «Me llevó dos años llegar a China»

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SARA QIU RUAN

De Aragón a Qingtian. Lo hizo por fases, salvando crudos inviernos y veranos en pleno desierto. Más que a sus raíces, este viaje la condujo a la «increíble hospitalidad» de muchas familias

24 abr 2025 . Actualizado a las 16:33 h.

Recuerdo vívidamente que «vuelve a casa por Navidad» era el lema de un anuncio famosísimo navideño. De la marca de turrón El Almendro. Pero no hace falta que sea Navidad. Cualquier «vuelta a casa» es mágica por naturaleza, buscando quien regresa al calor del hogar que le vio nacer, pero del que está separado, por razones laborales o personales, miles y miles de kilómetros.

Tras haber dejado su trabajo, Sara Qiu Ruan, de etnia china y nacionalidad española, se lanzó a la carretera con su bici para ir de Zaragoza a Qingtian. La llegada a la tierra de sus padres fue el pasado 25 de enero. Coincide que el Año Nuevo Chino se festejó el día 28, siendo este 2025 el de la Serpiente de Madera (la serpiente simboliza sabiduría, intuición y estrategia; y la madera crecimiento, flexibilidad, y tolerancia). Hizo aproximadamente 16.000 kilómetros y visitó 14 países. Ella sola. Con sus ilusiones, sus ganas y el equipaje imprescindible para llevar sobre dos ruedas. Lo básico de lo básico de lo básico. El armario entero, impensable en tales circunstancias locomotoras. En plan mochilera total. Dividió el viaje en tramos y estaciones, escapando de los crudos inviernos en ciertos países o de la obligatoriedad de cruzar un desierto en pleno verano. «Tenía claro que extremos no, pues no se trataba de supervivencia», dice. «El viaje en total son como tres años, pero que, sumando, han sido dos».

Y comienza su relato Sara Qiu, cuyas crónicas audiovisuales pueden seguirse en la cuenta de Instagram @journeyfromtheroad, con casi 28.000 seguidores: «Arranqué y el primer día ya estaba, tan tranquila, a 40 kilómetros». Frente a la opción como alojamiento de los hostales, recuerda que al principio «tampoco me atrevía a probar la comunidad warmshowers o couchsurfing», hasta que una vez paró en un pueblecito. Era de noche. Había pedaleado 70 kilómetros. Llovía y hacía viento. Se sentía «supercansada y hambrienta». Podría haberse rendido fácilmente en aquel momento, sin embargo, un vecino amable la alojó en su casa. «Esa experiencia me cambió totalmente», rememora emocionada.

SARA QIU RUAN

«Aún me acuerdo de las familias que me acogieron. Con algunas sigo en contacto», comenta. Tras cruzar Europa por Francia, Italia y Grecia, a principios de enero del 2023 llegó a Turquía. A Gaziantep, donde al mes siguiente se produciría el famoso terremoto: «En ese país no puedes estar más de tres meses y yo ya los había cumplido. Tenía que salir». Aprovechó aquella coyuntura para tomarse una de las pausas del largo viaje, para estar «un poco con mi familia» y continuar con los cursos de meditación, «algo que me ayudó mucho» a superar los obstáculos del viaje, sobre todo, los mentales. Repuso fuerzas. Y siguió adelante.

Recurrió a la bicicleta para desplazarse, pero sin planteárselo como ciclismo: «Para mí fue una herramienta, un medio de transporte fácil que me permitió acercarme a la gente». Sara iba preparada, es muy activa y le encanta el deporte, sobre todo correr: «Al final es como un balance físico y mental. Parece que el viaje es más físico, también lo es, pero te das cuenta de que si no tienes un propósito no vas a tener fuerza para pedalear. Por momentos me faltaba la motivación y mi cuerpo no respondía». Viajando sola por mundos lejanos se enfrentaba también con esa Sara llena de miedos, pero, al final, valiente. Vivió momentos bajos durante el recorrido, hasta que la etapa turca le dio alas para seguir, por la calidez de su gente: «La razón principal por la que no he tirado la toalla es porque todos los días, prácticamente, el camino o las familias me daban motivos para seguir. Te ayudan, aprendes de ellos y ves su generosidad, sin querer nada a cambio. Simplemente porque tú eres una persona, necesitas ayuda y piensan: ‘Yo te ayudo’». «Y agradecían mucho que dijeras unas palabras en el idioma local», recalca. «La gente de los pueblos es más pura».

CRUZANDO A ASIA

A partir de Turquía, tocó Asia central pasando por Kazajistán, el noveno país del mundo en dimensión, pero el primero sin salida al mar. Un vecino de la región de Mangystau, donde Sara alucinó con los cielos más azules y despejados que haya visto, la acogió en su propia casa, y al entrar le mostró un dormitorio para que ella pudiera descansar, después de haber pedaleado por plena estepa kazaja. Era la cama de la abuela de la familia. Se quedó en shock. «No te preocupes, los kazajos hacemos las cosas de corazón», le dijo el señor. No hay mejor regalo en un viaje que encontrarse con personas así, que ponen la amabilidad en primer lugar. En Kirguistán la impresionante ruta del Pamir es ya un cuadro imborrable en su cuaderno de bitácora: «¡Precioso!». Y cruzó a China, donde curiosamente vivió un episodio completamente diferente a lo anterior. Otro impacto al ser de etnia china y hablar chino. Realmente, que el destino final serían sus raíces geográficas lo decidió casi al año de empezar el viaje, cuando en el transcurso del mismo se murió su abuela y ella acompañó a su madre. Se dio cuenta «de que el sitio donde más ilusión me haría terminar el viaje sería allí. Si lo tenía que terminar en algún sitio, era en Qingtian».

Cruzó la frontera el 29 de marzo del 2023. «Mi pasaporte es extranjero», resalta como un hándicap. La experiencia en Sinkiang, donde pudo visitar a su abuelo, la vivió con una sensación agridulce: «Entre idas y venidas en China estuve unos siete meses. Y aunque yo no generaba tanta curiosidad como la gente de otros países, las familias no me invitaban a sus casas así como así, y la gente ya no venía tanto a saludarme, lo que era algo automático en otros países». «Me costó cambiar ese chip y adaptarme», concluye ella, que tuvo que alojarse en hoteles y hostales la mayoría de las veces, y en otras incluso cambió de medio de transporte. «Me lo tendría que haber planteado mejor y ser más flexible», cree. Al llegar a la localidad de sus padres, Sara se convirtió automáticamente en el foco mediático: «Se hicieron eco de mi viaje, la gente me estaba esperando en casa de mi tío, donde me hicieron el recibimiento, con una pancarta: ‘Bienvenida, Sara. Enhorabuena por el viaje’. Hicieron varios reportajes y la gente me reconocía». Con tanta intensidad, Sara Qiu necesitaba sosiego, porque «hay muchas cosas que procesar». La meditación Vipassana le ayudó enormemente a resetearse después de una vivencia tan intensa.

EL HECHO DE SER MUJER

Sara Qiu quiere que su periplo tenga trascendencia más allá de lo personal y que se normalice que una mujer puede viajar sola por el mundo, sin estigmas: «Quiero que sirva para romper prejuicios, porque he visto que hay gente buena en prácticamente todos los sitios». «Hubo un par de situaciones negativas —señala—, pero que no llegaron a nada, y al avisar de que iba a llamar a la policía, los hombres que me hicieron una insinuación se fueron. Eso está ahí, pero siento que el 99 % de mis experiencias han sido muy buenas y no quiero darle a eso un peso que no tiene. Solo te hace darte cuenta de que eres mujer y de que por serlo tienes que estar en alerta». Y puede ocurrir lo mismo al lado de casa.

Se queda, a modo de gratitud, con la convivencia con las familias. Y al mismo tiempo, rompe con la clásica idea de que viajar es caro. Quien quiere, puede, mantiene. Su ventaja es que es una persona ahorradora. «Kirguistán, trece días, vuelo incluido. ¡Me gasté menos de 600 euros!». ¿Dónde hay que firmar, Sara?