La lucha de Julia contra la infertilidad: «Pasé por siete inseminaciones, cinco FIV y seis transferencias, pero 13 años después me quedé embarazada»

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Nunca desistió, sabía que tarde o temprano lo conseguiría, pero el camino no fue fácil. «Perdí muchas batallas, pero gané la guerra», dice la española con más seguidores en TikTok

27 abr 2025 . Actualizado a las 17:36 h.

Su batalla por ser madre comenzó con apenas 18 años. Sí, era muy joven, solo llevaba seis meses saliendo con Fran (entonces tenía 23), y un mes viviendo juntos, pero cuando descubrió que tenía alergia al látex, decidieron que no tomarían medidas y que el bebé llegara cuando quisiera. Lo que no sabía Julia Menú (Almería, 1990) es que pasarían 13 años hasta ver cumplido su sueño. Al cabo de un año, al comprobar que no se quedaba embarazada, empezaron a mosquearse y decidieron consultarlo. No tenían ninguna prisa, pero el deseo de ser madre de Julia cada vez era más grande. «Salimos supertranquilos, porque nos dijo que nos preocupáramos, que éramos muy jóvenes», confiesa ella. Pasaron otros dos años y seguían en el mismo punto, así que optaron por ir a una nueva doctora, que les pidió unas pruebas a ambos. Cuando llegaron los resultados, vieron que era apta para que la derivaran a reproducción asistida, y tras una lista de espera de seis meses, recibió la deseada llamada. Pensaban que pronto comenzarían el tratamiento, ni por un instante se imaginaban lo que estaba por venir.

 «El médico me dijo que para empezar el tratamiento necesitaba pesar 50 kilos, y yo pesaba 47, sin embargo, esto no me lo comentó en la primera consulta cuando me pidió la analítica y demás», cuenta Julia, que ha decidido contar su lucha contra la infertilidad en Diario de una guerrera, un libro «que no habría escrito, si la historia no hubiera tenido un final feliz». Así que logró ganar esos tres kilos que la separaban de poder comenzar, de una vez, el proceso para ser madre, regresó a la consulta, le dijeron que todo «estaba perfecto», pero coincidía con la Semana Santa y le indicaron que tenían que esperar un mes más. Otro batacazo. Ni de lejos podía intuir que en la tercera visita el mismo médico que le había dicho que necesitaba tres kilos más, le iba a decir que tenía que pesar 56, es decir, otros seis más, para iniciar el tratamiento. «Nosotros no teníamos medios para ir a la sanidad privada, porque el tratamiento es muy costoso, pero hicimos de tripas corazón, conseguimos ahorrar ese dinerito», explica Julia, a la que el nuevo ginecólogo, al que acudió para tener una segunda opinión, le dijo que estaba perfecta. Se informó de lo que costaba una inseminación artificial y decidieron probar suerte. También optaron por contárselo a su familia, ya que hasta entonces habían llevado su lucha en la más estricta intimidad. Ella jamás se había atrevido a hablar del tema, incluso había apostado con su hermana quedarse embarazadas a la vez, al mes siguiente, a sabiendas de que ella llevaba años intentándolo sin éxito, solo para no levantar sospechas. «Cuando me preguntaban: ‘¿Para cuándo la niña?’, yo les decía: ‘Más adelante, somos muy jóvenes , hay que disfrutar’. Esos comentarios eran nuestro pan de cada día. Hoy por hoy, sí que les contestaría, pero entonces solo me salía decir que éramos muy jóvenes».

El tratamiento por la privada no funcionó, y no le quedó más «remedio que coger el peso» y volver a la Seguridad Social. «Tardé un año y ocho meses en conseguirlo, me hablaron de un jarabe para abrir el apetito, y me lo tomaba como si fuera caramelo. No llevaba el control que tenía que llevar, me tomaba como un bote a la semana, pero engordé los seis kilos», explica esta andaluza, que tiene claro que en su primera etapa en la sanidad pública no la trataron como debieran por su edad. «Llega una chica de 20, y tienen una lista de espera con personas de 30-35 años, puedo llegar a entender que piensen que hay otros perfiles más prioritarios, pero no nos mareéis y excuséis con el tema del peso».

Le dieron opciones de quedarse embarazada con la inseminación. Si después de seis intentos no funcionaba, pasaría a la lista de espera de fecundación in vitro. «Al cuarto yo ya estaba cansada, sabía que no iba a funcionar. Pedí que me cancelaran las dos que me quedaban, y que me pasaran directamente a la lista de espera de FIV, que era de dos años, pero me dijeron que no era posible, que tenía que agotarlas. Estuve un año hormonándome, fue duro, y nada». Pasaron dos años esperando una llamada, a la vez que intentaban ahorrar para hacerlo por la privada, pero no fue posible. Además, lo seguían intentando de manera natural de forma «obsesiva». «Buscábamos las 50.800 posturas que veía en internet, mirando el calendario, evitando los días previos a la ovulación para no interferir, cambiamos nuestra alimentación, dejamos de fumar... Lo probamos todo». 

DIEZ AÑOS DE ESPERA

Habían pasado diez años desde que decidieron aumentar la familia, sin embargo, la buena nueva no llegaba y no había un porqué. «Me ponían que tenía infertilidad desconocida, nos decían que los dos estábamos bien, pero yo sabía que algo tenía que haber», indica Julia, que se agarraba a sus ganas de ser madre y estaba dispuesta a luchar contra viento y marea para conseguirlo. «Nunca tiré la toalla, sabía que la infertilidad no iba a poder conmigo, y que tarde o temprano iba a llegar». Y lo que llegó fue la ansiada carta con la cita para iniciar el proceso de FIV. «En el primer y segundo tratamiento no fecundó ningún embrión, y en el tercero, cinco. El día de la tercera extracción me enteré de que tanto en el primer tratamiento como en el segundo el fallo había sido que habían sacado los óvulos inmaduros o muy maduros. La segunda vez me quería morir del dolor, noté algo raro, y es que estaba teniendo una hiperestimulación ovárica, que perfectamente te puedes ir al otro mundo. En la tercera, íbamos mal encaminados, pero tuve la suerte de encontrarme con el que hoy es mi ginecólogo que me dijo: ‘Pínchate esto la noche anterior’», cuenta Julia, que posteriormente se tuvo que someter a varias transferencias. En la primera, le colocaron un embrión y no hubo suerte; en la segunda, le pusieron dos embriones, y tampoco; así que decidió darse un descanso después de tantos años de batalla porque estaba agotada física y mentalmente.

La vida le había dado una oportunidad en las redes sociales, se había hecho viral, no le iba mal, y estuvo dos años disfrutando de la vida «como nunca». «Hacíamos el amor sin mirar calendarios, sin test de ovulación, sin probar posturas, y sobre todo, sin pensar si íbamos a ser padres o no», cuenta en su libro Julia, que confiesa que las redes sociales la sacaron de una depresión.

En el 2021 se vieron con fuerzas para retomar la lucha, y decidieron ir directamente por lo privado, porque en ese momento sí se lo podían permitir. Sin embargo, su ginecólogo le aconsejó que no perdiera la oportunidad de intentarlo con los dos embriones que le quedaban en la Seguridad Social, y, aunque no eran sus planes inicialmente, siguió el consejo. Comenzó un nuevo proceso en la pública, pero cuando acudieron a la cita para iniciarlo, les dijeron que esos dos embriones no habían sobrevivido. Ella tiene sus teorías de lo que pudo haber pasado, ya que coincidió en el tiempo con unas obras que se llevaron a cabo en el hospital, pero nunca supo a ciencia cierta qué pasó con ellos. Cuando regresó a la privada, se sometió a un nuevo tratamiento para extraer óvulos, y le realizaron dos transferencias, de nuevo, sin éxito. 

POR FIN UN DIAGNÓSTICO

En ese punto decidieron hacerle más pruebas, y durante un viaje a Maldivas recibió un correo con el ansiado por-qué a su infertilidad que llevaba más de diez años esperando. «Me dijeron que tenía endometritis crónica, que es una infección en las paredes del útero. Cuando lo supe, saltaba de alegría, tenía un posible motivo por el que no me quedaba embarazada». Tras un tratamiento de 21 días, ni rastro de la enfermedad, así que, por fin, el horizonte empezaba a despejarse. En una nueva transferencia le colocaron dos embriones, y después de 13 años por fin leyó el ansiado «embarazada» en un test.

La alegría fue efímera, porque a la semana lo perdió. «Aunque yo sufrí mi duelo, me había quedado embarazada. Sabía que tarde o temprano lo iba a conseguir». Ya no le quedaban más embriones, así que tuvo que someterse al enésimo tratamiento, pero esa sería la «transferencia». Se la hicieron pocos días antes de un viaje de ensueño a Estados Unidos que tenía programado desde hace tiempo, y que mantuvo. Hoy, dice que no lo haría. Estando en el hotel comenzó a manchar y se imaginó lo peor, sin embargo fue a por un test para descartar y poder disfrutar del viaje, y salió un «superpositivo». «Llamé al ginecólogo, me dijo que no me preocupara, la verdad es que paró. De regreso a España, hicimos escala en Ibiza para acudir a un evento y empecé a manchar de nuevo, fui al médico y me dijeron que estaba sufriendo una amenaza de aborto por un hematoma, todo quedó en un susto, y ahí me enteré de que venían dos». Sus mellizas nacieron en el 2023. Un sueño cumplido, que no descarta repetir, porque ha iniciado un nuevo proceso.