
Si le gusta cantar pero en lugar de lanzar notas lo que sale de su boca son graznidos, métase en un coro. El ejemplo más hermoso de las ventajas de la colaboración acontece en estas agrupaciones de voces, en las que el conjunto siempre suena mejor que cada individuo hasta conseguir que incluso el más sordo aporte sonidos que suman. La teoría la recordó el economista Xoaquín Fernández Leiceaga durante el Foro económico de Galicia que se celebró la semana pasada en Muxía y con su ejemplo Xocas trataba de encontrar un poco de alivio en el panorama inquietante que en el estrado dibujaban el filósofo Daniel Innerarity y la científica Amparo Alonso, expertos ambos por motivos distintos en inteligencia artificial.
Con la teoría del coro se aspiraba a reclamar una coordinación mundial en el desarrollo y uso de la IA que extraiga de esta herramienta todo su potencial positivo y ahuyente las sombras que también se ciernen sobre ella. Pero Innerarity no fue capaz de tranquilizar al político socialista porque lo que vislumbra es un futuro en el que varios coros entonarán sus respectivas melodías, muy acopladas entre sí pero contradictorias entre ellas. O sea, que uno puede estar interpretando el Mesías de Händel y el grupo de al lado cantando «má’ dinero, ma (más dinero ma’), má’ dinero gano (Ah-ah), má’ dinero, ma’ (Eh-eh-eh-eh; ma’ dinero gano yo), má’ dinero gano, má’ dinero, ma’, má’ dinero gano (qué), ma’ dinero, má’ (Yap; ma’ dinero gano yo; ahora ven y hazlo)», en la versión de Nicky Jam.
Aunque el filósofo y la presidenta de la Asociación Española de Inteligencia Artificial cerraron la reunión anual del foro, el asunto de la IA flotó en el ambiente más allá de las reuniones académicas. Uno de los presentes, diputado en Cortes, ilustró a los participantes con algunas de las cosas que la IA ha concedido a la política y más en concreto al debate parlamentario. Según su relato, es ya habitual que cualquier mañana de pleno un parlamentario de un partido se siente frente al ChatGPT y le pida con amor que le refiera los resbalones más groseros de un diputado del partido contrario con el que vaya a mantener un diálogo parlamentario. En esa búsqueda aparecerá el currículo público (y no tan público) de la víctima, desde una multa que no pagó a una foto juvenil que alguien le tiró con un porro en la mano. Y con todo ese material bajo el brazo, afronta la tribuna como un francotirador que dispara cochambre hasta salpicar al bedel. Poco coro hay hoy en el Congreso.