Gina Montaner: «Mi padre me llamó y me dijo: "Quiero volver a Madrid para acogerme a la ley de la eutanasia", el proceso fue duro, pero tuvo una muerte dulce»

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Solicitar la ley de la eutanasia no fue un camino de rosas, sí una elección consciente. «Deséenme buen viaje» es su carta de despedida, el testimonio de una lucha que acabó con un momento «dulce»: «No morir estando en su situación era lo que le generaba angustia».
14 may 2025 . Actualizado a las 23:25 h.Este es un final elegido que comienza con un viaje de avión, un vuelo que hace despegar recuerdos de toda una vida. La vida pensada hasta el último de sus días de Carlos Montaner, que comienza quizá con uno de esos amores que resisten los envites del tiempo, la prueba de fuego a la que hechos, personas, circunstancias y reveses someten a sueños e ideales y que como hijos tienen, además de retoños, la enseñanza de qué significa vivir y el sentido de querer.
Carlos Alberto Montaner, padre de Gina, nació en La Habana el 3 de abril de 1943 y decidió morir en Madrid el 30 de junio del 2023. Le costó lo suyo. Llegaremos, tras una vuelta al principio, a cómo lo consiguió.
Entrando en la adolescencia, Carlos conoció a la que sería su mujer cuando estalló una bomba en un club social en el que se encontraba con sus padres. Carlos se acercó a ayudar a una chica que estaba en ese lugar. Ella era Linda. Con Linda se casó, con ella apoyó la revolución cubana que derrocó a Fulgencio Batista, y con ella afrontó el calvario de ser parte de la resistencia al régimen de Fidel tras ver que no había opción a la mínima disidencia.
La horma de la libertad de Carlos Montaner fue, de muy joven, el exilio, en Honduras, Estados Unidos y el lugar que lo acogió desde el momento en que tocó tierra en Barajas y al que volvería para escribir sus últimas letras, Madrid. En el libro Deséenme un buen viaje están parte de esas memorias de Gina con su padre, «el viaje con él». «El de una familia cubana marcada por el exilio en un país, España, que nos acoge y en el que mi padre afianza su trayectoria intelectual como escritor y columnista. Vivió la Transición de este país como un ejemplo a seguir». A ese viaje une Gina el duro viaje final, el que Carlos le pide «desde Estados Unidos, donde él estaba en ese momento por motivos laborales, volver a Madrid». «Mi padre me llamó y me dijo: “Quiero volver a Madrid y quiero acogerme allí a la ley de la eutanasia”. Hace unos años que le habían diagnosticado párkinson y el diagnóstico al final resultó más severo, parálisis supranuclear progresiva. Y mi padre me dice que lo tengo que ayudar», revela la periodista y escritora.
Hay mucho que recordar. Tras un trauma como el que vivió España en dictadura, a Carlos Montaner le sorprendió que los partidos políticos pudieran ponerse de acuerdo tras la muerte de Franco para cerrar las heridas de la guerra y celebrar las primeras elecciones democráticas tras 40 años de mordaza y dictadura militar. «Ese ejemplo, esa idea consensuada de los españoles para lograr una concordia, mi padre lo vivió con gran entusiasmo y dedicó gran parte de su vida a lo que era defender la libertad, las libertades. Él escribió mucho. Fue un analista político agudo. Tenía un gran sentido de lo que era la realidad de Latinoamérica y la realidad internacional. Él la Transición la vivió como un deseo para Cuba, que no se dio... Mi padre murió sin poder ver en Cuba un cambio, una transición. De hecho, las últimas columnas que él escribió son precisamente sobre Cuba», señala Gina.
El viaje de Carlos Montaner fue desde las primeras líneas de su vida una odisea en la que no perdió nunca la cabeza y el sentido de la justicia y del amor. Desde el amor que le unía a Linda a la injusticia que no tardó en ver en Fidel Castro, que como Hitler llamaba «gusanos» a quienes se apartaban del férreo guion del régimen. «Figuras como la de Hitler son las que siguen todos estos personajes con vocación autoritaria, por no decir dictatorial. Y lo estamos viendo en este momento. Los populismos cubren todo el espectro político, de extrema izquierda a extrema derecha», apunta Gina, que subraya lo «alérgico» que era su padre a los populismos de cualquier signo. «Mi padre vivió como un verdadero liberal, que no es una persona dogmática. El verdadero liberal se mueve en ideas que pueden modificarse, él supo evolucionar con los tiempos. Era un hombre nada dogmático. Llevaba siempre a debatir las ideas y dejó un artículo póstumo...».
En cuanto decidió que quería tener una muerte asistida, Carlos, con el recuerdo de Ramón Sampedro muy presente, se puso a escribir: «Cuando usted lea esto, yo estaré muerto». Esa carta se la dictó a su hija Gina solo dos días antes de morir, cuando ya no podía escribir. En esa carta, «invita al lector a conocer su viaje y a debatir la eutanasia».
Él tenía claro que no quería que «le cambiaran el pañal», ni ser una carga para las mujeres de su vida, por amorosamente asumida que hubiera sido.
Para Gina fue duro oír y encajar el deseo de su padre: «Muy duro, pero lo acepté. Primero porque comparto con él la idea de poder acogerse a la eutanasia si uno se encuentra en una situación así. Luego está esa cercanía emocional de que sea tu padre...». La familia entró en una lucha de meses por procurar su bienestar físico («las caídas, todas esas miserias terribles de deterioro físico»). «Lo cuidamos, y lo cuidamos muy bien», atesora Gina, que a esa lucha sin tregua del cuidado unía la batalla burocrática, médica, de un proceso que es «largo, complicado, lleno de obstáculos, pese a que hay una ley que hace posible la muerte asistida, pero no es fácil».
La Ley Orgánica 3/2021regula en España la prestación de ayuda para morir en determinadas circunstancias, despenalizando la muerte asistida. Esta ley permite a personas mayores de edad, capaces y conscientes, solicitar la eutanasia si sufren una enfermedad grave e incurable, como era el caso de Carlos Montaner.
PRIMERO SE LO DENEGARON
Pero la novedad de una ley que acaba prácticamente de comenzar su rodaje es la primera de las dificultades que hay. Es muy importante, advierte Gina, la formación de los médicos, incluso de los que son objetores. «El médico en nuestro caso no era objetor, pero después de un proceso con varios encuentros él determina denegarle a mi padre la solicitud de eutanasia. Ahí entramos en el debate de si mi padre estaba o no en el contexto eutanásico, y ahí llega el malentendido de muchos médicos de pensar que tienes que encontrarte en un estado ya agónico, en cuidados paliativos, para acogerte a la ley de la eutanasia.
«La enfermedad de mi padre era incurable, imposibilitante y crónica. Mi padre apeló justo porque lo que no quería era llegar a cuidados paliativos. Dijo: “Yo quiero morir con cierta autonomía”. Llegó muy impedido físicamente y cognitivamente con esa nube negra que sentía, que es la falta de dopamina. La levodopa [medicación para el párkinson] en su caso no servía. Él me decía que estaba siendo muy duro. “Se me están yendo las palabras”, me decía. Para él el sufrimiento mayor, más que el físico, que le parecía atroz, era ver cómo se moría su cabeza, ese deterioro intelectual», cuenta.
Resulta llamativa que la decisión consciente, racional, de un hombre con un deterioro irreversible fuera rechazada. «Mi padre decía que era una lástima no poder morir durmiendo... En su caso, vivió un estar sujeto a la subjetividad de los demás, personas que deciden por ti lo que no quieres cuando tienes una ley que te respalda —recuerda Gina—. No morir en su situación era lo que le generaba angustia, el no poder acogerse a la ley de eutanasia y tener un final que no deseaba».
Quizá un problema de esta ley, del 2021, es que incide «en que demuestres mucho tu sufrimiento y no se apoya lo suficiente en la voluntad de la persona que libremente, cumpliendo los requisitos, quiere morir».
Gina valora el coraje de su padre al no dejar en manos de terceros decisiones vitales. «Es infantil y de pensamiento mágico vivir de espaldas a la muerte, o al deterioro que te hacen encarar algunas enfermedades. Vivir de espaldas a eso como familia y como sociedad me parece frívolo», afirma.
En este viaje lo más duro no es el final, el 29 de junio del 2023, ese día que Carlos Montaner eligió como el último. Cuando el rictus de dolor se borró de la cara de su padre. «Fue una muerte tranquila, dulce», comparte Gina, que revela que su padre quiso asegurarse bien de que iba a morir, y no quedar vivo, como sucede en un cuento de Allan Poe que siempre tuvo presente. «El equipo médico que vino fue muy profesional. Era la primera vez que hacían una eutanasia. Nos despedimos de mi padre mi madre, mi hermano y yo; mis hijas se quedaron en el salón. Y él nos dijo: “Deséenme un buen viaje” antes de cerrar los ojos. Fue una paz extraordinaria».