Patricia Eguidazu, experta en moda: «Tu armario debe estar al 70 % de su capacidad, solo así te pones todo»

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Patricia Eguidazu.
Patricia Eguidazu.

La creadora del método Triziazu publica «El día que dejé de comprar ropa», en el que explica cómo funciona el mundo de la moda y prentende empoderar a la mujer para conocer su silueta y tomar el control de su armario

22 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Patricia Eguidazu, formada en comunicación y moda, y profesora en el sector, tiene claros los pecados capitales que se cometen en lo que a ropa se refiere: «Rebajar, comprar por disfrute, la gula de comprar lo que no necesitas, estrenar, tapar, estropear y donar». Aunque, reconoce, el primero y el último son los más comunes. La creadora del método Triziazu, con el que enseña a vestir de forma racional, publica El día que dejé de comprar ropa, una guía para tomar el control de tu armario.

—¿Hace cuánto no haces una limpieza de armario?

—Hacía más de seis años, desde el 2019. Solo que, ahora mismo, acabo de perder más de 20 kilos, y tuve que renovar.

—En una situación normal, ¿cada cuánto compras ropa?

—Compro tres o cuatro prendas al año. Por supuesto, nada que tenga que ver con ropa interior, calcetines o ropa de gimnasio, que son cosas que se desgastan más. Pero, en general, a lo mejor me compro dos jerséis en invierno —si las pelotillas se han comido los que más utilizo—, y un par de camisas para verano o un pantalón.

—¿Compramos más de la que necesitamos?

—Muchísimo más. Te lo digo yo que acabo de vivir, como te he dicho, este proceso de pérdida de peso, en el que pasas por varias etapas que son transitorias y he llegado a vivir con dos pantalones durante meses.

—¿¿Cómo puedo saber si mi consumo de ropa es sostenible?

—Si es emocional o por necesidad, esa es la respuesta. Es decir, se ha roto o se ha estropeado mi jersey gris que utilizo tres veces a la semana; esa es una por necesidad. Es normal que quieras reemplazar un jersey gris con el que te sientas a gusto. Ahora bien, si me compro un jersey porque estoy de mal humor, triste, contenta, aburrida o porque fulanita lo tiene. Eso es emocional.

—Dices en el libro que habría que usar cada prenda, al menos, treinta veces.

—Sí, porque cuanto más utilices las prendas, más sostenible estás siendo. Al final, no se trata tanto de qué está compuesta la prenda —si va a ser reciclable o no—, sino de qué uso le das, durante cuánto tiempo y cuántas veces. Eso quiere decir que todas esas veces que no estás comprando más cosas y guardas lo que ya tenías, ralentizas tu consumo.

—Si quiero que la prenda me dure, ¿qué material debería tener?

—Si tú quieres que las cosas te duren y te duren con una pinta decente, cuanto más natural sea la procedencia del material, mejor. Eso no quiere decir que no puedas tener prendas de poliéster, porque si te gustan las prendas plisadas, el plisado coge bien en poliéster. Simplemente asegúrate de que la prenda sea 100 % poliéster porque, por lo menos, es reciclable. Si tiene varias composiciones, como un 20 % de viscosa, un 70% de poliéster y otro poco de otro, la prenda pasa a no ser reciclada y ya es un poco más complicada. Además, se estropea mucho antes.

—Indicas que el elastano es «un material programable». ¿Por qué?

—El elastano para el tronco inferior es malísimo por un tema morfológico, es decir, desproporciona. Es un material que genera desproporción y eso hace que la mujer pase a vestirse para esconder sus defectos en vez de para resaltar su silueta.

—¿Existe el material perfecto?

—No, no existe. Al igual que tampoco existe la sostenibilidad perfecta, sino un comportamiento más o menos sostenible, que no es el mismo para todos.

—¿Qué caminos se pueden tomar para ser sostenible?

—Uno puede ir por la vía de no comprar prendas producidas en países en vías de desarrollo porque no quiere a niños trabajando en lo que lleva puesto. Puede ir por la vía de darle más de treinta usos a cada prenda que utiliza para asegurarse de que ralentiza su consumo y prolonga la durabilidad de lo que hay en el armario. Puede ir por utilizar solo materiales naturales para que sean más durables y versátiles a lo largo del año. Puede ir por la vía de asegurarse de que se ha pagado el precio justo por el material. En resumen, hay muchas razones y cada uno reacciona a unos motivos o a otros. Lo que siempre digo es que si la mujer sabe lo que necesita, el uso se va a extender y la durabilidad se va a prolongar, eso hace que baje el consumo y acabe siendo más sostenible. Pero es una gestión de tus emociones.

—Cuentas que, más allá de la fabricación y los tejidos, el impacto ambiental de la ropa también depende de cuánto se lave. ¿Nos pasamos con su limpieza?

—El dueño de Levi’s dice que lleva más de diez años sin lavar sus vaqueros, y aunque él y yo no somos la misma persona, sí que es verdad que el vaquero, en su proceso de producción ya lleva muchos lavados. Por eso, un comportamiento sostenible puede ser intentar lavar menos los vaqueros, es decir, que no se lave en cada puesta. Yo lo hago cuando los utilizo y voy en un medio de transporte público, por ejemplo. Pero si tiene una manchita, aunque sea de aceite, no hace falta lavarlo, porque es muy agradecido para quitarlas con un cepillito y un poco de quitagrasas. Si ha cogido olor, lo puedes ventilar o planchar, porque el vapor quita el olor, y ya está. Al final, la fibra es muy resistente y responde fenomenal. Otro tema es que hayas viajado o que esté muy manchado.

—¿Qué es una prenda básica para ti?

—Una prenda básica para mí es una cosa, y para otra mujer, otra. No se puede generalizar porque, para alguna, una camisa roja puede ser un básico y para otra es un jersey gris. Por eso, la definición global de una prenda básica es aquella que te hace sentir a gusto, que utilizas recurrentemente y que, además, combinas con muchas otras prendas de tu armario, las cuales sabes tratar y te sientes cómodas con ella. Ahora bien, una camisa blanca no es una prenda básica per se. Yo, por ejemplo, las detesto, las prefiero azules. Y me ha costado mucho tiempo aprender esto, a base de tener 20 o 25 blusas colgadas en el armario que no utilizaba ni era capaz de ponerme, solo porque siempre se me había dicho que era un básico. Mi filosofía enseña a cuestionar todo esto un poco. Es decir, ¿por qué tiene razón la marca que me vende unas prendas etiquetadas como básicas? ¿Por qué la prenda es la que tiene la razón y tu cuerpo tiene que ser defectuoso?

—De hecho, en el libro dices que hay complejos que vienen de la ropa mal hecha.

—Claro. Un pantalón mal patronado o mal cosido, mal confeccionado, te puede hacer pensar que tienes mucho culo, que tienes mucha cartuchera o que a tu pierna no le queda bien ningún pantalón.

—También recomiendas no cambiar el armario con las estaciones. ¿Por qué?

—Tu armario no debería estar lleno, sino a un 70 % de sus capacidades para que puedas ver todo lo que tienes. Es la única manera de usar todo. Además, en muchas zonas, como Galicia, se pueden utilizar la mayoría de prendas casi diez meses al año, quitando la de baño y de ir a la nieve.

—¿De dónde salen las tallas?

—Cada marca tiene una manera de confeccionar. Hay una cosa universal que se llama Stockman, que es el maniquí con el que se patrona una supuesta talla 38 —aunque realmente está más entre una 36 y una 38—, y a partir de ahí se produce. Pero cuando se fabrica en masa, los centímetros vuelan. El problema es que a la gente el tema de las tallas le irrita muchísimo, pero en el fondo lo que deberían asumir es que menos crítica de tallas a las marcas y más ser consciente de cuáles son tus medidas. A partir de ahí, si la marca —que está obligada a publicar sus medidas—, muestra su tabla, tú, que sabes tus medidas de cintura, pecho y cadera igual que te sabes tu DNI, miras en esa marca a qué talla equivalen y ya está.