«Pretty Woman»: la película que nadie se atreve a cancelar

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35 años de vida y sigue siendo el placer culpable por excelencia. Este filme es casi todo lo que ahora está mal y, sin embargo, cada vez que se emite en televisión el éxito está asegurado. Analizamos su fenómeno

11 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

No hace falta preguntar qué tipo de película sería hoy Pretty Woman. Lo explicó Sean Baker en Anora, la cara indie —y cruda, y oscura— de uno de los mayores bombazos que ha parido Hollywood. Tampoco hace falta reflexionar mucho para concluir que la relación de Vivian y Edward estaría lejos de pasar la censura woke. Ni siquiera es complicado entender por qué este filme fue uno de los mayores triunfos cinematográficos de los noventa —¿la cautivadora protagonista de Magnolias de acero y el apuesto Zack Mayo de Oficial y caballero? El sí es rotundo—. Sin embargo, sí se podría analizar por qué cada vez que se emite en televisión sigue desatando las mismas pasiones que el primer día, hace ya 35 años.

Sobra decir que uno de los motivos no es que huela a nuevo. En ningún aspecto. Pretty Woman podría haber sido una joyita empalagosa que recuperar una tarde de domingo si no fuera porque casi no hay domingo que no esté en la parrilla de algún canal generalista. Exageraciones aparte, es el largometraje que más veces ha estado disponible en la pequeña pantalla —supera las treinta emisiones—, y solo su estreno lo vieron casi diez millones de españoles; o lo que es lo mismo en términos de share: más de la mitad de los espectadores que estaban sentados frente a la caja tonta. Por otro lado, si su reproducción se repite año tras año es porque las cadenas tienen el éxito asegurado con esta película.

Lo que al principio era comprensible ahora rechina un poco. En 1990 los amantes del dulce lo tenían más crudo que en otras épocas. Aunque es cierto que se producían comedias románticas —Cuando Harry encontró a Sally arrasó en 1989—, eran los thrillers eróticos los que realmente se llevaban la palma. De hecho, en un principio Pretty Woman partía de una premisa totalmente diferente a lo que finalmente vio la luz. Con una visión mucho más sórdida, el argumento era un drama social sobre una prostituta drogadicta que se enamoraba de su cliente pese a que este la despreciaba. Y la historia acababa mal, muy mal. Podría haber funcionado en taquilla, pero el estudio encargado de dar forma al filme llevaba el sello Disney y por ese aro no iba a pasar. Cambiaron hasta el título, 3000 —que hacía referencia al dinero que le paga Edward por sus servicios a Vivian— por uno menos explícito y más aspiracional. Y así, con un par de maniobras Pretty Woman empezó a marcar la senda de lo que se entendía, y algunos aún entienden, por amor romántico.

Ligar un asunto tan espinoso como la prostitución a un pastiche de clichés sentimentales les generó dudas a actrices como Meg Ryan, Demi Moore o Michelle Pfeiffer, que rechazaron el papel protagonista. Pero nada al gran público, que acogió la película como lo que era: una reinterpretación capitalista del cuento de la Cenicienta.

El guion y los planos se curaron en salud. Era importante idealizar hasta el más mínimo detalle, así que ni Richard Gere iba a ser putero, ni iba a tener pareja cuando conociera a Julia Roberts —aunque su novia lo hubiese dejado por teléfono solo unas horas antes—, ni a la estrella de cine se la iba a ver haciendo según qué cosas. De hecho, el sexo pasa a un segundo plano hasta que al espectador le queda meridianamente claro que la pareja son dos tórtolos enamorados. O algo similar; bueno, parecido.

Porque, aunque el fin último de Pretty Woman es el «y comieron perdices», lo que realmente centra la película es la idea de que si quieres, puedes. Que los sueños se cumplen, y que hasta una prostituta con amigas que acaban muertas en un contenedor de Los Ángeles tiene derecho a vestir de Chanel. Aunque el peaje implique dejar de ser ella misma. El problema de Vivian es ser pobre y vulgar porque para Edward el problema de Vivian es que es pobre y vulgar. Él no se enamora de ella, se enamora de lo que consigue hacer con ella.

La película no indaga en cómo es Vivian ni en cómo es Edward —él tiene el carisma de una nuez— porque esto, sencillamente, es secundario. Si lo que nos devuelve la pantalla es la mejor suite del hotel Four Seasons de Beverly Hills, compras a todo trapo en Rodeo Drive y unos secundarios de lujo —las mejores líneas de guion las tienen Héctor Elizondo como director de hotel y Laura San Giacomo como la gran amiga de Vivian, Kit de Luca—, una cae rendida a la suspensión de incredulidad y elige creer que la decena de veces que Richard Gere le exige a Roberts que haga cosas o no las haga —siempre en cuestiones comportamentales, de señorita— son tan solo muestras de afecto.

Pretty Woman deja para la posteridad un ramillete de emblemas que son parte de la cultura popular. La banda sonora sigue siendo icónica y parte de la memoria colectiva, como lo son también el vestido rojo con el que Vivian va a la ópera y el marrón de lunares que la convierte definitivamente en una chica de bien. Para el recuerdo quedan también frases que marcaron una época, como cuando Vivian le espeta a Edward: «Yo nunca beso en la boca», en referencia a sus clientes, e incluso amistades de oro que se convirtieron en nuevas películas.

Richard Gere ha contado en más de una ocasión que medió para que fuera Roberts quien interpretara el que acabaría siendo el papel de su vida, por mucho que el Óscar le llegara con Erin Brockovich. La pareja siempre ha confesado que se adora. Tanto que le dieron a los fans la metadona que llevaban años pidiendo aceptando el filme Novia a la fuga. Con un éxito más moderado, al menos quedó demostrado que la sintonía entre los actores es genuina. Eso sí, cerraron el grifo y no tienen ninguna intención de devolverle la vida a Pretty Woman. Probablemente, además de amigos, sean gente lista.