
Pintar con hilos está de moda. Cada vez hay más gente que aprende a bordar, un arte que transforma prendas de ropa y que es bueno para el cuerpo y la mente
12 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Durante muchas generaciones, las niñas aprendían a bordar en la escuela, una enseñanza que con la llegada de la democracia fue diluyéndose, aunque aún pasó un tiempo hasta que las clases de labores solo para ellas desaparecieron de los centros educativos. Durante los últimos años del siglo XX todavía era una práctica muy enfocada al género femenino, reducida a las tareas del hogar y muy poco valorada artísticamente; cuando en realidad se hacen auténticas obras de arte entremezclando hilos de colores con una aguja.
El siglo XXI y, sobre todo, internet, han ayudado a rescatar este arte de ese pequeño recuncho doméstico y a día de hoy personas de todas las edades y géneros se han lanzado a aprender a utilizar la aguja y plasmar todo tipo de dibujos en camisetas, cazadoras, pantalones o bastidores. Una afición que no solo saca su vena más creativa, sino que tiene grandes beneficios para la salud mental y para las relaciones sociales: «Las redes han ayudado mucho», reflexiona Lúa Mosquetera, artista gallega que lleva diez años enseñando a bordar a cientos de gallegos. «Mi alumna más joven tiene 10 años, la mayor, 72», cuenta. Hablar de sus primeros bordados le lleva a su infancia y a las muñecas de trapo que hacían su hermana y ella con su madre, «les bordábamos la carita, pero ahí quedaba todo», recuerda. Siempre le gustaron las manualidades y hace diez años empezó a meterse de lleno en el mundo de los hilos. «Las redes sociales empezaron a estar más activas y así conocí todo lo que se estaba haciendo en Latinoamérica». De manera autodidacta, fue aprendiendo y creando bastidores para después venderlos, «pero me di cuenta de lo complicado que era sacarle rendimiento y descubrí que la forma más rentable para profesionalizarme era compartir lo que sabía». Así nacieron sus clubes de bordado, primero en el bar que tenía en Miño —«el día que cerraba organizaba las reuniones, muy modestas, de unas diez personas»—, hasta llegar en la actualidad a organizar cada mes sesiones regulares en A Coruña, Santiago, Betanzos y Cambados. Y las plazas se agotan cada semana en cuestión de minutos.
Las redes sociales y Latinoamérica salen también en la conversación con Begoña Guerrero, profesora de los talleres de bordado creativo que se imparten en los centros cívicos de A Coruña. «La cultura del bordado que tienen esos países es alucinante y gracias a internet podemos acceder a todas las maravillas que se hacen». Ella aprendió a bordar de pequeña con sus abuelas y también en un taller de bordado en blanco —en los que se aprendía a hacer piezas para ajuares— en Bilbao. «Recuerdo que mi abuela bordó con su pelo el nombre de mi abuelo, con lo difícil que es trabajar ese material», cuenta.

Un lugar de encuentro
Sus grupos de bordado son también muy heterogéneos y siempre queda gente en lista de espera. Asegura que llega gente joven muy creativa que busca formas de expresión con la aguja y el hilo; pero también reconoce que si algo caracteriza a estas sesiones es la relajación que se respira en el ambiente, «son un lugar de encuentro». Por eso, cada curso propone un proyecto en el que todos los alumnos puedan trabajar en común: los grupos que finalizaron la última semana de mayo elaboraron una manta que después se sorteó entre todos los participantes. «Sorprende descubrir los trabajos de los alumnos menos veteranos», reconoce.
Este lugar donde desconectar también lo encuentra Lúa Mosquetera en sus clubes de bordado, «es una actividad que aporta mucha calma, te permite apartarte del ruido y desconectar»; y añade una cosa más: son espacios donde hacer amistades. «Cuando eres adulto es difícil hacer amigos y yo he hecho verdaderas amistades entre la gente a la que enseñé a bordar», confiesa.
Esto que ocurre en Galicia se puede extrapolar a otros lugares de todo el mundo. La escocesa Clare Hunter ha convertido su afición en casi una tesis sobre la historia del bordado en todo el mundo: Hilos de vida (Capitán Swing), un libro que apasionará a todo amante del bordado, y que se acaba de editar en español. Esta autora coincide con Lúa y con Begoña en lo que ha propiciado el auge de este arte en el siglo XXI: «Las redes sociales sin duda han impulsado este interés entre los jóvenes, que rechazan cada vez más ser reducidos a un algoritmo y están encontrando formas alternativas y creativas de dejar su propia huella individual». Para ella, el bordado y la costura se están convirtiendo en «una forma de capturar la firma visual de las nuevas generaciones de manera creativa».

Internet ofrece multitud de plataformas donde compartir ideas y métodos, hay una avalancha de vídeos cortos que enseñan cómo arreglar ropa, reutilizar telas o confeccionar tejidos, «y las redes sociales también han abierto un espacio donde los hombres pueden involucrarse más fácilmente con la costura», añade Hunter. Una tendencia que también se va viendo en los grupos de bordado de Galicia, y que la escritora británica relaciona también con una «práctica tanto terapéutica como expresiva». A lo largo del libro, habla en varias ocasiones del poder sanador de esta actividad para combatir la depresión o mejorar la agilidad de las articulaciones. «Cuando los soldados afectados por el trauma de la Primera Guerra Mundial regresaron a Gran Bretaña, el bordado se utilizó como forma de terapia ocupacional en hospitales de convalecencia, ya que se descubrió que ayudaba a calmar tanto las manos como la mente», cuenta. «El tacto reduce el estrés y sostener la suavidad de una tela en las manos es reconfortante», escribe. Y explica que la absorción mental que exige el bordado, «su flujo rítmico», calma la mente y reduce el estrés. «En lugar de hacer múltiples tareas, nos obliga a concentrarnos en una sola cosa, es inmersivo y contemplativo: un bálsamo para nuestros nervios alterados», añade.

Pero además destaca el uso de la costura como forma de resistencia y empoderamiento: «Hay muchos ejemplos de mujeres desplazadas por guerras o desastres naturales que mantienen vivas sus tradiciones textiles para seguir conectadas con su cultura de origen y también obtener un pequeño ingreso», explica Clare Hunter. Y también ella viaja hasta Latinoamérica: «En México, la gente borda pañuelos con los nombres de los fallecidos en la guerra contra el narcotráfico y cuelgan pequeñas banderas alrededor de plazas y avenidas».
Lúa Mosquetera ve en las creaciones de sus alumnas una forma de empoderamiento: «Ser más feministas tiene que ver con volver a lo anterior y reconvertirlo, se bordan muchos lemas feministas en los bordados». Lamenta que como disciplina artística sigue sin llamar la atención, al igual que ocurre con la calceta, pero asegura que hay muchos bordadores con estilo propio, «es como ilustrar con hilo». Y si no que se lo digan a Bea Lema, la dibujante gallega Premio Nacional del Cómic 2024 con El cuerpo de Cristo, una obra que combina hilos y pinceles y que habla de salud mental.
FOTO: GONZALO BARRAL