Tiburón lo clavó hace cincuenta años

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Fotografía cedida por la Academia de Cine en la que se captura un plano del tiburón mecánico Bruce, durante el rodaje de la película «Tiburón», en la isla Martha's Vineyard
Fotografía cedida por la Academia de Cine en la que se captura un plano del tiburón mecánico Bruce, durante el rodaje de la película «Tiburón», en la isla Martha's Vineyard Academia de Cine | EFE

28 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Qué maravilla que el tiempo y ese afán que los humanos tenemos por acotarlo justifique la reaparición en las pantallas de una joya como Tiburón. A quienes la vimos en la proximidad de su estreno ¡hace medio siglo! se nos quedó una idea equivocada de la joya de Spielberg. Recordaba la tensión, la melodía de dos notas de John Williams, la mandíbula del gigante y la preocupación de Roy Scheider por los habitantes de su comunidad pero la película que estos días puede verse otra vez en Movistar+ es en realidad una puñetera obra maestra que trasciende al cine de aventuras y entra a saco en los grandes debates contemporáneos que, lejos de haberse resuelto, se han vuelto más ácidos en los cincuenta años transcurridos desde que llegó a los cines.

Tiburón habla, sí, del miedo a lo desconocido, de no saber qué puede navegar bajo tus pies, de la cara b que siempre oculta el paraíso pero también habla de amor y de paternidad y, sorpresa, de cómo quienes dicen trabajar por el bien común lo que en realidad quieren es llevárselo crudo.

Spielberg escogió Martha’s Vineyard para grabar Tiburón, esa localidad que estará entra las más prósperas del mundo, vinculada para siempre a la leyenda Kennedy y ubicada en la costa septentrional atlántica de Estados Unidos que tanto puede parecerse a nuestra propia costa. Quizás por ello, por su mar Atlántico y una atmósfera climática reconocible, impacta tanto el debate de fondo que traslada la película, en la que un alcalde de hechuras reconocibles pone en riesgo la vida de sus vecinos para no molestar a los turistas.

Cumple años Tiburón en pleno debate sobre los límites del turismo, con cifras tan surrealistas como la que estima en 20 millones el número de extranjeros que este verano llegarán a las islas Baleares y en 100 el de guiris que lo harán a toda España. Una elemental comparación con los habitantes de estos dos entornos demuestra que por lo menos hay que hablar de un asunto que debe activar también una reflexión individual.

En un monólogo reciente, el cómico Andreu Buenafuente confesaba su aversión creciente a viajar. La biología podría explicar tanta pereza pero a poco que se escrute el entorno con afán investigador se detecta que cada vez más personas comparten la teima del catalán. Si el turista es el problema, dejemos de ser turistas. Quizás bajo las aguas haya tiburones.