Manuel Alejandro, autor de los grandes temas de Julio Iglesias, Raphael o Rocío Jurado: «Escribo todas mis canciones con el mismo bolígrafo Parker desde el año 67»

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Es el maestro de las grandes canciones del siglo XX, a los 92 años, ha decidido escribir sus memorias en las que desvela su relación con estos grandes artistas. «Para mí Alejandro Sanz es como un hijo», afirma
12 jul 2025 . Actualizado a las 09:53 h.Manuel Álvarez-Beigbeder Pérez (Jerez de la Frontera, 1933), conocido como Manuel Alejandro o el Bob Dylan español, hace ya tiempo que fue tocado por la varita mágica de la inspiración. De su puño y letra han salido más de 600 canciones y los grandes éxitos del siglo XX de este país. Temas que aún siguen siendo auténticos himnos para todas las generaciones. Yo soy aquel o Qué sabe nadie, de Raphael; Lo siento mi amor, Señora, o Como yo te amo, de la más grande; Procuro olvidarte, de Hernaldo Zúñiga; Manuela o Lo mejor de tu vida, de Julio Iglesias; Soy rebelde de Jeanette; Háblame del mar, marinero, de Marisol, o Y ya te quería, de Alejandro Sanz, entre muchísimos otros temas más e intérpretes, incluido Nino Bravo, Luis Miguel o El Puma. Su repertorio es casi interminable.
Es lo que tiene haber nacido con el don de la inspiración, y aunque su vida iba más encaminada hacia la música clásica, inducido también por su padre, la fractura de un codo en plena adolescencia le impidió desarrollar su carrera como músico profesional. Pero, a cambio, nos descubrió a un compositor de primera. «El más importante del siglo XX» para Julio Iglesias, y «de todas las épocas» para Alejandro Sanz.
Ahora, el maestro ha decido publicar sus memorias, Manuel Alejandro. Vibraciones y elucubraciones de un escribidor de canciones, y en ella nos cuenta sus comienzos, que siendo apenas un crío descubrió que «la palabra cobraba sentimiento y vida posando en una bella melodía» y que «esa melodía se volvía sublime acunando la palabra». Un matrimonio, el del verso y la música, que le acabaría dando tantos éxitos durante toda la vida.
Manuel Alejando no tiene reparos en hablarnos de su primer amor Conchita, «que nunca llegó a ser», porque ninguno confesó los sentimientos mutuos, pero que eso hizo a su vez que fuera eterno. «Sin darnos, nos dábamos para toda la vida», cuenta él, aunque sí tuvieron tiempo, muchísimos años después, de revelar sus secretos más íntimos: «Hoy, casi un siglo después, con una nostalgia infinita en el aire, y ya hablando, por fin nos lo confesamos: ‘Nunca te olvidé...'. ‘Yo tampoco...'». Quizás en ese no olvido tuvo que ver que ella le rompió el corazón, al cruzársele en su vida el hombre con el que finalmente contrajo matrimonio, precisamente en un viaje a Galicia que hizo con su madre a A Toxa. Ese corazón partío hizo que el maestro escribiera la primera canción de su vida: «Hoy lo cuento como anécdota divertida, pero espinas debieron clavárseme cuando me motivó a escribir la primera canción de mi vida». Todavía conserva la letra, aunque no la música. «Algún día la reconstruiré...», dice. Porque gracias a Conchita, el maestro no solo descubrió el amor, sino que «solo al amor hay que cantarle eternamente». Y Manuel Alejandro le cantó durante toda su vida, pero también dejó que los artistas más importantes de este país le cantaran a través de él.

Uno de ellos es, sin duda, Raphael. Al que le ha escrito más de 100 canciones. Algunas de ellas míticas, imposibles de desvincular al de Linares. Qué sabe nadie, Yo soy aquel, Ave María, Cuando tú no estás, No vuelvas... Pero si le preguntan si Raphael hubiera sido el mismo sin Manuel Alejandro o él sin Raphael, el Bob Dylan español concluye que ambos brillaron igualmente juntos y por separado. Y recuerda que le acompañó al piano y en la dirección de orquesta durante la primera gira que tuvo en América. Un tour que califica de apoteósico. «Corría el año 66 cuando aquella primera gira y aquella locura; pero es que en diciembre del 2022, en Miami, fui camuflado a verlo con mascarilla y canas ocultas, y los nietos o bisnietos de aquellos del 67 seguían gritándole emocionados...», dice, mientras confiesa que siempre tuvieron muy buena sintonía: «Nuestro trato siempre fue cordial y magnífico, pero como siempre he preferido con los cantantes a los que debo o quiero escribir, hallarme distante para no desdibujar la aureola en la que los envuelvo para hacerlos protagonistas de mis historias. Pues el roce excesivo se lleva toda la fantasía por delante. De todas maneras, Raphael, como la inmensa mayoría de los divos, siempre fue de austeridad franciscana y no sucumbió jamás a mis tan frecuentes cantos de sirena de tertulias, charla y copa», reconoce. También confiesa que no tuvo éxito con un tema que le escribió a Concha Velasco: «Probé suerte aportando Cuatrocientas cartas de amor, que en nada ayudó a su éxito. Hoy echo la vista atrás y confirmo que aún [yo] no poseía un estilo propio y nadaba a la deriva rebuscando entre los ritmos que se llevaban, que siempre me salieron mal, muy mal...».
«Julio bañó a mis hijas»

De Julio Iglesias cuenta que lo conoció en el festival de Benidorm, cuando el intérprete de Un canto a Galicia lo llamó para decirle que quería grabar inmediatamente Manuela, después de que la canción quedara segunda en el festival de ese año: «Y no se equivocó, arrasó en medio mundo». «Guardo muy buenos recuerdos del Julio de aquella época; ni que decir tengo que el claro señorío que aparenta lo ejerce al pie de la letra; haciéndose aún más noble en la cercanía; su nato serio carácter lo suele camuflar con bromas que no consiguen ocultarlo; y aún dándose a manos llenas, impone distancia y respeto... pero también admiración y cariño», dice. Y lo califica como un perfeccionista: «Trabajador acérrimo e incansable, tanto que después de conseguir absolutamente todo, entregándose a los grandes maestros y a la exhaustiva diaria tarea, llega a superar lo insuperable». «En casa, adonde venía, era cariñoso y entrañable; mi mujer, Pura, siempre recordó detalles de Julio: como la vez que le ayudó a bañar a las pequeñas o cuando oía que me preguntaba, como niño, con la admiración que derrochaba al reconocer la valía de los demás, si creía que él iba a llegar adonde ya estaba Raphael».
Manuel Alejandro guarda un gran recuerdo de su estancia en la casa de Julio, en Miami, mientras componía su álbum Un hombre solo, que consiguió un Grammy. «Gran coleccionista de vinos, pero tan custodiados que cuando se retiraba a descansar, que lo hacía apenas cenar con la primera copa en los labios, dejaba la bodega cerrada a cal y canto [...] Pero en la casa había un hada madrina pendiente de que no me faltara de nada y que cumplía al pie de la letra. Mirian, que no sé cómo, pero hacía como en las bodas de Caná, que el vino no faltara jamás...», recuerda en sus memorias.
«Caso aparte fue lo de aquel bolígrafo Parker con el que escribí [y escribe aún] todas mis canciones desde el año 67 [...] Pues ese bolígrafo, con el que todas las mañanas esperaba a las musas en el embarcadero de casa de Julio, se me fue al canal por las ranuras de los maderos del embarcadero», cuenta en su libro, mientras sigue sin dar crédito de lo que allí pasó: «Contagié a Julio con mi profunda pena y desesperación y, generoso él, al rato teníamos a un nutrido equipo de buzos zambullidos en el canal y escarbando en su orilla cenagosa buscando desesperados el tesoro, mientras Julio los alentaba, o mejor dicho, los arengaba diciéndoles pasionalmente que con aquel objeto también se perdía la vida mía...». Y menos mal que el esfuerzo tuvo recompensa: «Cuando uno de los buzos en plena búsqueda levantó su mano con el bolígrafo y con vítores celebramos su recuperación, no daba crédito al ver que por tan insignificante objeto se hubiera levantado tal operación...». Tal es su relación que no puede dejar de escatimar elogios a quien considera «un señor, antes que nada, y un artista grande, grande; histórico e irrepetible, que ha dignificado nuestro tan corriente oficio».
De Isabel Pantoja relata que la conoció después del éxito de Marinero de luces, escrito por José Luis Perales. Para ella escribió Caballo de rejoneo, Desde que vivo con otro, La luz está en el Sur o Quédate a dormir conmigo. Y de ella destaca «ese arte que lleva en las venas y que acabará con ella».

¡Y qué decir de la Jurado! Él cree firmemente que si hubiese educado su voz, «hubiera llegado a ser una Callas o una Tebaldi». Además, reconoce que era sencillo escribir canciones para ella, porque su generosidad no tenía límites: «Con Rocío, yo jugaba con ventaja; no tenía ni reveses ni dobleces, era transparente y clara». Además, la relación de la cantante con su mujer, Pura, a quien el compositor quiso «desde que las aves ni volar sabían», era mucho más que cercana: «Rocío, Pura y yo nos amábamos; Pura, mi mujer, veía en ella un espejo donde se reflejaban sombras de su vida [...] y Rocío, en un mar de complicidad, compartía con ella, de alguna manera, todo lo que cantaba y sentía».

Para El Puma escribió más de 40 canciones y de Luis Miguel recuerda las noches en su casa de Acapulco «oyendo infinidad de canciones mías de las que, descubría, que estaban enamorados, y que acompañábamos tomando, cantando y hasta llorando». Pero, en cambio, reconoce que le costó «cortarle el traje» a su medida: «Sabía de las reticencias de él, que ya he expuesto, y las mías, que afloraron después de convivirlo; no daba pistas de sus deseos y debilidades, y había que conformarse, imaginarse y agarrar en pleno vuelo lo que se veía [...]». Pero al final le cogió el punto y le escribió Si tú te atreves, Te desean, Al que me siga o Si te perdiera, entre otros.

Pasaron muchos más famosos por las manos y el sentimiento de Manuel Alejandro. Pero hay uno que ocupa un lugar muy especial en su corazón, su ahijado Alejandro Sanz: «Hoy he ganado un hijo, que llama a sus hermanas ‘hermadrinas' y nos deseamos cada noche amaneceres felices... y es una benéfica inyección saber que en él continuarán, con otros mimbres, esas canciones que empezaron a crecer conmigo...». Que así sea, maestro.