Cristina Cortés, experta en trauma infantil: «Lo fundamental en la adolescencia es que los padres no desaparezcan»

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Cristina Cortés Viniegra, experta en trauma infanto-juvenil y autora de «En este mismo instante».
Cristina Cortés Viniegra, experta en trauma infanto-juvenil y autora de «En este mismo instante».

«Un niño sano, que está bien cuidado, sabe buscar la estimulación que necesita. No hace falta estimularlo», asegura esta terapeuta que reivindica una materia esencial para evitar eso que llaman «estado de la mente divagante»: atención plena

07 sep 2025 . Actualizado a las 19:53 h.

El niño pequeño no piensa. O no piensa como lo haces tú, adulto. «El niño pequeño vive y experimenta, no se da cuenta de que está pensando. Simplemente está actuando, sintiendo, investigando, explorando», advierte la terapeuta experta en niños y adolescentes Cristina Cortés Viniegra, autora de En este mismo instante, cuento «pensado para adultos, para que se sensibilicen sobre lo importante que es estar presentes cuando están con niños».

El exceso de información y de objetos que a menudo inundan hoy la infancia y la adolescencia no ayudan, señala. «Veo que cada vez hay más cosas impuestas para lograr la satisfacción. Muchos de los adolescentes que trato en consulta tienen una presión grande con los gimnasios... Pero a mí los excesos que más miedo me dan son los de consignas, para ser feliz, para lograr esto o estar bien», piensa.

Ante la presión del éxito y la felicidad y ese estado (habitual) de «la mente divagante», que potencia el estar deslizando el dedo por la pantalla, la experta invita a entrenar el mindfulness o la atención plena. «Atención plena es ‘‘vamos a pararnos y sentir. Percibe a tu hijo. Tómate un tiempo para respirar y actuar con calma’’. La atención plena nos lleva a vivir más desde el corazón, que tiene neuronas, y el cerebro sigue al corazón, que es más rápido», explica. 

—¿Por qué es definitiva la infancia de cara al resto de la vida?

—Es una etapa de grandes oportunidades y muy frágil. En ella se asientan las bases de todo nuestro desarrollo y la posibilidad de que se exprese nuestro potencial en el futuro. Hoy, cada vez con más frecuencia, nos encontramos con que los adultos estamos tan dispersos que, de modo inevitable, acusamos esa dispersión y la falta de atención cuando estamos con los niños. En los parques vemos a los padres que, en lugar de estar prestando atención a lo que los niños hacen, estamos con el móvil. Y el niño se vuelve para mostrar algo que acaba de conseguir y se encuentra que la mirada de mamá o la mirada de papá no está. Está en otra cosa.

—¿A qué quiere invitar sobre todo la lectura de «En este mismo instante»?

—A descubrir dos aspectos naturales y esenciales en el ser humano. Uno es la conexión. Y otro, cómo tenemos esa capacidad de estar presentes en lo que hacemos. Esto es algo que sucede sobre todo en la infancia. Un niño está presente de forma natural, disfruta de lo que está haciendo, con el movimiento, con el cuerpo... Y eso se va perdiendo a medida que se desarrolla la mente (lo que, por supuesto, es muy importante). Vamos perdiendo con los años esa capacidad espontánea de estar.

—¿Vamos al parque por los niños o para socializar con otros padres? ¿Es tan importante que los pequeños socialicen entre ellos?

—Es muy importante tener en cuenta la edad. Según la edad madurativa que tenga el niño, estar relacionándose con otros pares, con iguales, es importante.

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—¿A qué edad empieza a necesitar el niño relacionarse más con sus pares o iguales y no tanto con sus padres?

—A partir de los 5 o 6 años, lo que se empieza a considerar la segunda infancia, los pares son cada vez más importantes. Y además es, en la interrelación con esos pares, como se desarrollan muchísimas habilidades. Los padres son fundamentales hasta los 3 o 4 años. A esa edad, si un niño puede estar jugando con su mamá o su papá, lo prefiere a un compañero. De hecho, antes de los dos años y medio los niños no se relacionan, se comunican cuando los dos quieren la misma cosa: el mismo juguete, por ejemplo. Si no, pueden estar sentados al lado, pero cada uno en su juego, sin interacción. Sin embargo, en esa primera infancia sí interactúan con un adulto, porque tiene la capacidad de adaptarse al juego del niño. Desde luego, ya si hablamos de adolescentes, prefieren estar entre ellos que con los padres.

 «Un adolescente va a chocar con sus padres, y mantener el pulso con él requiere energía. Como nos pillen sin energía y por no chocar vayamos cediendo, comienzan los problemas»

—¿Es normal que prefieran siempre a sus amigos que estar con papá y mamá?

—Sí. Es lo que toca. La gran conquista que se tiene que producir en la adolescencia es salir de ese entorno familiar para, precisamente, integrarse en el grupo de los iguales; es la preparación para el mundo adulto. Incluso, a nivel neurobiológico, se van produciendo mecanismos para que esa niña o niño sienta menos interés por la familia. Se tiene que producir esa individualización: me voy formando como un individuo nuevo en la medida en la que rompo con la familia. Hay que romper. Para poder diferenciarte, se tiene que producir esa ruptura, en el que de todo lo que te dice tu padre o tu madre tú vas a pensar justo lo contrario.

—¿Es razonable imponer unas normas y unos horarios fijos como padres?

—Lo difícil es establecer normas generales. Mientras tenga lugar ese proceso, lo fundamental es que los padres no desaparezcamos. Hay que marcar normas y límites que hay que negociar en cada situación y en cada momento.

—¿Con los adolescentes se negocia?

—Sí. En unos momentos tendremos que ceder nosotros y en otros tendrán que ceder ellos. En la medida en que los padres cedemos, les estamos enseñando a ellos a ceder. Si somos capaces de negociar y ser transigentes, vuelven. En un momento dado dicen que no, pero recapitulan. Un adolescente va a chocar, y mantener el pulso con él requiere energía. Como nos pillen sin energía y por no chocar vayamos cediendo... comienzan los problemas.

—¿Crees que los padres de hoy tendemos a desaparecer en la adolescencia?

—Sí, al menos desde lo que me toca ver en consulta. En general, los adultos vivimos un nivel de estrés muy alto. Se ha instalado entre los adultos (no solo entre los jóvenes y los niños) usar las pantallas a modo de regulación. Esa desconexión («veo cuatro chorradas y desconecto») no sirve; lo que hace es que el cerebro no descanse, que se crispe. Es el agotamiento lo que hace que a muchos padres les cueste mantenerse firmes con los niños y los adolescentes. Hay que elegir las batallas, y asumir que en la adolescencia toca ese enfrentamiento con los hijos. No vale el «no» como con los niños pequeños. Hay que consensuar límites. Lo importante es tener en cuenta, lo primero, cómo es un cerebro adolescente. Es un cerebro que está desequilibrado. Por cómo está madurando, cambiando. Eso hace que la parte límbica, la emocional, esté muy activada, y la parte frontal (la que tiene la capacidad de frenar) inhibida. Igual que las pataletas son normales a los 2 años, hay que encajar que la impulsividad es natural en la adolescencia.

—¿Hemos de adaptarnos los padres a los hijos? Hay quien se resiste.

—La mejor estimulación en los tres primeros años de vida es la afectiva: el contacto con los padres, tener por padres a unos adultos que están ahí, que se acomodan a lo que el niño va a demandar, al tiempo que se van poniendo dinámicas para que el niño se adapte al ritmo familiar. ¿Pero qué necesita un bebé? Piel con piel, sonrisas, estar en brazos y que el adulto disfrute de esta atención que le dispensa el adulto. Cuando eso sucede, tenemos un bebé que está sonriendo y resplandece. ¿Y qué ocurre cuando el adulto sigue el ritmo del bebé? Que aprende enseguida a identificar las señales de malestar de ese bebé.

—¿Qué es lo primero que los niños deben aprender?

—El movimiento y el suelo son los mejores maestros de la infancia, dicen. Si has sido un bebé que has estado muchas horas sentadito, igual luego no tienes una buena psicomotricidad. El desarrollo en la primera infancia tiene que ser global. Lo que más necesitan al principio son experiencias sensoriales, táctiles, de audición, de olfato, de movimiento... A partir de ahí se organiza todo el sistema para poder llegar a la cognición, a los pensamientos. Esto a veces se nos escapa. Un niño sano, que está bien cuidado, sabe buscar la estimulación que necesita. No hace falta estimularlo. Solo necesita un espacio seguro para moverse... y si es al aire libre, ¡mejor! Con la edad llega un momento en que los niños salen de esa plenitud de la entrega al instante y salen a la mente. Después hay que aprender a recuperar eso de nuevo: el ser capaz de quedarse en el instante y disfrutarlo.