«Caches» ocultos por todo el mundo. El juego de orientación creado en Estados Unidos en el 2000 tiene millones de seguidores y escondites por todo el planeta. Los usuarios gallegos cuentan por qué les atrapa
22 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Debajo de una piedra, en el hueco de un árbol, tras un arbusto o bajo una valla... En cualquier sitio puede estar escondido el tesoro. Hace unos años, José fue un día a pasear con su familia por la ruta de los molinos de Zas. Allí iban de pequeños y los primos recordaban un hueco entre las tejas donde la abuela escondía una llave. Fueron a mirar si seguía allí, convencidos de que era imposible; y, efectivamente, la llave no estaba. Pero el hueco no estaba vacío: allí había un pequeño táper con un papel en su interior. No sabían de qué se trataba, pero el hallazgo les emocionó y firmaron todos en él. Años después recordó esa anécdota y se puso a buscar información. Y así descubrió Geocaching, el mayor juego de búsqueda del tesoro a nivel mundial. Funciona a través de una aplicación móvil, en la que los participantes hallan las coordenadas GPS donde otros han escondido un objeto, conocidos como caches. Hay más de tres millones escondidos en todo el mundo, más de 6.000 repartidos por Galicia, y miles de seguidores de este juego que acaba de cumplir 25 años de vida.
Todo empezó en mayo del 2000, cuando un informático estadounidense llamado Dave Ulmer ocultó el primero en Oregón y publicó las coordenadas en un grupo de noticias de internet; fue posible porque dos años antes, el Gobierno de Bill Clinton levantó las restricciones sobre la señal de los satélites GPS, hasta entonces limitadas para operaciones militares, y permitió su uso civil. Desde entonces hay geocaches escondidos en 191 países.
«Es una buena manera de salir de casa y descubrir sitios», cuenta Carolina Folgado, zamorana que vive en Ourense y que lleva trece años enganchada a Geocaching; es más, este juego se ha convertido en parte en un modo de vida, que condiciona sus fines de semana, escapadas y vacaciones. «Suelo viajar bastante con mi mujer, recuerdo una de las primeras veces en Segovia, encontramos un montón en el cementerio judío». Empezaron a cogerle el gusto y descubrieron todo un mundo detrás de la aplicación: grupos de seguidores por comunidades, eventos y quedadas para organizar rutas... «Es una buena forma para socializar, encontrar gente con tus mismas afinidades».
Desde hace tiempo, ellas forman parte de uno de los grupo creados en Galicia, Os Atopados, formado por varios equipos de varias ciudades y que comparten coche y alojamiento para acudir a eventos. Tienen retos mensuales que les incitan a salir a superar el número de tesoros descubiertos, lanzan desafíos entre unos equipos y otros, y viajan por el mundo con la excusa de seguir encontrando: «Este año participamos en un evento en Guimarães (Portugal) y vimos una publicidad de Eslovenia; así que allí organizamos las vacaciones», cuenta. Además intercambian cromos virtuales, —los llaman suvenires— con otros participantes. «Hemos hechos amistades en otros países gracias al Geocaching», reconoce.
Para todas las edades
Y aunque se hable de juego, cromos y retos, no hay que pensar solo en seguidores de corta edad; Carolina tiene 51 años y comenta bromeando que ya en el 2012 «los primeros encuentros a los que asistimos parecían actividades del Imserso». La edad media es elevada y hay muchas personas jubiladas, en general amantes del senderismo y la naturaleza. Pero también hay caches en el asfalto de las ciudades.
Hay una segunda vertiente: es un juego de niños. Y por eso hay familias que buscan actividades de ocio que llamen la atención a los pequeños al tiempo que puedan disfrutar conociendo una ciudad o haciendo una ruta por el monte. Es el caso de Iago Bernárdez Otero, un vigués que descubrió Geocaching buscando alternativas para enganchar a su hijo al senderismo. Fue su compañero de trabajo José (el mismo que había descubierto el juego en un escondite de la ruta de los molinos de Zas) el que le habló de ello. «Fue en el 2023 y desde entonces nos fuimos enganchando mi mujer, mi hijo y yo», cuenta. Les gusta mucho la intriga pero, sobre todo, la satisfacción de encontrar algo. «El crío —cuenta— se sorprende mucho». Él tiene la doble visión, el de un juego para niños, pero en el que muchas veces detecta la complejidad de los escondites: «Tú intuyes dónde está y les ayudas a encontrarlo».
Aunque no hay que dar por hecho que el adulto siempre lo consigue: «Siempre hay alguno que te cuesta cinco o seis visitas», reconoce Carolina, y se le viene a la cabeza uno especialmente complicado en Pontevedra por el que pasaban cada vez que tenían ocasión. «Al final, dimos con él, estaba en un tronco lleno de hiedra», recuerda. También explica que en las ciudades, a priori, está más sencillo, pero «lo suyo es que no te vea nadie, en los cascos históricos tienes que esperar a que llueva o a que se haga de noche para descubrirlo». Los seguidores españoles se organizan a través de una web en la que van organizando encuentros. Iago organiza quedadas en un bar de Novo Mesoiro, en A Coruña; la última fue la semana pasada y ya prepara otra para el mes de noviembre.
Estados Unidos es el país que tiene más caches, seguido de Alemania, Francia Canadá, el Reino Unido, Suecia y España. Galicia es la octava comunidad española con más dispositivos escondidos: hay 27.300.
Cualquiera puede salir a buscar, solo hace falta descargarse la aplicación y buscar sin rendirse. Hay una versión gratuita y otra de pago con más funcionalidades y tesoros escondidos. Estos son de lo más variado, los hay de todas las formas y tamaños; algunos son tápers más grandes reutilizables y otros microenvases del tamaño de una uña. Lo importante es seguir las coordenadas y, si es necesario, hacer uso de las pistas que otros participantes van dejando. Siempre intentando no desvelar el misterio. El tesoro puede estar en cualquier sitio.