Tres estudiantes de la USC tienden un puente entre generaciones: «Los inmigrantes africanos sienten la misma morriña que sintieron los gallegos»
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La emigración gallega de los años cincuenta y la inmigración africana actual se dan la mano en el TFG de María Rey, Carla Tilve e Iria Domínguez
25 sep 2025 . Actualizado a las 15:48 h.Si el mar tuviese memoria, ¿qué historias contaría? ¿Hay tanta distancia entre aquellas fotografías de Manuel Ferrol, iconos imborrables de la emigración gallega en los años cincuenta, y los miles de refugiados africanos que llegan cada año a Galicia? Eso mismo se preguntaron María Rey, Carla Tilve e Iria Domínguez, tres estudiantes del último año de Periodismo que han intentado tender un puente. «Un puente entre culturas, entre generaciones», explica María. Ninguna de las tres quiere diferenciar sentidos —ida, vuelta— ni épocas, sino que todas ven un único relato enmarcado en un único mar. Y así lo han retratado en su reportaje Mar de ida e volta.
«Es el culmen de nuestras propias inquietudes, de lo que construimos en común desde que somos amigas —cuenta Iria—. La migración gallega, tanto actual como pasada, era algo que nos interesaba mucho y que formaba parte de nosotras mismas, por eso decidimos que nuestro TFG se centrara en esto». Con precisión y delicadeza, han unido viajes e historias de tiempos y orígenes diferentes que, de un modo u otro, han confluido en Galicia. «Y nos hemos dado cuenta de que la morriña, que es un sentimiento que tenemos muy asociado a los gallegos, también se ve en la otra parte. Zang, Abdoul, algunos de los africanos que hemos entrevistado, también nos han hablado de ella. Es algo circular», dice María.
Su trabajo, un reportaje multimedia que mezcla texto y vídeo, reúne una serie de testimonios individuales que tratan de deconstruir la idea de «otredad» hacia los nuevos migrantes, los que ahora vienen después de que muchos otros se marchasen, asegura Carla. Y durante el proceso descubrieron cuestiones «muy interesantes». Por ejemplo, que los refugiados son mucho más aceptados que el resto de inmigrantes porque son percibidos como víctimas, y que la condición de «indocumentado» es una barrera que crea el Estado. «Hay unos plazos, cuando una persona llega aquí y solicita asilo político, en los que la Administración debería revisar cada caso individualmente —apunta María—. Pero eso en la práctica no sucede así. Los casos no se revisan uno por uno, sino que el criterio se basa exclusivamente en la nacionalidad de cada persona. Por ejemplo, a los senegaleses, por norma, no les dan asilo político, pero a los malienses sí». «Tendría que existir esa revisión individual», opina Iria, y María añade que tampoco los plazos se cumplen: «Eso es lo que deja a las personas en una situación irregular».
Mil historias
Entre las páginas de Mar de ida e volta se esconde, por ejemplo, la historia de Abdoul, un hombre nacido en Senegal que lleva más de veinte años en España dedicándose a la venta ambulante. «Muchas veces, cuando ves a estas personas por la calle, no te paras a pensar en lo que puede haber detrás —dice María—. Pero siempre hay grandes historias, si estás dispuesta a escucharlas». De Abdoul, lo que más llama la atención es su positividad, pese a todo. «Él te cuenta sus penurias con una sonrisa, incluso te contagia su alegría», añade María. Desde hace años, el senegalés tiene una relación estrecha con los dueños del bar Chaflán, en A Coruña. Cuando su madre murió, en el 2020, en Senegal, «en el bar organizaron una colecta de dinero para que pudiese ir allí a despedirla».
También hay historias de la diáspora gallega, como la de Celia. Ella, hija de una madre soltera, emigró con dos o tres años desde Dozón —antes Lalín— a Buenos Aires. «No tiene muchas memorias de esos primeros años en Galicia, pero sí recuerda que cuando llegó a Argentina hablaba en gallego. Y tuvo dificultades para hablar con los demás niños, porque no la entendían y ella tampoco a ellos», explica Iria. Allí, en la capital rioplatense, su madre se volvió a casar, pero Celia siempre fue muy consciente de sus orígenes. De hecho, tiempo después empezó a cartearse con su padre.
«Pasaron los años, Celia se casó y, con veintipico años, volvió a Galicia —prosigue Iria—. Aquí vio todo aquello de lo que le hablaban, ese paisaje y, como las otras dos mujeres que hemos entrevistado, se emocionó mucho. Sintió que su vida tenía sentido». Las tres amigas recuerdan cómo Celia les contó que en su cuerpo convivían dos identidades diferentes, aunque ella no entendía por qué. «Se sentía desubicada, deslocalizada, porque tenía dos hogares», añade Iria.
Celia nunca regresó definitivamente a Galicia, pero continúa muy ligada a la comunidad. Empezó a escribir en un grupo de Facebook «de la colectividad» pequeños relatos sobre lo que significaba para ella ser gallega. Una de sus hijas la animó a escribir un libro, Corazón gallego, y en el 2023 llegó a presentarlo en Lalín. «De las tres mujeres argentinas que entrevistamos, dos de ellas acabaron estudiando Historia —cuenta María—. Precisamente por intentar aprender del pasado para darle sentido a su presente». Igual que Celia, ninguna decidió volver, aunque «se sienten más gallegas que argentinas».
Carla, María e Iria quieren incidir en cómo a veces se trata a los migrantes. «Muchos se refieren a los que están en situación irregular como “ilegales” —lamenta Iria—. No lo son, no hay nadie ilegal, son seres humanos. No eres ilegal por haber nacido en otro país».
Otro error, explica Carla, es crear un relato de la migración «como si fuese una masa. Personas sin ninguna historia, que llegan en tropel a España y cuya situación personal —e incluso colectiva, desde el punto de vista geopolítico— no importa». Esa visión, opinan las tres, perpetúa una realidad en la que los inmigrantes solo son aceptados si tienen una condición de víctima o si se ganan su estancia a través de un relato un poco más heroico. «Como lo que vimos con el asesinato de Samuel Luiz, en Coruña», ilustra Carla. Hace referencia a Ibrahima Diack y Magatte Ndiaye, los dos senegaleses que intentaron evitar la muerte de Luiz disuadiendo a sus agresores y que se ganaron el título de hijos adoptivos de la ciudad.
María añade el que, para ella, es el problema clave: «Este tipo de temas, estas historias, no siempre son tratadas con la profundidad que merecen, y eso es lo que más perpetúa la visión de los migrantes como una masa, que comentaba Carla. No hay tiempo para África».