Rosa, 54 años: «Tengo parálisis cerebral porque me metieron en quirófano por error cuando tenía 1 año»
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No ha tenido una vida fácil, pero con cada palabra nos da una lección: «Creo que he tenido mucha suerte en la vida. Me siento muy afortunada por todos los ángeles que se han cruzado en mi camino»
02 nov 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Rosa María Blanco describe su vida como un camino lleno de piedras, de enormes pedruscos que le impiden el paso, pero los ángeles de la guarda que se ha ido encontrando a lo largo de los años le han permitido allanar ese sendero. Ella padece una parálisis cerebral desde niña y, visto el esfuerzo que realiza durante cerca de una hora por hablar y comunicarse sin desistir de su empeño, yo diría que esa descripción no es exacta. Más que un camino lleno de piedras, esta vecina de Meis no hace otra cosa que escalar ochomiles. Ha tenido muchísima gente que la ha ayudado y lo sigue haciendo, pero el gran mérito es de ella. De la fuerza interior que tiene y de que es una guerrilleira de pura cepa. Rosa no se conforma con un no. Aunque también es verdad que siempre tuvo un ángel a su lado, al que sigue echando de menos cada día, una persona que le tendió la mano desinteresadamente, como se deben hacer siempre las cosas, y nunca más se la soltó. Era su querido cuñado Ramón. Pero vayamos al principio de todo y dejemos que ella nos cuente su vida.
«Tengo parálisis cerebral por una negligencia médica. Tenía un año y pico y me puse malita. Mi madre me llevó al hospital, pero en la habitación estaba otro bebé que se llamaba como yo, Rosa María. Y se confundieron. Mi madre se fue a comer y cuando volvió ya me habían metido en quirófano por error. Tenían que operarla a ella y me operaron a mí. Y me tocaron la cabeza...», cuenta. Esto sucedió hace ya 53 años. Y desde entonces esta vecina de Meis siempre ha tenido que abrirse camino, aunque no siempre le resultó fácil. Lo que nunca le faltó fue el cariño de su familia. Todos sienten adoración por Rosa y no es de extrañar. Se hace querer a primera vista.
Ella cuenta que vivir en un entorno rural con una parálisis cerebral, «que para todos era un retraso mental», no fue sencillo, y durante mucho tiempo cayó en la trampa de los prejuicios sociales: «Vida independiente no existía, ni derechos, ni educación, ni siquiera éramos personas. A mi madre le llegaron a decir que yo era un castigo de Dios por ser ella madre soltera». Eso sí, en su casa, de puertas para dentro, era otra casa. «Mi infancia la recuerdo con mucho amor, pero aislada. Mi madre Angelita me quería muchísimo. Yo siempre estaba en casa. No quería salir, sobre todo, cuando empecé a ser consciente de lo que me pasaba. Y me aislé por miedo a sufrir rechazo», explica.
Su miedo no era infundado. «Me negaron mi derecho a ir al colegio. Según escuché, las palabras fueron: ‘‘Porque no era un colegio para retrasados’’». Y así pasó Rosa sus primeros años de vida. Sentada en un silla en la cocina, que su madre tenía que mover levantando las patas delanteras y arrastrándola, o en la cama, porque nunca pudo caminar. Pero ella siempre tuvo la curiosidad de aprender, de saber, de preguntarlo todo y de sentirse incluida, claro. Y cuando tenía 5 años, la vida le regaló «el mejor padre» que pudo tener: su cuñado Ramón. «Fue un regalo de la vida. Él era patrón de barco y me cogía con sus fuertes brazos y me sentía protegida, aunque yo siempre le pedí a mi familia que no me protegieran. Pero él me rescató de la soledad en la que me encontraba. Como no me dejaban ir al colegio, él me enseñó a leer y a escribir. Y descubrí en la escritura mi manera de comunicarme con el mundo. También me educó como persona. Me enseñó a discutir si no estaba de acuerdo en algo, a equivocarme, a tener seguridad en mí misma. Me permitió que yo empezara a ver esa persona que tenía dentro y que estaba escondida», cuenta. Resulta muy difícil no emocionarse con la pasión y el cariño con el que se dirige a Ramón Casáis, aunque sienta también adoración por su hermano, que también se llama Ramón, y por su sobrino: «Son los Monchos de mi vida. Pero también mi hermana y mi madre. Tengo una gran familia». «Mi hermano con su primer sueldo me compró una silla de ruedas roja para que pudiera moverme, aunque yo, por aquel entonces, no quería salir a la calle. Mi sobrino vive conmigo y mi hermana también me ayuda mucho», relata mientras explica que ha sufrido también la pérdidas de personas muy importantes para ella: «Mi otro hermano, mi sobrina, mi madre... y Moncho...». «Mi cuñado me llevaba a la playa, también a pasear por Cambados, a la casa de su madre, porque él era de allí, al puerto a ver los barcos... Y además de enseñarme a leer y a escribir, también me educó muy bien musicalmente. Me ponía canciones y me contaba cosas de los grupos y de las letras. Ahora no sabría vivir sin la música. Mi cuñado era una persona muy especial», explica.
En esa etapa, Rosa podía disfrutar de los pequeños placeres de la vida, pero todavía le quedaba un gran camino por recorrer para convertirse en la persona que es ahora. Y en todo esto jugó un gran papel Amencer Aspace en Pontevedra y su maravilloso equipo. «Fue mi ginecólogo quien me habló de Amencer. Se dio cuenta de que sabía leer y escribir y me dio el número de teléfono en un papel. Y me dijo: ‘‘Vete ahí’’. Yo no quería, pero como le había dicho que sí al médico, pues vine», señala. «Cuando llegué era como un animalito asustado y no me daba pasado el tiempo. Tampoco quería que nadie me tocara. Pero recuerdo que una compañera me cogió la mano, me la apretó y me dijo: ‘No te preocupes, no tengas miedo. Estás en un buen sitio’. Y ese momento se me quedó grabado», relata.
Cuenta que tiene un servicio que le ayuda, además de su familia, en las tareas domésticas. Pero ella ahora puede ir al banco sola, al súper, al médico..., ha logrado tener una autonomía que jamás se habría imaginado. Incluso participa en congresos y forma parte de un grupo de trabajo a nivel estatal denominado Ciudadanía Activa y se queja de que debatir está muy bien, pero hay que hacer más por lograr que todos los usuarios tengan cubiertas unas necesidades específicas para poder expresarse.
También logró cambiar su diagnóstico: «Cuando entré en Amencer, me dijeron que tenía que solicitar el certificado de minusvalía. Mi madre me lo pidió y cuando llegó a casa abrí yo la carta. Me quería morir porque no ponía que tenía una parálisis cerebral, sino que tenía un retraso mental. Cuando eso no es así. Entonces guardé la carta. David Villaverde, el director del centro de día, al que tengo que agradecerle muchas cosas y que es una persona muy especial para mí, otro ángel de la guarda, me preguntaba todos los días si me había llegado el certificado. Pero siempre le respondía que no». «Hasta que un día le dije que sí, pero que no se lo iba a entregar. Y se lo expliqué. Todo el mundo me decía que no importaba lo que ponía, que lo fundamental era que lo reconocieran. Pero a mí sí que me importaba. No podía con eso. Entonces, un técnico de Amencer, Jaime Pérez, otro regalito de la vida, igual que David, me vio tan mal que me dijo que pidiera otra valoración, que él me iba a acompañar. La pedí y un mes después me llegó otra carta, pero ya con un diagnóstico de parálisis cerebral. Ese fue mi primer logro. Lo que lloré al verlo....», expresa.
Fue el primero de muchos. Solo hay que ver su sonrisa y la luz que irradia para saber la alegría que transmite. «Creo que he tenido mucha suerte en la vida. Me siento muy afortunada por todos los ángeles que se han cruzado en mi vida», dice. Pero no hay duda de que todas esas personas dirán que la suerte es suya por tener a una persona tan especial como Rosa en sus vidas.