Si cada sociedad se define por la manera en la que trata a sus niños, estamos en una muy rara. Como son una especie en vías de extinción, hemos desplegado un inventario de sobreprotecciones que lo único que han conseguido es dejarlos a la intemperie. El otro día, el periódico publicó la foto de un cartel en el que se leía “prohibido jugar a la pelota” y pensé que era la prueba definitiva de que, en el fondo, queremos un mundo sin niños, sin sus llantos, sin sus babas, sin sus insomnios, sin sus cosas raras. Parece que no, intentamos disimular ese rasgo como podemos, pero hay síntomas de la peste por todos lados.
Cuando los niños dejen de existir de manera definitiva, pensaremos que quizás fueron las pantallas la herramienta con la que ejecutamos la extinción de la infancia. Tendríamos que haberlo visto la primera vez que un padre o una madre en algún lugar del planeta le entregó al último bebé de la camada un teléfono con acceso libre. Hoy hay niños de 6 años que han visto en ese teléfono escenas pornográficas que convierten Garganta profunda en una película de Julie Andrews. Y así, no hay manera de ser pequeño.
Hay otros padres y madres que el día de la concepción ofrendaron su retoño al dios de la santa exhibición. De hecho, he visto más fotos de algunos de esos bebés que de mi propia hija. Fueron criaturas empleadas por sus progenitores a tiempo completo, con un contrato de esclavitud en vigor, con una cámara siempre en la nuca y obligados a producir y producir likes y atmósferas de felicidad digitales. No sé qué adultos serán estos niños iPhone, pero si alguno salió indemne, debería pedir la hoja de reclamaciones.
Nada tan cruel, sin embargo, como ese prohibido jugar a la pelota del cartel que el otro día publicó el periódico. La orden es la prueba definitiva de que hemos desterrado a los niños de la calle, esa que nosotras ocupamos sin supervisión paterna y jugando a la pelota y a la goma y a la cuerda y al brilé y a huevo, pico, araña y a polis y cacos. La orden es la evidencia de que esa distopía de la que todo el mundo habla ya está aquí y que la única forma de esquinarla es saliendo todos a la calle a jugar a la pelota.