Begoña Peñamaría: «Todos conocemos colegios, incluso con valores religiosos, donde no hacen nada por ayudar a un niño que sufre acoso»

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Begoña Peñamaría, diseñador y escritora, este viernes en su taller de moda nupcial, en A Coruña.
Begoña Peñamaría, diseñador y escritora, este viernes en su taller de moda nupcial, en A Coruña. Marcos Míguez

La diseñadora de moda nupcial acaba de publicar «Los borrones de Dios», sobre adolescencias heridas por el dolor, el miedo, el maltrato y el desamparo. «Se aprende más en el dolor que en la alegría», asegura esta atenta lectora de la psicología de sus clientas

26 nov 2025 . Actualizado a las 09:53 h.

Su vocación tiene tela. Lleva 30 años vistiendo novias, y no viste a mujeres que no haya leído primero. Leer, en este caso, es decir 'observar', llevar a cabo esa lectura comprensiva de la persona que no se queda en su aspecto, en lo que se ve por fuera. Para saber mirar y leer a una persona hay que poner atención, advierte.

«No hay vida fácil», asegura con un bagaje de experiencia Begoña Peñamaría Marcos (A Coruña, 1971), diseñadora que debutó en la escritura con Dejadme marchar, crudo y luminoso relato en memoria de su hermano precozmente fallecido a causa de un cáncer, lee a sus clientas desde las primeras líneas en su taller de un primer piso de la coruñesa calle Real, una atelier o burbuja de glamour donde diría que es posible la confección de un día perfecto. 

Este viernes 21, después de la presentación del libro, despejamos Los borrones de Dios (Lautana Editorial) sentadas ante su mesa de trabajo, rodeadas de vestidos que aguardan a futuras novias, madrinas y niñas de Comunión. 

«No hay vida fácil, pero si llegas al corazón de alguien descubrirás que carga con un peso grande, si no en un momento en otro. A todos nos toca peso. Y eso que yo me agarro fuerte a la vida, en la que no dejamos de luchar», sostiene Peñamaría, con parentesco con la escritora Elena Quiroga, segunda mujer en entrar en la RAE.

-El dolor es un territorio fértil para sus novelas. De las sombras y las penas hace vestidos de palabras. ¿Las heridas ayudan a escribir?

-Me gusta llegar al fondo de la cuestión y enseñar que la vida, más allá de lo que muestran las redes sociales y las maravillas del mundo, es mucho más que eso. Somos alguien, alguien que sufre y lo hace por algo que mamó, que vivió, que observó. Creo que puedo escribir una comedia, creo que puedo hacerlo... 

-Hizo, de hecho, una incursión en la comedia negra, con «Las horas no contadas».

-Sí, pero a mí me suele gustar pararme a mirar y contar lo que no ve la mayoría de la gente. 

-De eso que no ve la gente, en parte porque no se detiene a mirar, habla en «Los borrones de Dios», de la soledad de cuatro adolescentes que viven calvarios muy actuales: el maltrato familiar, el acoso escolar, las adicciones... ¿De partida no todos tenemos las mismas oportunidades? ¿Quiénes son «Los borrones de Dios»?

-Esa desigualdad inicial está en la novela desde el principio. Te diría que los borrones de Dios son las equivocaciones de Dios. Desde mi punto de vista, Dios existe, y esos borrones son cosas impensables, cosas que no deberían suceder, que no podemos comprender. Todos deberían poder tener una vida lo más feliz posible, sabemos que es una utopía, pero todos los niños, los jóvenes, deberían partir de un hogar donde se les quiera, se les críe y se les ayude. Son borrones porque son escolares, y no algo bonito. Son personas que sufren duramente.

-¿Vivió de cerca casos de adolescentes con estos problemas e infiernos personales?

-A lo largo de los años he podido saber, por medio de mis hijos, lo que pasa en el patio del colegio. Colegios que todos conocemos, y con valores religiosos, donde no hacen prácticamente nada por ayudar a un niño que sufre acoso. Dan ganas de llorar. Yo a mis hijos les dije desde pequeños: «Como le hagáis daño a algún niño no os llegan las piernas para correr». Eso lo tienen clarísimo. 

-Está haciendo el raro ejercicio de ponerse en la piel de la madre del menor que agrede. Es algo inusual. ¿Qué hace el padre o la madre del menor que agrede, suele mirar para otro lado?

-Sí, yo creo que la mayoría de las veces sí. El niño agrede en muchos casos o porque ha visto en su casa agredir, comportamientos violentos, déspotas o de falta de respeto hacia los demás. Ha crecido en ese ambiente, por lo que lo ve algo normal o incluso aplaudido. O puede deberse a una carencia. Probablemente, ese niño no querría ser así y sufre por ello, pero esa coraza le ayuda a protegerse del mundo, ante el que no se siente preparado para enfrentarse, porque no está entrenado en eso. Prefiere ser «malote» para no sufrir. Y se rodea de cuatro o 40 pringaos que callan por miedo, por no pasar al grupo de los agredidos. 

-El efecto del clan y la ley del silencio siguen vigentes en los patios de los colegios. 

-Sí. Lo terrible es el disfrute colectivo, el que algunos se diviertan dañando y vejando en grupo a una persona. Les excita hacer daño y que otros cuatro estén mirando... Qué clase de personas son estas. 

-¿Una forma de «ser hombre» aún potenciada?

-Prefiero no pensar eso. Pienso que hay hombres estupendos, buenísimos, con principios y valores, pero es cierto que de la educación viene todo. De la educación vienen estos niños de mi libro, de lo que han visto y de cómo los han tratado. Los adultos son un reflejo de lo que fueron de niños. 

-¿Nunca dejamos, en el fondo, de ser niños?

-Efectivamente. La infancia es una etapa definitiva. En el caso de niños como estos del libro se trata de pararte a observar. Mira y escucha a tus hijos. Presta atención a lo que cuentan, a eso de lo que se están riendo. «Es que hoy vino a clase con un chicho alto y una goma rosa». «¿Cómo? A lo mejor le gusta la goma rosa». «No, es que es un pringa'o». «No sé si se meten con él, pero como vosotros lo hagáis no os llegan las piernas para correr». En la adolescencia se quiere ser «de los guais». Como madre, hay que observarlo muy de cerca. 

-¿Los adolescentes de hoy tienen problemas distintos a los de generaciones pasadas, como la nuestra?

-Creo que los problemas son los mismos. En nuestra época también había en el patio niños y niñas que estaban solos. Y había quien se reía de ellos... Niños a los que nunca invitaban a ningún cumpleaños. Hoy, con los móviles eso se ha multiplicado por 50.000. 

-Seis novelas y un manual de moda. ¿La escritora nació con «Dejadme marchar»? ¿Su vocación surgió de uno de los grandes golpes que le dio la vida, la muerte de su hermano pequeño?

-Sí, que mi hermano muriese fue antinatural, inesperado, a una edad muy temprana. Piensas: «No puede estar pasando». Lo ves en una película, pero nunca piensas que lo puedes ver caer tan cerca. Eso te cambia por completo la perspectiva, la vida. A partir de ahí, o eso fue lo que me pasó a mí, ves la muerte como otro lado, no como un final. 

-Esa idea, un diálogo con lo inmaterial que trasciende, está también en este libro.

-Sí, yo quiero pensar que el que muere va a otro sitio. ¿En qué forma? No lo sé... Mientras no haya explicación de la ciencia a las grandes preguntas, hay cabida para un ser creador. Somos sobre todo algo que no es materia. A lo mejor no es alma, podríamos decir «cerebro». ¿Qué sentido tendría si no esta ratonera de la vida? ¿Venimos solo aquí a jugar entre adversidades y complicaciones... para acabar envejeciendo pasándolo muy duro en la última etapa de la vida e irnos solos? Tan solos como hemos nacido o un poco más incluso. En el fondo, estamos solos, pero en la vida nos rodeamos de personas con las que nos vamos ayudando y tenemos proyectos, para ocuparnos y sostenernos. 

-¿En ese aprendizaje consiste en vivir? Es algo, el aprendizaje, que está muy presente en sus libros. 

-Sí. Yo creo que se aprende más en el dolor que en la alegría. Yo he aprendido más en el dolor, y de las personas que más han sufrido y que menos han suerte han tenido que de las personas que, aparentemente, lo tienen todo. Las que lo tienen todo suelen estar distraídas. Sus comienzos pueden haber sido interesantes, siempre hay historias e intrahistorias...

-¿Cuesta más llegar a ellas historias en personas que «lo tienen todo»?

-Efectivamente. Y quizá no tienen siquiera ganas de recordar... De quienes lo están pasando mal puedes aprender cosas, una actitud, coraje. Luchar en vez de quedarte a llorar en una esquina. 

-¿Vivir es combatir, como dijo Séneca?

-Sí, vivir es pelear, todo el tiempo. ¡Hay que escapar del gato! Y creo que a medida que vamos viviendo y cumpliendo años algo va muriendo en el alma. Van muriendo cosas que ya no ves como veías, una parte de eso que creías. También empiezas a ver otras nuevas. Yo no soy la misma que era a los 16 años. Ahora no me importa nada lo que los demás quieren que sea. Conocerte te lleva la vida. 

-En ese proceso es seductor vestirse de otros personajes y jugar otros papeles...

-Sí, claro, si no la vida sería un aburrimiento. Pero hay que mirar siempre a quienes tenemos al lado. A veces los más próximos a nosotros son los más extraños. 

-¿Por qué escribe?

-Porque me va la vida en ello. Quiero dejar un legado para cuando no esté. Por lo de pronto, para que los míos puedan leer y saber cómo pensaba su madre, su abuela y su bisabuela. Si además consigo reconfortar a alguien con lo que escribo, ayudarle a que se sienta menos solo, menos desarropado, ya he cumplido. Me gustaría que el libro fuese como un abrazo a cada persona que lo necesite. Yo aquí vendo vestidos que diseño, algo que va en mi gusto, en mi imaginación, pero en lo que escribo está mi alma. Es donde yo intento decir: «No os olvidéis», «fijaos», «no paséis de largo»... La vida va muy rápido.

-No es una diseñadora de vestidos de novias al uso. Cada vestido está elegido, cuidado en cada detalle. No acumula, selecciona.

-Sí. Aquí las novias no vienen a comprarse un vestido que se les arregla, se les manda a Barcelona y ya está. Hablo con ellas, las escucho, miro lo que les va, lo que quieren gastar y lo que pueden. Cómo son, cómo se quieren ver. Trato de combinarlo en la coctelera y darles lo que necesitan. Los momentos que vienen a vestir aquí son de plena felicidad, uno de los momentos más felices de su vida. 

-Treinta años al pie de cada cola de distintas generaciones de novias. ¿Ha vivido momentos duros, ha cambiado mucho este mundo en tres decenios?

-Mi padre siempre se dedicó al textil y a mí desde pequeña me gustaban la estética y la moda. Valoré estudiar Periodismo, pero me decidí por la moda, y con apoyo familiar se montó este negocio en el año 95. Ha sido difícil, porque treinta años no los regala nadie. He vivido, en estos 30 años, momentos muy dispares, grandes crisis, pero también momentos muy bonitos, en los que tenía cola. Yo hablaría de reinvención continua. ¡Ahora las novias vienen con carpetas llenas de información! Hay que interpretarlas, escucharlas, comprenderlas... y hay que convencerlas. Hay que adaptarse a un mercado en constante cambio y atreverse a cosas nuevas. Me va la vida en crear cosas nuevas. Ahora estoy diseñando una colección de lencería. Hay que estar a todo, el camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Estar aquí es estar todo el tiempo dándole a la cabeza.

-¿Tienen algo en común el diseño de ropa para bodas con la confección de un personaje y una trama?

-Tal como está planteado mi trabajo aquí en el atelier, tiene muchísimo que ver. Aquí hay mucho de psicología y de comunicación. Y en las dos cosas debe haber creatividad. Es el denominador común. Imaginación para inventar un vestido o una historia.

-Antepasada suya es Elena Quiroga, la segunda mujer en entrar en la Real Academia Española. ¿La lee? La editorial Bamba la está reeditando.

-Sí. Tristura, La sangre, Viento del norte. Elena Quiroga era prima de mi abuela y escribía en el pazo familiar de Villoria. Las dos se encerraban en el pazo juntas a escribir en verano y hacían su club de lectura particular.

-¿A quién le gustaría llegar con «Los borrones de Dios»?

-Me gustaría que llegase, sobre todo, a padres y a educadores. A los colegios. Que se dieran cuenta psicólogos y orientadores de que muchas veces se llega tarde, de que hay un problema real. Lo acabamos de ver con una niña en Sevilla.