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Este chico es la pesadilla de Taylor Swift

Jack Sweeney

Este chico es la pesadilla de Taylor Swift

Fotografía: Michelle Bruzzese, Der Spiegel

Desde su habitación en un piso de estudiantes, Jack Sweeney sigue y publica los movimientos de los 'jets' privados de Taylor Swift, Elon Musk y otros megarricos. Los ha puesto muy muy nerviosos. Tanto que piden la cabeza de este chico de 22 años.

Viernes, 01 de Marzo 2024

Tiempo de lectura: 7 min

Al principio no quería hablar. Luego accedió a una entrevista por teléfono y, finalmente, aceptó reunirse con nosotros en Estados Unidos, donde vive. El joven, que se ha convertido en la 'mosca cojonera' de Elon Musk y a quien Taylor Swift quiere llevar ante los tribunales, estudia Informática en la Universidad de Florida Central (Orlando). Nos encontramos con Jack Sweeney, de 22 años, en el apartamento que comparte con otros estudiantes. Nos recibe entre platos sucios y patinetes eléctricos. Antes de iniciar la conversación, Jack desaparece tras la puerta de su habitación. Quiere «ordenarla un poco» antes de explicar cómo y por qué se enfrentó a la estrella del pop más popular del planeta.

Su cuarto mide seis metros cuadrados; la mayor parte, ocupados por la cama. La computadora está en un pequeño rincón frente a la ventana. Desde este monitor controla los aviones privados de los millonarios

Jack ha recibido una carta de tres páginas remitida por los abogados de Taylor Swift. En ella aparece como un acosador peligroso, que ha puesto a la cantante «en un constante estado de temor por su seguridad personal»; aseguran que le ha causado «un daño irreparable» con una de las cuentas que tiene en las redes sociales, @taylorswiftjets, que permite saber en tiempo real dónde se encuentra su avión privado. «Para usted esto puede ser un juego o una forma de alcanzar prosperidad y riqueza —dice la carta—, pero para nuestra cliente es una cuestión de vida o muerte», pone en manos de personas con «intenciones despiadadas o peligrosas una hoja de ruta para sus acciones».

Si Jack no elimina la cuenta y se abstiene de su «comportamiento ofensivo e indignante», su cliente –Taylor Swift– no tendrá más remedio que «usar todos los recursos legales a su disposición». Lo que incluye contratar a los abogados más caros del planeta. Los abogados de Swift también enviaron una carta similar a Meta, la empresa matriz de Instagram y Facebook, que inmediatamente bloquearon @taylorswift-jets, que tenían alojada en sus plataformas. Sin embargo, Jack no piensa dejar de rastrear aviones privados. Sus webs personales siguen activas: «Querían intimidarme. Intentaron obligarme a hacer algo que no tenía por qué hacer».

En su defensa, Jack habla de la necesidad de que haya transparencia de la información y «que los datos disponibles libremente sigan siendo gratuitos incluso si los poderosos tienen algo en contra». Lo dice sin alharacas, como algo obvio.

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Volando voy, volando vengo...Taylor Swift encabeza la lista de celebridades que generan más huella de carbono con sus jets privados, según un estudio realizado por la agencia de marketing Yard y publicado en Rolling Stone. En la lista también aparecen Kylie Jenner (aunque ella se defendió alegando que el que consumía era el padre de sus hijos, el rapero Travis Scott), su hermana Kim Kardashian, Beyoncé y, más que la cantante, su marido Jay-Z, aunque sea ella la que suba fotos en el avión, como le pasa a Georgina Rodríguez.

Su carrera como némesis del dueño superrico de un jet privado comenzó el 30 de noviembre de 2021, exactamente 19 minutos después de la medianoche. Jack estaba a punto de dormir cuando recibió un mensaje en Twitter: «¿Puedes quitar esto? Es un riesgo para la seguridad». El tuit era de Elon Musk. Jack estaba exaltado, apenas pudo dormir esa noche. El estudiante admiraba al emprendedor y sabía a qué se refería en su mensaje. Se trataba de @elonjet, un robot que Jack –por entonces un estudiante de secundaria– había programado para pasar el rato durante el encierro de la pandemia. El programa era capaz de determinar automáticamente y tuitear los movimientos del jet privado de Elon Musk en tiempo real.

La mañana después de su primer mensaje, Musk le insistió: «No me gusta la idea de ser derribado por un bicho raro», pero el millonario también sentía curiosidad. Quería saber cómo diablos un adolescente había logrado rastrear su avión, explica Jack. La causa era tan simple que los dos nerds se rieron: «El control del espacio aéreo es tan primitivo...», concluyó Musk. Lo cierto es que hay muchos datos de todo tipo disponibles gratuitamente para cualquiera en la Red; solo hay que saber dónde encontrarlos y cómo conectarlos.

Por ejemplo, la clave para la vigilancia privada del espacio aéreo está en el sistema ADS-B (transmisión automática de vigilancia dependiente); obligatorio en la mayoría de los aviones. Su objetivo es evitar colisiones. Cada segundo, ADS-B envía posición, velocidad, altitud y otros datos del aparato para que el control del tráfico aéreo y los pilotos de otras aeronaves pueden hacerse una idea de la situación de los cielos. Con un receptor disponible gratuitamente, cualquiera puede recibir estas señales y cruzar los datos con otros que también están en Internet. El propio sitio de Jack (theairtraffic.com) se basa en los datos que obtienen 830 propietarios de receptores similares en todo el mundo. Además, difunde diligentemente en las redes sociales los movimientos de vuelo que detecta con la ayuda de bots. «Al principio, mi programa estaba lleno de errores –comenta–. Pero en realidad es bastante fácil».

Jack solo era un adolescente cuando Elon musk le ofreció 5000 dólares por cerrar @elonjet. Lejos de aceptar la oferta, el chico pidió al millonario 50.000 dólares y prácticas en su empresa...

El gusto por los aviones le viene a Jack de familia. Su hermano Trent lleva el nombre de un motor Rolls-Royce y se está formando en la industria de la aviación. Su madre es profesora, pero su padre trabaja como director de operaciones de American Airlines en Dallas: «Cuando era niño, siempre seguía sus vuelos desde casa usando Flightradar24». En algún momento quiso saber cómo funcionaba esa página web que ofrece información en tiempo real sobre el tráfico aéreo en todo el mundo... «y así empezó todo». Su rastreo de los cielos se hizo tan popular que la revista Forbes lo incluyó entre los jóvenes innovadores más importantes para 2024 (en la categoría Tecnología de Consumo).

La habitación de este joven estudiante es bastante pequeña y el único libro que hay es Elon Musk, la biografía que escribió Walter Isaacson. «Me mencionan en el libro», dice. Y no es extraño. El intercambio con Musk fue más lejos. Después de mandarse algunos mensajes, el multimillonario le ofreció 5000 dólares por cerrar @elonjet. «Técnicamente –dice Jack– violó las reglas de Twitter», que establecen que no se puede ofrecer dinero por ninguna cuenta. Además, Jack no quería perder la diversión por un dinero de bolsillo tan insignificante. Así que exigió descaradamente 50.000 dólares a cambio, con la opción de realizar unas prácticas en una de las compañías del colorido empresario. Musk cortó el contacto, bloqueó a Sweeney y poco después comenzó a comprar Twitter a gran escala. Tan pronto como adquirió el servicio de mensajes cortos, bloqueó @elonjet y echó a Jack Sweeney de la plataforma.

De hecho, en el libro sobre la batalla por la adquisición de Twitter, Battle for the bird, el periodista Kurt Wagner atribuye la compra de la red social por 44.000 millones de dólares directamente a la ira de Musk por el estudiante rebelde de Orlando.

«Para usted esto puede ser un juego. Para nuestra cliente —Taylor Swift— es una cuestión de vida o muerte», le recriminan los abogados. «Quieren intimidarme», replica Jack

Cuando se le pregunta sobre esto, Jack se rasca la cabeza: «Podría ser», comenta, y mira la pantalla que hay en su cuarto, donde coloridos símbolos de aviones se mueven sobre un mapa de Estados Unidos: «La gente amaría más a Elon si no tuviera esas rabietas. La semana pasada me llamó 'persona repugnante'». Lo dice con pesar. Como si «Elon» fuera un buen amigo que consume demasiadas drogas. Y le pasa lo mismo con Taylor Swift. A este universitario le resulta «un poco vergonzoso y extraño» que lo procesen por algo «que cualquiera puede hacer y que muchas otras personas, además de mí, hacen».

Para él, la publicación de estos datos no tiene nada que ver con el planeta y su futuro. «No quiero tener nada que ver con la política», cuenta. Y reitera que no publica las emisiones de los aviones privados por activismo político. Los publica, simplemente, «porque los tiene». Pero no todo el mundo lo ve así. Hoy en día, Swift es más que una estrella del pop. Se ha convertido en un gigante cultural que algunos creen que puede ser el punto de inflexión de la izquierda liberal en las próximas elecciones presidenciales. Por lo tanto, que aparezca como infractora del medioambiente se ha convertido en un desastre de relaciones públicas. Las redes están repletas de memes burlones sobre el tema.

El encontronazo con la cantante está siendo más doloroso que su escaramuza con Elon Musk. En aquel entonces se lo consideraba un desvalido, hoy se lo ve como un alborotador y acosador. Ha provocado la ira de un ejército de devotos fanáticos de Taylor Swift. Y eso tiene consecuencias. Se están difundiendo fotografías suyas que lo muestran con corbata en un avión privado y lo tachan de «hipócrita»: «Él tiene un avión y está obsesionado con la aviación».

Jack se ríe. Conoce el rumor. Las fotografías fueron tomadas cuando él mismo se hizo fotografiar en un avión para una revista: «Porque estoy realmente obsesionado con la aviación. ¡Es tan hermosa!».


© Der Spiegel