En silla de ruedas por apartar el pelo de la cara: «Me llegaron a decir que no valía ni para vender cupones»

Ana Lorenzo Fernández
Ana Lorenzo RIBEIRA / LA VOZ

BARBANZA

Totalmente integrados en Rianxo. El municipio barbanzano «nos hizo sentirnos como en casa» y se han adaptado tan bien que Bruno Merlo y su familia participaron esta semana en el Feirón de las fiestas de la Guadalupe, a donde acudieron perfectamente ataviados con la ropa tradicional.
Totalmente integrados en Rianxo. El municipio barbanzano «nos hizo sentirnos como en casa» y se han adaptado tan bien que Bruno Merlo y su familia participaron esta semana en el Feirón de las fiestas de la Guadalupe, a donde acudieron perfectamente ataviados con la ropa tradicional. CARMELA QUEIJEIRO

Bruno Merlo es el mejor ejemplo de superación y defiende que «discapacidad no significa depender de los demás, uno tiene que tomar las riendas de su vida»

19 sep 2023 . Actualizado a las 14:45 h.

Una playa de Guatemala, 23 años y amigos. Eran los ingredientes perfectos para disfrutar de unas vacaciones inolvidables, y realmente fueron inolvidables, pero por el peor de los motivos. Él estaba en el agua y hacía como surf con el cuerpo, se dejaba llevar por una ola que lo arrastraba hasta la arena. «Pero cuando llegué a la orilla, no me podía mover. No me choqué contra nada, la única explicación es que, al apartarme el pelo de la cara, yo mismo estallara una vértebra contra otra. Al estar en horizontal en el mar no tienes la fuerza de gravedad que te aplasta, igual estaban un poco distendidas y al empujar fuerte hacia atrás para quitarme el pelo o respirar me las reventé», recuerda Bruno Merlo (Madrid, 1977), que confiesa que ahí empezó una de las peores etapas de su vida.

No fue solo que no se pudiera mover, es que comenzó a ahogarse. Tuvo que llamar a uno de sus amigos y decirle que lo sacara del agua, que no sabía que le pasaba. «Me arrastró por un brazo hasta la arena y luego, como estábamos en una playa después de la selva, tuvimos que ir dos horas y media en furgoneta hasta el hospital central de Guatemala, que no se sabe si esto me causó más daño o no». Después de estar dos días allí, lo trasladaron en una ambulancia medicalizada a Miami, pero él seguía sin poder moverse de cuello para abajo y hasta le costaba respirar. Sus padres tuvieron que coger un avión desde España «y con la información que le dieron los médicos, vinieron con un traje negro en la maleta por si acaso. No me quiero imaginar el viaje tan horrible que pasaron. Pobrecitos míos, 15 o 20 horas de avión con el agobio de que tu hijo se puede estar muriendo».

 Iniciar un nuevo camino

Con alguna que otra complicación, Bruno Merlo consiguió salvarse e inició allí mismo la rehabilitación. Su meta era volver a caminar y descubrió que había un hospital en Toledo que tenía buena fama para tratar las lesiones medulares, así que organizaron todo el traslado desde Miami, pero después de un mes de estar allí lo abandonó porque no era lo que esperaba. «Yo no veía allí ni positividad, ni filosofía de esfuerzo, ni nada, sino más bien cosas como cuánto te puede quedar de jubilación, cuándo te pueden colocar las ortopedias...».

«Lo dramático de la discapacidad no es dejar de mover una pierna, es depender de otros. Es igual que cuando te haces mayor, no te molesta hacerte viejo, sino tener que pedir ayuda a los demás»

La falta de empatía todavía fue a peor cuando hizo una entrevista en el departamento de servicios sociales de Madrid para valorar su grado de discapacidad, y «me llegaron a decir que no valía ni para vender cupones, y eso con mi madre delante». Esa frase la grabó a fuego y se propuso con todas sus fuerzas que iba a valerse por si mismo, costara lo que costara, «porque lo dramático de la discapacidad no es dejar de mover una pierna, es depender de otros. Es igual que cuando te haces mayor, no te molesta hacerte viejo, sino tener que pedir ayuda a los demás».

Con una dura meta por delante, Bruno comenzó un intenso trabajo de rehabilitación. Buscó la clínica que mejores resultados tuviesen y «primero estuve un año y medio en Cuba donde hacía ocho horas diarias de gimnasia, todos los días de la semana. Yo he hecho ejercicio toda mi vida, y el cuerpo tira para delante cuando le das caña». Con esa base regresó a España y siguió rehabilitándose, primero seis horas diarias, y luego pasaría a cuatro.

Pero no todo fue un camino de rosas, porque en esta etapa se llegó a obsesionar mucho con volver a caminar, «porque cuando enfocas todos tus esfuerzos en una cosa, dejas de lado otras», y eso le llevó a perder a su novia de entonces, su grupo de amigos se redujo y no cuidaba a su familia, «y eso no es bueno».

«Claro que me gustaría volver a caminar, pero no a costa de perder el tiempo de estar con mis hijos»

Hay momentos en la vida en los que las prioridades cambian, y a Bruno Merlo también le llegó ese punto. Cuando el gran trabajo de rehabilitación permitió que ya pudiera mover los hombros, los brazos, y un poco las manos, reconoció que ya había alcanzado una de sus metas, «y uno tiene que tomar las riendas de su vida, la discapacidad no significa no tener independencia y para una persona con discapacidad poder manejarse por uno mismo lo es todo».

Él lo ha ido logrando: primero acabó la carrera, hizo un máster, encontró trabajo, conoció a su mujer, tuvo dos hijos, y creó en Valencia la asociación Taller de Independencia, «ahí no escondemos nada, la clave es trabajar para ser más independiente». Aunque su objetivo sigue siendo volver a caminar, reconoce que ya no le dedica tanto esfuerzo e ilusión, porque guarda mucho de ese empeño en disfrutar de su familia. «Si ahora me dicen que hay una posibilidad de que camine, pero me tengo que ir a Tailandia un año, pues casi prefiero quedarme como estoy y disfrutar ese año con los niños. Hay que cambiar las prioridades, y claro que me gustaría volver a caminar, pero no a costa de perder el tiempo de estar con mis hijos».

¿Y cómo acabó en Rianxo? Pues conocían Galicia de haber veraneado aquí y pasar una temporada hace unos años en Bertamiráns. Luego se fueron a Polonia y finalmente se establecieron en Valencia, pero llegó la pandemia. «Era tristísimo, ves por la ventana como la ciudad se muere. Ese verano que veníamos de vacaciones para aquí, nos llamaron por unos temas de trabajo, y vimos que los podíamos solucionar perfectamente por internet, así que miramos las posibilidades que había de quedarnos aquí y todo cuadró bien».

Como en casa

Al llegar a Rianxo sintieron un flechazo, «porque uno nota donde se siente bien. Hay sitios donde te sientes en casa, y lugares en los que no, y aquí nos sentimos como en casa». Bruno Merlo, su mujer Ania Teodorczyk y sus hijos León y Noel se han adaptado perfectamente a la villa barbanzana y son unos vecinos más.

Ambos siguen teletrabajando y cuando Merlo tiene que ir a una reunión importante a otra ciudad, se coge su furgoneta para ir al aeropuerto, vuela e intenta regresar en el mismo día, «me manejo muy bien en aeropuertos y aviones», confiesa. Lo que lleva peor es que en Rianxo no haya baños adaptados, pero reconoce que es el mejor sitio para vivir.