El Camiño de Fisterra no se mide en kilómetros. Se mide en estrellas. Lo dejó dicho Alejandro Finisterre y lo proclama aunque sin pronunciarlo uno de los herederos de su esencia, Alexandre Nerium, cuando hace sonar su caracola gigante en el Museo do Mar, cerrado a cal y canto a estas alturas del año por falta de alma, porque si la hubiera en quien corresponda no estaría cerrado. Pero no es este el principal problema de la proa atlántica que da vida y significado a la Costa da Morte. Ese ojo golpeado que sueña el mar que decía Alberti está desnortado. Como si un croché del destino lo dejase noqueado sobre la lona. Están como sonados los que deberían de llevar la marca en la frente por doquier. Allá se han ido a Fitur y nadie ha proclamado que el auténtico fin está en Fisterra, ese lugar al que la humanidad peregrinó desde el principio de los tiempos, incluido el Apóstol, pues entonces no acabaría aposentado en Santiago. Y nadie lo dice. El desgobierno, que parece que se ha puesto de moda en todos los ámbitos pero también en el turismo de la Costa da Morte, deja crecer el olvido de la auténtica gallina de los huevos de oro: el Camiño de Fisterra. Se ha terminado la feria del turismo de Madrid y ya se han acallado las proclamas, cada uno ha vuelto a sus cazuelas y las ideas se han guardado en el cajón hasta el próximo año. Neria moribunda, APTCM esperando momentos mejores y el CMAT como el bólido siempre listo para arrancar pero al que parece que no le acaban de poner gasolina, ahogan cualquier viso de estrategia razonable. Como escribía el inventor del futbolín, el Camiño de Fisterra no se mide en kilómetros, hay que mirar en la Vía Láctea el polvo de las sandalias de los peregrinos a ver si aciertan a ver la senda. De momento parece no haber dado con ella, o con la idea de hacerla valer de verdad. Están más que justificadas las lamentaciones, las quejas y protestas por el olvido de la ruta fisterrana en Fitur, como la desmemoria hacia el parque del megalitismo (otra promesa incumplida), el gran patrimonio subacuático olvidado o los paisajes culturales marítimos de los que habla el catedrático Jesús Ángel Sánchez y que tanto singularizan la Costa da Morte. En realidad, Sánchez y muchos otros claman en el desierto. El día que alcaldes, técnicos, especialistas, ediles y demás gestores del sector lo tengan presente, esta comarca habrá dado muchos pasos, en Fitur o donde toque.
Orquesta. Cinco años de ensayos y la Operación Orquesta sigue esperando su concierto final. Demasiado tiempo para la Justicia de verdad y también para los propios imputados, que llevan varios años con el yugo de la duda a cuestas. Cuando aquella mañana del 31 de enero del 2011 la Policía y las autoridades judiciales tomaban los concellos, se abría una brecha social y política sin precedentes en la Costa da Morte. Se abría un abismo debajo de los pies de unos dirigentes locales que hasta ese momento campaban en sus pueblos con todos los honores y favores. Con el tiempo, y en comparación con otras que llegaron después en otros muchos concellos de Galicia, la Operación Orquesta se quedó en música de charanga y los implicados de la comarca en unos aficionados, con sus posibles culpas o inocencias, en comparación con otros casos que colean a diario en las páginas de este periódico. La corrupción es un mal trago, una lacra para la sociedad, un mal consejo y un camino errado. La sociedad, al fin y al cabo, acaba cobrando peaje. Y ya lo hizo en parte, pero si se eterniza el caso, mal para todos.
Los árboles que no dejan ver la sombra
Derribar un árbol es derribar decenios de vida. No hay plaqueta, aunque sea de oro, que pueda tener el valor de un árbol. Nadie duda del interés humanizador del Concello de Carballo, ni su empeño por convertir la capital de Bergantiños en un lugar pleno de vida. De hecho, el corazón urbano carballés goza cada vez de más vigor y flujo humano. Un paseo en un atardecer sereno permite descubrir la algarabía infantil de los jardines. Sin embargo, también es cierto que la plaza del Concello y su entorno han ido perdiendo árboles con el paso de los años. E innecesariamente. Le pasa a los árboles del centro como a los habitantes de las aldeas, que van cayendo uno a uno en silencio y humildemente, como una especie de tributo al paso del tiempo sin que nadie lo remedie. Un árbol es el contacto más íntimo del ser humano con la naturaleza, una especie de vínculo vital de suma importancia. Una especie de refugio, un seguro de equilibrio. Carballo ya tiene demasiado cemento y exceso de hormigón. Tocar un árbol debería convertirse en cuestión de Estado. A veces con la voluntad no es suficiente. Hay técnicos que juegan a ser Dios y no tienen reparo en imponer la macheta. Lo que no tiene sentido alguno son las insinuaciones de Terra Galega. No es conveniente echar gasolina a los fuegos. Siempre se acaba quemando alguien.