
El galeno, que fue profesor del Fernando Blanco, presidente del Casino y alcalde de Cee, fue despedido por un gentío
09 nov 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Al investigar en viejos y olvidados documentos, al final acabamos de depositarios de muchas historias que en el fondo son relatos de personas corrientes. Pequeñas historias, microhistorias, de la Historia. Es el caso de Aurelio Cardalda Martínez, un vecino de Cee originario de Santiago, en el que nació el 2 de diciembre de 1859, licenciado en medicina con sobresaliente en junio de 1884, y que, además de médico de la beneficencia municipal, fue profesor de gimnasia en el colegio de la Fundación Fernando Blanco de Lema desde el año 1894 al 1910; y también de Historia Natural desde 1907 y de Física desde 1912, desempeñando en 1920 el cargo de vicedirector. En el año 1913 fue presidente del Casino y en 1918 fue también alcalde de Cee, un hombre, desde luego, muy polifacético.
Este galeno, que anteriormente también lo fue del municipio de Dumbría, después de muchos años residiendo en la localidad de la Virgen de la Junquera, falleció el 2 de enero de 1925 y «el inmenso gentío que asistió al acto fúnebre», publicó la revista Alborada, de Buenos Aires en marzo de 1926, «evidencia elocuentemente que los que han dado siempre prueba de rectitud de conducta y bondad de carácter, no caen en el olvido. Por eso, y con motivo del aludido sufragio, se han vuelto a exteriorizar el recuerdo de los sentimientos caritativos del finado que, ansiando el bien de los menesterosos, quiso socorrerles instituyendo una fundación benéfica por virtud de la cual se repartiría anualmente entre los pobres una limosna en metálico. Como buen católico quiso asimismo hacer un legado a la iglesia, debiendo entregarse cada año al párroco una cantidad; y como ejemplar ciudadano, instituyó por fin varios premios para los alumnos de las escuelas municipales y de la fundación F. Blanco, de cuyo centro era profesor el finado señor Cardalda. Dios haya otorgado el premio a sus virtudes», termina la noticia y necronológica señalada.
Travesía desde Manila
Nada conocemos hoy en día del desarrollo de la fundación benéfica creada por el médico Cardalda y tampoco sabemos si el texto de la revista Alborada se puede calificar de hagiográfico, como sucedía en muchas ocasiones con las notas necrológicas que se publicaban, o de si verdaderamente Aurelio Cardalda fue ese hombre de «conducta y bondad de carácter» que refiere el corresponsal de la revista. Y, es tarea ardua separar el grano de la paja sobre estos asuntos, pero podríamos aportar un pequeño matiz pues, investigando en una documentación procedente del Pazo de Cotón que me facilitó generosamente Humberto Creus Andrade, localicé un curioso e interesante cuaderno de bitácora que refleja la travesía desde Manila iniciada a las 5 de la tarde del sábado 10 de diciembre de 1859, para arribar al puerto de Cadiz en la medianoche del jueves, día 5, al viernes, día 6 del mes de abril de 1860, de la barca española nombrada Sola con un cargamento de tabaco en rama. En ella, como tercer piloto iba el ceense Luciano Vázquez Martínez, cuñado después del juez municipal de Cee, el licenciado José Cotón y Pimentel.
Pues bien, este singular documento fue aprovechado cuarenta y seis años más tarde por el juez Cotón, y casi veinte antes de fallecer el médico Cardalda para, en sus últimas páginas en blanco, redactar sentencias del juzgado municipal de Cee. En una de ellas, que precisamente lleva fecha del 6 de abril de 1906, aparece el nombre de Aurelio Cardalda Martínez y se refiere a una reclamación que dicho médico presentó contra Juana Alvite, labradora y vecina de la parroquia de Olveira, en el término municipal de Dumbría, sobre el pago de pesetas. Aurelio Cardalda reclamaba la cantidad de 245 pesetas por honorarios devengados en la asistencia facultativa prestada en Cee a la demandada. Una cantidad realmente importante si tenemos en cuenta que el jornal de un cantero en aquel entonces estaba establecido entre las 3 y las 3,50 pesetas día.
No obstante, en el juicio abierto en el juzgado municipal nunca compareció la demandada a pesar de ser citada en tiempo y forma en distintas ocasiones, ni alegó justa causa que lo impidiese. Y por esta reiterada ausencia fue declarada en rebeldía para finalmente declararle confesa. Por lo tanto, dieron por concluso el juicio para sentencia, acreditando plenamente la certeza de la deuda reclamada y estando por tanto obligada a satisfacerla. Juana Alvite fue condenada por el juez José Cotón y Pimentel «a que dentro del segundo día que esta sentencia sea firme pague al D. Aurelio Cardalda Martínez las doscientas cuarenta y cinco pesetas reclamadas», notificando el embargo preventivo practicado e imponiéndole las costas del juicio.
El porvenir
Esplendor y grandeza, o, quizás miseria y desamparo. Visto lo visto, hemos aportado una foto fija de un tiempo que se fue y en el que nos topamos con la dificultad de profundizar en esta historia, pues nada sabemos de la situación económica de Juana Alvite ni de si existían discrepancias con la facturación del médico, ni tampoco si con los cuidados recuperó Juana la salud que había perdido, ni sí tenía un salvavidas al que agarrarse; nada sabemos de por qué no se presentó a defender sus razones ni si podría pagar asesores legales, ni de si su mundo se derrumbó con la enfermedad y con el importe de la factura. Ni tampoco si Aurelio Cardalda se enfrentó a algún dilema moral por esta denuncia y el posterior embargo preventivo y preceptivo de los bienes de Juana; ni si empatizó con ella. Indudablemente, si el médico decidió demandarla fue sin duda porque sabía que Juana podía hacer frente al pago con sus bienes. En fin, que todo son para nosotros conjeturas e interrogantes y no quisiéramos especular, aunque podríamos pensar aquello de que es verdad que los pobres son mucho más pobres... Vidas con luces y sombras, existencias irrelevantes, pequeñas historias de tiempos olvidados.
De cualquier manera, resulta absurdo a estas alturas, después de ciento diez años transcurridos, que no nos quedemos prudentemente con las luces: para Aurelio Cardalda «están perennemente reservada la veneración y el respeto de sus conciudadanos a su memoria», que dice el corresponsal de la revista Alborada. Un hombre, como hemos podido constatar, con fama de persona caritativa y solidaria. Y, de Juana Alvite, de Regoelle, de la que intenté encontrar un hilo que me llevase a conocer su situación en aquel entonces, pero sin resultados positivos.
Así es la vida: del pobre, lamentablemente, nada queda. Ni las cenizas, ni la buena fama.