Segundo Araújo, de 90 años: de niño en Cee vendía pan y acabó de jefe de línea de Bimbo

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

VIMIANZO

Basilio Bello

Personas con historia | «En el cine de Cee, el público armaba mucho follón cuando había un beso»

11 jun 2024 . Actualizado a las 16:18 h.

Segundo Araújo nació en 1933 en Cee. A su madre le habían muerto dos niños y temía que volviera a pasar lo mismo con el tercero. No se vio con alma de cuidarlo y lo dejó con su padrino, Casto Caamaño, íntimo amigo de su padre, propietario del cine París y alcalde republicano. El ya nonagenario Segundo tenía seis años cuando tuvo que ser devuelto a su familia porque su protector se vio obligado a exiliarse al año siguiente de terminar la guerra.

Comienza aquí una etapa completamente distinta en la vida de este gestor industrial inquieto que se jubiló con 67 años como jefe de línea de la fábrica de Bimbo de Madrid, a la que llegó en 1972. Vive ahora en Vimianzo, de donde es su esposa y sus memorias, Bogando por mi vida, se pueden encontrar en la biblioteca de Cee.

Su padre, Ramón Araújo, era carpintero ebanista y «hacía muebles, ataúdes y altares de iglesia», pero en la posguerra se quedó sin trabajo. Para subsistir abrieron una modesta tienda de comestibles y el pequeño Segundo se convirtió en necesario ayudante. Entró entonces también en el colegio Fernando Blanco. «Había dos maestros que apenas hacían caso de nosotros porque estaban más preocupados por su futuro puesto que llevaban dos meses sin cobrar», explica.

Entonces también fue monaguillo y recuerda que una noche lo llevó el cura a casa da una mujer. «No paraba de gritar hablando del diablo. Cuando él entró dijo unas oraciones y la tranquilizó». Está convencido de que se trataba de un ataque de locura.

La capacidad de multitarea de su padre es quizá lo más llamativo de la niñez y de la juventud de Segundo. En los días de mercado, su padre lo puso a vender churros por la calle, pero cada vez que llovía se quedaban sin mercancía. A él tampoco le faltaba iniciativa y propuso poner un quiosco de tebeos, que su progenitor enseguida construyó. «Pasé días y meses y no fui capaz de vender ni uno. Los chavales se acercaban, pero no tenían dinero». Para que no se desperdiciara nada los leyó todos.

«Con las fiestas de A Xunqueira mi padre aprovechó la vitrina y montó un chiringuito cerca del palco de música. Yo fui otra vez su ayudante. Lavaba los vasos en un cubo de agua», cuenta.

La llegada del cine sonoro

El cine sonoro fue, como en todas partes, una revolución. El primero que abrió fue el España y Ramón Araújo fue el operador. Era el único con experiencia porque había estado en el París, pero la nueva maquinaria se le hizo un poco cuesta arriba y fue sustituido. «Cada vez que había averías era un problema y lo cambiaron por un electricista», señala. Como en otras ocasiones, su hijo Segundo lo acompañaba y ayudaba. «En el cine de Cee, el público armaba mucho follón cuando había un beso o cuando se rompía la cinta. Estaba acostumbrada la gente a hablar en voz alta y comentar todo de la época de las películas mudas y costó bastante que dejaran de hacerlo», explica.

Media hora antes de que empezara la proyección él mismo ponía un disco. «Lo hacía sonar en la fachada, en la Alameda, y los jóvenes aprovechaban para bailar», explica.

Buscando el mantenimiento de la familia, su padre abrió una panadería con la ayuda de su suegro, que había participado en la construcción del faro Vilán. «Cuando más trabajo teníamos aprovechó para hacerse guardia municipal. Pronto se dio cuenta de que no había dinero en el Ayuntamiento y trabajaba lo mínimo, lo mismo que el alcalde. Mientras mantenía su labor en la tahona, que era lo que realmente le daba de comer. «Los domingos, en las ferias y en las fiestas se vestía en un momento e iba corriendo a la salida de la misa. Muchas veces iba con el uniforme lleno con manchas de harina», explica.

«Aquel viaje a Camariñas pasando por Vimianzo duró cinco horas»

«Para dedicarse de lleno al alumbramiento que esperaba, mi madre me llevó a Camariñas a casa de mis abuelos. Para entonces la gasolina estaba racionada y los viajes de línea de la empresa Guillén los hacían con unos enormes aparatos de gasógeno acoplados. Aquel viaje a Camariñas pasando por Vimianzo duró cinco horas. En el camino se acabó el combustible y los viajeros nos fuimos andando hasta Berdeogas. Siete meses más tarde vino mi madre a recogerme y el Pombo, que hacía el recorrido Vimianzo a Camariñas, se encontró sin gasolina por lo que volvimos por mar y andando hasta Cee», recuerda Segundo Araújo.

Tras una niñez dura hace la mili en Ferrol, en el crucero de guerra Almirante Cervera, donde conoce a un teniente de navío que había de darle su primer trabajo importante. Antes estuvo en el astillero de Marcelo Castro, con Luis Romero como compañero, pero con 25 ya se va a Madrid. Estuvo tres años dirigiendo una empresa de camiones que llevaba pescado desde Vigo. Pasa después a una compañía de ascensores, pero la crisis de la construcción lo lleva a otra de almacenes frigoríficos en Aranjuez. Estando allí se casa con Mabel, de Vimianzo y nace su primer hijo.

Cambia de nuevo. Esta vez para Badajoz, en una fábrica de congelados de verduras. Allí tiene otro hijo y se vuelve para Alcalá de Henares, de donde se marcha porque no le ve futuro a la empresa.

Es en 1972 cuando entra en Bimbo. Para cuatro meses aprendiendo en Granollers y después en Paracuellos como jefe de línea. Pasa las primeras huelgas del ocaso del franquismo y se jubila en el 2000, a los 67 años de edad. Vive en Vimianzo.