El paseo coruñés tiene esos movimientos extraños que consiguen que de un día para otro rodeemos en zigzag varias calles con tal de dejarnos ver... para que nos vean. De modo que el recorrido tiene su cadencia, su pausa y un ritmo al que hay que estar muy atento. Si de unos años aquí el centro se nos ha centrifugado en esa Galicia concentrada entre la plaza de Pontevedra, la de Lugo, la de Ourense y la de Vigo es precisamente por estos cambios coruñentos que tantos nos ponen. Buscamos «el» sitio, «la» tienda, «el» restaurante, «la» terraza o «el» pub porque no nos vale cualquiera. Somos determinados.
Así que siguiendo esa corriente esteta que parte de Inditex, el universo coruñés se expande con estilo. La milla de oro arranca (ya lo contó YES) en la plaza de Pontevedra y acaba en la de Ourense si lo que queremos es ir de compras, porque solo hace falta echar un vistazo de fin de semana en fin de semana para ver que cada dos pasos han abierto otro negocio nuevo. En ese esplendor del paseo todos nos lanzamos al rebumbio de la plaza de Lugo el viernes por la tarde, y el sábado, que es el día grande de las compras. El paso de peatones -«el» paso- es el de la «calle Compostela, pueden cruzar» que divide triangularmente Uterqüe, Bimba y Lola y Fnac. Es nuestro cruce estilístico, que, por supuesto, se abre a un camino de lujo, no solo por las grandes firmas. También por tomarse los callos en Casa Rita o un buen vino en cualquiera de los locales de la calle Padre Feijoo. El postureo tiene estas exigencias, que te llevan al aperitivo (algunos prefieren brunch) en El Pan de Lino, o en las terrazas de la plaza de Vigo que se abarrotan si hay niños.
El afterwork del jueves -me soplan- coge el camino de la calle de la Estrella, en ese arranque de la milla de los vinos; aunque si hay que salir de noche, tanto el viernes como el sábado, la milla se convierte en plaza, porque es en la Cormelana y alrededor de la de La Urbana (pocos la conocen como José Sellier) donde se pone intensa la cosa. Que no quita, claro, que otros prefieran el ambiente de Orillamar, que también tiene sus fieles, aunque por lo que parece el vermú del domingo en la calle San Juan ya no es lo que era. El salto lo hemos dado a la plaza de Azcárraga, donde vuelve a maullar La Gata para no perder la costumbre de tomarse el aperitivo al mediodía.
En ese ir y venir los coruñeses hemos ganado muchas millas más. La milla helada que nos refresca con tanta heladería concentrada en La Marina; la milla de los runners y el chándal, que se amplía por el paseo marítimo; la milla del atasco (la que da a Marineda) y la milla de los besos. Esa, todo hay que decirlo, no tiene tanto postureo, pero sigue un trazado determinado: empieza al pie de la Torre y acaba -eso al menos es lo que me han contado- en la entrada del monte de San Pedro.