«Soy el afilador de cuchillos más joven de España»: el oficio en vías de extinción que tumba los clichés de la generación TikTok

VIVIR A CORUÑA

Diego y Antonio González. Padre e hijo, ambos trabajan en la cuchillería Las Burgas
Diego y Antonio González. Padre e hijo, ambos trabajan en la cuchillería Las Burgas MARCOS MÍGUEZ

Diego es uno de los herederos de este «Succession» color sepia. La cuchillería Las Burgas, en A Coruña, es un negocio que va viento en popa y que, contra todo pronóstico, tiene ambiciosos planes de futuro

24 jun 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Si en las mejores fiestas los secretos se revelan siempre en la cocina, en los mejores negocios los secretos se revelan siempre en la trastienda. En el 181 de la larguísima avenida Finisterre pasa desapercibida una tienda que lleva más de cincuenta años asistiendo a los cambios sociales de la ciudad, y sorteándolos. Si entras pensando en otra cosa no sabes muy bien a qué se dedican exactamente Antonio y su prole. Unos paraguas por aquí, unas navajas por allá —las hay de 450 euros, eso sí— y algún que otro souvenir. Para entender lo que se hace en Las Burgas, y comprender el calado y devoción de la familia González por su negocio, hace falta avanzar un poco más, pasar al almacén y colarse en el taller donde esta saga pelea para que oficios tradicionales sigan vivos.

Allí uno se encuentra con un corcho repleto de tijeras y alicates, cada uno con su dirección y dueño, dispuestos a ser arreglados probablemente por Diego, que se está formando para continuar el legado de su padre y quiere enfocarse en el mundo de la peluquería y la estética. En las estanterías, las cajas se amontonan sin criterio aparente; ya se sabe, cada uno es ordenado en su desorden. Llama la atención que en estos cartones se cuelan nombres de restaurantes punteros de A Coruña, parece que en esos locales tienen claro que para dar un buen producto hacen falta unas herramientas en plena forma. Cuchillos de cocina, de caza o japoneses que Antonio repara con una máquina que ya utilizaba su padre cuando llegó a la ciudad herculina y se hizo un hueco en el mundo del afilado.

«Todo empezó con él. Era paragüero y afilador en Brasil, así que allí arreglaba más sombrillas que otra cosa, pero cuando se vino para Coruña optó por especializarse en temas de zapatería, cuchillos y artículos de regalo», empieza explicando Antonio, para continuar diciendo que aunque de casta le viene al galgo ser rabilargo, cuando él se quedó con el local quiso darle una vuelta de tuerca: «Me pareció mejor centrarme en la cuchillería; aunque pueda parecer que no, el afilado tenía mucho tirón hace cuarenta años y ahora igual». Solo puntualiza que en la época de la pandemia las cosas se pusieron feas, pues Las Burgas tiene en la hostelería a sus mejores clientes, y los restaurantes durante la crisis sanitaria estuvieron cerrados.

Por lo demás, coser y cantar. O al menos esa es la sensación que transmite un muy sonriente y abnegado Antonio, que no duda en explicar veinte veces si falta hace por qué es importante invertir en un buen afilado. La que esto escribe es dura de roer y perteneciente a la generación Ikea, esa que se gasta tres euros en un cuchillo que cuando ya no sirve, se cambia. No todos son así, por suerte para esta familia. Y de hecho, este profesional asegura que son muchos los clientes particulares que lo visitan. «Sobre todo vienen para que les afilemos los cuchillos de hacer churrasco». Los precios son bastante económicos: «Afilar un cuchillo cuesta unos 2 euros, un alicate ronda los 3 euros y unas tijeras salen sobre 10». Buenas nuevas en época estival, que en invierno se compensan con la venta de artículos de colección.

Diego está muy atento a lo que cuenta su padre; al fin y al cabo es uno de los herederos de este Succession color sepia. Con 28 años, ha pasado por Gerona y Logroño para aprender las mejores técnicas de afilado de tijeras y alicates, ya que él está más enfocado en los negocios de peluquería. «Lo hago un poco porque me interesa ese mercado y otro poco porque tiene más salida», comenta. «A la gente le llama la atención que siga con el negocio porque encontrar una buena formación es difícil; de hecho he conocido a mucha gente que afila cuchillos en España y puedo decir que soy el más joven con diferencia, pero creo que dirigiéndome a los profesionales voy a tener trabajo sin problema».

Este millennial ya hace sus pinitos en las redes sociales para darse a conocer con Auria, como le ha llamado a esta escisión de Las Burgas, y que arregla desde cuchillas de afeitar a herramientas de manicura y material quirúrgico. «Si un peluquero se gasta 200 o 300 euros en una tijera, les sale a cuenta que nos llamen para que las arreglemos, el problema es que a veces no saben a dónde acudir, por eso estamos yendo a diferentes sitios a presentarnos y estamos bastante activos en Instagram». Poco o nada tiene esto que ver con la imagen que muchos tienen de un afilador en su cabeza, ese vendedor ambulante que recorre las calles subido a una bicicleta, flauta de pan en mano. «Nunca lo hemos hecho y no creo que necesario recurrir a eso ahora», dice Antonio, ahora sí, algo más serio.