Juan Pérez Floristán: «Con el piano siento que estoy contando una historia»

Xesús Fraga
xesús fraga REDACCIÓN / LA VOZ

CULTURA

Juan Pérez Floristán compagina su carrera como intérprete con la docencia
Juan Pérez Floristán compagina su carrera como intérprete con la docencia antonio del junco

El músico interpretará en A Coruña a Ravel y Beethoven con la Sinfónica de Galicia

10 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque le encantaría dedicarse también al cine -y se está formando para ello-, con una madre pianista y un padre director de orquesta Juan Pérez Floristán (Sevilla, 1993) parecía predestinado a una carrera musical. El niño que bailaba con Beethoven en casa se ha convertido en un pianista cuyo talento ha certificado, entre otros, el primer premio en el concurso Paloma O'Shea, el segundo español en conseguirlo tras Josep Colon. Este viernes y este sábado interpretará en A Coruña (Coliseum, 20.00 horas), con la Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Erik Nielsen, la Sinfonía n.º 5 de Beethoven y el Concierto para mano izquierda, en re menor de Ravel. Una pieza, esta última, que Floristán considera una obra maestra. «Su origen es un poquito trágico, porque la compuso para Paul Wittgenstein, el hermano del famoso filósofo, que perdió el brazo derecho en la Primera Guerra Mundial. Por eso tiene también carácter trágico y macabro, tiene referencias a la decadencia de Europa», explica. «Creo que Ravel es un compositor, no voy a decir minusvalorado, porque claro que está valorado, pero mucho menos de lo que debería. Para mí es uno de los grandes genios de la historia de la humanidad. Es un compositor que resuena mucho con el público actual, no ha envejecido ni va a envejecer nunca», añade.

-Y Beethoven forma parte de sus primeros recuerdos...

-Sí, Beethoven está en los recuerdos tempranos de casi cualquier músico. De pequeño me gustaba ponerme grabaciones de sus sonatas, como la 16 en sol mayor, sonatas que a un niño de siete años le inspiran el ponerse a bailar o canturrear. Tenemos la suerte de que compuso 32 sonatas para piano y a cada cual más diferente. Es como un compañero o un guía inagotable. Uno siempre puede volver a Beethoven y siempre encontrará algo nuevo que decir, que expresar con su música. Sus sonatas son un regalo para los pianistas.

-Sus padres son músicos. Pero también pudo haberse rebelado y elegido otro camino.

-Claro, y además en mi casa nunca hubo obligación. A mí desde pequeñito me decían que me dedicase a la música solo si quería. Mis padres son muy conscientes del martirio que es estudiar un instrumento sin que te guste. Mi hermana, que empezó con el violín, sobre los seis o los siete, lo dejó porque no le llamaba. En esta casa, ante todo libertad. Es la única manera de dedicarte a la música.

-Creo que de entrada el solfeo se le atragantó. ¿Puede llegar a obstaculizar vocaciones o es un filtro temprano que advierte del sacrificio que requiere la música?

-En mi caso, a lo mejor me sentía un poco desubicado a los ocho años. Lo que es la teoría en sí luego en mi vida ha tenido mucha importancia, la que se merece, que es mucha. Dicho lo cual, sin entrar en muchas profundidades, el currículo académico en los conservatorios de España está mal planteado. Es un tema muy complejo: estamos hablando de una maraña de problemas estructurales para los que no existen las soluciones sencillas. Pero en general está mal planteado por la sobrecarga. Tengo alumnos de piano a los que veo que no les da la vida. A medida que aumenta la carga lectiva en el instituto, aumenta en el conservatorio. ¡Y no pueden! La adolescencia es un período de formación importante y se necesita descanso. Mis padres siempre lo tuvieron claro: no saturarme, dormir suficiente y comer bien. La armonía, el análisis... es fundamental para un músico que se quiera dedicar seriamente a eso, pero es verdad que ya desde el principio meterlo todo con embudo es un poco matavocaciones, sin duda. Tiene que tener su lugar, pero también su momento.

-Usted se ha formado, entre otros, con Elisabeth Leonskaja. Esa personalísima relación maestro-alumno en la música es clave.

-Es de las cosas más bellas en el mundo de las artes. Es una de las relaciones más bonitas, especiales e incluso envidiables, esa relación maestro-pupilo. Es insustituible y difícil de encontrar. Es difícil encontrar un maestro que encaje contigo. Es la fuente de la inspiración, del conocimiento, de la visión de la vida que te va acompañar siempre. Me gusta pensar que cada vez que un artista toca o pinta o actúa está haciendo un pequeño homenaje a tus maestros, que se quedan contigo para siempre. Al final ya no distingues entre tu vocecita interna o si es tu maestro que se ha acabado integrando en tu personalidad.

-¿Y qué tal se ve de docente? Sus vídeos didácticos en YouTube son muy seguidos.

-Me encanta. Vengo de familia de pedagogos y lo llevo un poco en la sangre. Lo primero, te tiene que gustar. Tienes que tener la pasión por ayudar y animar, superar las dificultades que pueden tener los alumnos. Cada vez imparto más clases y ayudar a un alumno es muy gratificante. Y yo también aprendo mucho. Los vídeos de YouTube van un poco en esa línea, que también tienen que ver con mi pasión por el mundo audiovisual, por el cine, los guiones, contar una historia. Siempre he sentido que con el piano estoy contando una historia. Empieza el recital y cuando termina he contado una historia.

-El cine y la música siempre han tenido una relación muy estrecha. ¿Le gustaría dedicarse también a las películas?

-Me encantan la realización cinematográfica y la escritura de guion. Estoy estudiando por mi cuenta y riesgo, por así decirlo. Si la pandemia lo hubiese permitido, me habría encantado ir a una escuela de cine. Pero los planes están en modo espera. Los primeros recuerdos que tengo en mi vida son música y cine. Creo que si mis padres hubieran sido cineastas y me hubieran puesto una cámara en las manos estaría dedicándome al cine. Es verdad que están muy relacionados. Al cine, al final, lo que lo define, es el tiempo, la ordenación en el montaje, la estructura, el ritmo, es algo que fluye. Para muchos grandes directores, como Kubrick, por ejemplo, la música era un punto de partida.

 -De pequeño veía todos los veranos la trilogía de «El Padrino». ¿Ha visto ya el nuevo montaje de la tercera parte?

-¡No, no lo he visto! Pero tengo mucho interés, sobre todo porque a mí la tercera siempre me ha gustado. Si no existieran la primera y la segunda, sería una gran película de mafiosos. Lo que pasa es que vino después de esas obras maestras caídas del cielo, que no creo que ni Coppola podría explicar cómo hizo aquello. Habrá que verlo.

-El cómic y los videojuegos son también sus grandes aficiones.

-Me encantan.

-Los videojuegos son como una suma de todo lo que le gusta: historias, música, arte...

-Hombre, ya me gustaría a mí escribir guiones para videojuegos. Si reducimos lo que hace único el videojuego, es que el espectador también actúa, es parte del resultado. Es un sistema de reglas del que surge la narratividad, y eso me parece fascinante. Cómo tú sueltas unas piezas y surgen historias, como en el ajedrez.  Para mí es una de las grandes formas artísticas del siglo XXI.

-No sé si jugó mucho en línea durante el confinamiento.

-No, ya no soy mucho de jugar en línea. En la pandemia me dediqué a ver al menos dos películas al día. Y a revisitar The Office, que mis padres no la habían visto. El confinamiento fue duro y al final del día necesitábamos una alegría, así que tres capítulos de The Office. Y nos dio la vida. Y luego me dediqué a escribir, un par de guiones, y a leer sobre cine y aprender. Menos estar parado, cualquier cosa.