Bernardo Atxaga: «La preocupación por la lengua nos hace hermanos a vascos y gallegos»
CULTURA
Afirma que al empezar ni imaginó que su obra iba a traducirse
10 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.«Nunca imaginé ni siquiera que mi obra iba a ser publicada en castellano», afirma Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa, 1951), considerado el máximo exponente de la literatura vasca y con obra traducida a 36 idiomas. Joseba, como le gusta que le llamen —su nombre real es José Irazu—, estuvo estos días pasados participando en las jornadas multilingües Rosalía no Camiño con recitales en Padrón y Santiago.
—«Escribo en una lengua extraña», recogía en «Nueva Etiopía» (1996). ¿Es ahora menos extraña o tiene connotaciones distintas casi tres décadas después?
—Debo decir que el escritor no siempre acierta con los adjetivos. En este caso es lo que ocurrió. Dije lengua extraña influido por el hecho de que este poema iba a ser prólogo de la edición inglesa de Obabakoak y pensé que para los lectores en inglés del libro la lengua vasca le resultaría como mínimo lejana. Entonces, escribí extraña, que es una forma poética de decir lejana. En realidad, no es un buen adjetivo. No es extraña para nosotros, que lo hablamos, y no es extraña para cualquier persona que sepa algo de lenguas. Ahora no es tan extraña y tampoco lo fue antes.
—Fue nombrado Escritor Galego Universal, sus versos están en el Xardín das Pedras que Falan en Santiago... ¿Es análoga la situación literaria en gallego y en vasco?
—Hay una relación profunda entre los escritores en vasco y en gallego al compartir la misma inquietud por la lengua. Un escritor en Londres escribiendo en inglés, un escritor en Madrid en español, no tiene la inquietud de la lengua, le parece algo tan estable como el paisaje de una montaña, no piensa que esa montaña se pueda desmoronar, aunque hay quien quiere buscarle cinco pies al gato. La inquietud por la lengua es siempre la de aquellos que no tienen mucho más allá del millón de hablantes. Se vive con la inquietud perpetua. En todos los libros en vasco desde el siglo XVI en el prólogo hay una cuestión sobre la lengua. Es decir, la lengua forma parte constitutiva de la preocupación del escritor y eso nos hace hermanos a gallegos y vascos.
—Usted, que ha navegado entre tantos géneros literarios: prosa, poesía, ensayo, teatro, literatura infantil..., ¿siente que la poesía está en la base de su obra? Cuando le dieron el Premio Nacional de las Letras Españolas destacaban su «narrativa impregnada de poesía»?
—Creo sinceramente que en toda obra, sea prosa, teatro..., siempre en el núcleo está eso que podemos llamar núcleo poético, que es lo que podemos llamar una forma de ver el mundo. A veces ese núcleo poético ya te viene dado. Por ejemplo, las novelas de género tienen el núcleo poético hecho. Otra cosa es cuando pretendes buscar un núcleo según tu propia experiencia y esa labor luego marca toda tu obra. En mi caso se da la circunstancia en que nací en un pueblo de la montaña guipuzcoana en el 51, en un lugar donde los animales tenían una presencia enorme. Eso provoca que mi relación con los animales sea fortísima y eso ha marcado todo lo que escribí.
—Ese «Obaba» que ha creado y le ha acompañado durante buena parte de sus libros, ¿es en cierto modo un vínculo con esa infancia?
—Sí, efectivamente, hay una base, pero lo real, lo que ocurrió, se convirtió en una realidad mental. En el caso de las realidades mentales, aunque siempre se puede seguir un hilo hasta llegar a lo real estrictamente, no coinciden. Es decir, a esa primera experiencia después siguen un hilo y llegas a otro punto más significativo. Así puede empezar en mi pueblo y acabar en Ítaca. No se escribe directamente sobre las experiencias, tiene que haber un mecanismo de comprensión. Cuando yo viajé a Pompeya, vi un mosaico en que los hijos de Ifigenia jugaban a las tabas y mis primas en mi pueblo, también. Entonces, en estos dos mil años el hilo de ese juego infantil no se ha roto. En ese sentido, yo puedo decir que el lugar en el que yo he nacido es tan antiguo como Pompeya, y eso es definitivo. Eso indica que si tu tratas tu lugar natal, el de tu infancia, como si de un lugar antiguo se tratara, no puedes emplear una palabra como paranoia ni depresión, ninguna del léxico freudiano, ni lucha de clases, porque no es de ese mundo. En mi interpretación, el Obaba es un lugar antiguo. En todos los libros que lo incluye no encontrarás ninguna palabra del léxico freudiano.
—Cuando escribió el relato «Lo que anhelamos escribir», en 1971, ¿se imaginaba o soñaba con una trayectoria llena de reconocimientos y de llegar a tantos países?
—Nunca imaginé ni siquiera que iba a ser publicado en castellano. Nunca hasta Obabakoak [1988] pensé que podía publicar en otras lenguas. Pero, ahora bien, eso fue la caída del caballo. Cuando publiqué Obabakoak empezaron a llegarme cartas de Estados Unidos, Alemania... A partir de ahí llegué a la fase angustiosa de cuando publicaba otra novela preguntarme si sería traducida igual a las anteriores.
—¿No piensa en cómo lo va a recibir el lector?
—Ahora ya no.
«Jamás leo novela larga, por eso no la hago»
Atxaga, que participó en varios recitales durante su estancia en Santiago, destaca que hace «poesía destructiva, con un humor un poco negro» y resalta el potencial de escucharla en directo.
—¿En qué genero literario se encuentra más cómodo?
—Yo me encuentro muy cómodo en los textos narrativos de 50-60 páginas, es mi distancia. Si fuera un atleta, mi distancia serían los 1.500 metros; ni el esprint ni los cien metros ni el maratón. Creo que escribir largo es bastante fácil, pero no conviene. Yo jamás leo novelas largas, entonces no las hago para que otros no piensen lo mismo que yo.
—Después de «Casas y tumbas», hace cuatro años, dijo que no iba a escribir más novela. ¿Llegó a arrepentirse de esa decisión?
—No quiero ser cínico, pero en el carné de identidad hay unos números que dicen en qué año naciste. A partir de tu edad tienes que hacer cálculos y una novela puede llevarte dos años. Tengo una idea que puede acabar en una novela, pero no en una novela clásica, sino en una especial un poco diferente... Los géneros literarios son producto de la presión social, nadie escribe naturalmente 500 páginas porque le da la gana, escribe porque hay una presión social. Ahora mismo hay una gran presión social por escribir novelas porque, supuestamente, es lo que se vende y se compra. Eso es presión social, pero no tiene nada que ver con la expresión ni con la comunicación ni con utopía del lenguaje, que es como se define la literatura. Eso tiene que ver con factores exteriores. Entonces, hay momentos en los que tú decides y dices: «No acepto esa presión social». A estas alturas de la vida, ya no me importa, entonces, hago esas distancias que me gustan más, esos 50-60 folios.
—Su nombre real es José Irazu Garmendia. ¿Nunca tuvo la tentación de recuperarlo para que los lectores lo supiesen?
—Sí la tuve, pero mi hermano me disuadió. Me dijo: «Te has pasad media vida explicando por qué te pasaste de José Irazu a Bernardo Atxaga y ahora te vas a pasar por qué has dejado el de Atxaga». Es un poco raro haber vivido con dos nombres, pero también hay que aprender. Ahora, pido que me llamen por mi verdadero nombre, que en realidad es Joseba cuando estoy en mi pueblo, entre amigos. Atxaga es el nombre de trabajo.
—Ahora, después de «Exteriores en el paraíso», ¿qué prepara?
—Descubrí que cuando el narrador no es humano, abre muchas posibilidades.
—Le ha traído a Galicia un encuentro poético.
—Hago poesía destructiva, con un humor un poco negro. Me canso de escribir poesía y entonces destrozo la poesía.
—Ahora, la poesía semeja vivir un momento dulce.
—Los músicos se dieron cuenta que sacar discos para la venta no tenía sentido más allá de la memoria. Entonces, se lanzaron a las actuaciones en directo. La poesía ha tomado esta onda y gracias a ese directo ha logrado estar en muchos sitios y llevar mucho gente a los recitales de poesía. Es por el directo, la fuerza que tiene un directo. Toda la poesía tiene algo especial.