Nicholas Grimshaw, un caballero de la alta tecnología

CULTURA

XOSÉ CASTRO

16 sep 2025 . Actualizado a las 09:37 h.

Hubo un tiempo en que pasaron por Galicia las mayores estrellas del rock de todos los tiempos (hablo de Dylan, Chuck Berry, Robert Plant, Prince, Neil Young… no los de ahora) y también los mejores arquitectos del mundo. Entre ellos figuraba a mediados de los 90 Nicholas Grimshaw, de porte y flema intrínsecamente británicos, pero adscrito desde sus inicios profesionales a algo tan rupturista entonces como el high tech. Menos famoso que sus paisanos Richard Rogers y Norman Foster, que habían puesto los cimientos del movimiento, el primero con el Centro Pompidou de París y el edificio Lloyd's en Londres, y el segundo con el rascacielos HSBC de Hong Kong, Grimshaw hizo su primera declaración de intenciones con algo tan modesto como un supermercado (Sainsbury's en Camden, al norte de la capital inglesa) en 1988. Una estructura repetitiva de contenedores sostenidos por vigas y cerchas de acero que perfectamente podían ser el decorado de una secuela de Alien o Blade Runner y que encajaba bien en una impersonal localización urbana. Acero, aluminio y cristal era todo lo que necesitaban estos british para armar unos proyectos que daban respuesta a la necesidad de una nueva arquitectura para el fin del milenio, que dejara atrás el hormigón de las vacas sagradas que inventaron la modernidad. Grimshaw recibiría luego un encargo tan relevante como la estación término de los trenes Eurostar que cruzaban el túnel del Canal de la Mancha, donde ejecutó una espectacular cubierta de 400 metros de longitud, y en A Coruña se le confió la sede de la entonces Fundación Caixa Galicia. A diferencia de su vecina Fundación Barrié, homenaje de las galerías marineras decimonónicas, el arquitecto planteó un ejercicio futurista consiguiendo albergar zonas de exposición, oficinas, cafetería, tienda y salón de actos en un solar exiguo. Y hasta ascensores panorámicos en la fachada. No era un edificio perfecto, pero sí singular, algo que no era habitual en una ciudad que dio con la puerta en las narices a Jean Nouvel o Zaha Hadid (y menos mal que nos queda Arata Isozaki). Ya en los 2000 haría su contribución a la dudosa arquitectura espectáculo con las burbujas de plástico del megajardín tropical de Cornualles, por las que se descolgaría Pierce Brosnan en Muere otro día. James Bond y Nicholas Grimshaw, dos caballeros de la alta tecnología.