Dicen que en los momentos críticos, cuando la existencia y la muerte se pelean por asomarse en el quicio de la puerta, aparece delante de los ojos la vida misma en un segundo, como si de una película se tratase. Desconozco si fue el caso de Pablo Marí cuando el agresor le apuñaló por la espalda, o si simplemente corría desesperado, loco por dar esquinazo a quien nunca se quiso encontrar. Nadie está preparado para una situación así, sea deportista de élite o carpintero, ni sabe cómo reaccionará hasta que la amenaza se vuelve insoportablemente real, la supervivencia en juego es la propia y el futuro camina por el filo de un cuchillo.
El futbolista hacía la compra junto a su familia, pero casi sale con los pies por delante por culpa de un perturbado que dijo que sentía envidia de los que pasaban a su lado. Con la dificultad que conlleva entrar en la mente de una persona decidida a asesinar, puestos a codiciar situaciones tan subjetivas como lo bien que está la gente de alrededor, es bien raro hacerlo en un supermercado. Allí hay desde espuma de afeitar a latas de atún, pero a la cola de la caja coinciden el que dispone de una nómina estratosférica con el que acude tirando del bono social.
Nacido hace 29 años y con una única temporada de estancia con el Deportivo en Segunda, a Marí no le queda otra que salir adelante de una situación límite. Lo hará sin ninguna duda. El 1 de julio del 2017 el club había anunciado su fichaje, cedido por el Manchester City, con un vídeo en el que una seguidora le entregaba la elástica blanquiazul a un jugador prácticamente desconocido para el aficionado medio español. «¿Pablo Marí?», le preguntaba a un joven sonriente, sentado en el muro bajo que delimita el muelle pesquero de A Coruña. La vida transcurre lentamente en aquel minuto y medio de conversación bajo un cielo blanquiazul. Ahora Marí ha vuelto a nacer.