
El mundo real y el virtual se funden en demasiadas ocasiones con resultados inciertos. El pasado mes de marzo, Blessed, un cantante famoso por sus éxitos de música urbana, adquirió la mayoría de las acciones del Vendsyssel FF, un club de fútbol en las antípodas de su Colombia natal, pues milita en la segunda categoría de Dinamarca. Su ilusión es convertirlo en puente de las jóvenes promesas del país andino hacia el fútbol europeo y de paso, quién sabe, llevarlo a jugar la Champions. «Este va a ser un proyecto muy cool. Siento que es como jugar al FIFA en la vida real. El equipo está en la segunda división y así lo queríamos. Queríamos un equipo con el que tuviéramos que empezar. Estamos jugando modo carrera en la vida real», escribía entusiasmado en sus redes sociales el pasado mes de octubre el artista, de 25 años, que ha tenido que ver cómo el club ha acabado descendiendo a tercera división.
El campeonato de liga, la convivencia en el vestuario, los entrenamientos, las tácticas, así como el rendimiento propio y de los rivales están resultando mucho más complejos que el videojuego, pues el fútbol virtual se parece tanto al real como el huevo a una castaña. En un mundo ideal, a los deportistas de verdad se les pulsaría el mismo botón que a los de mentirijilla para que en un santiamén recuperasen la energía, adquiriesen una determinada habilidad, olvidasen aquel error a puerta vacía y pasasen página de la presión de la élite.
En el deporte real, intensos activistas de consola, como Lamine y Neymar, disfrutan a todo trapo en Brasil de la barbacoa a la piscina, mientras, tiro porque me toca, se encaminan a la discoteca, antes de que, otra temporada más, vuelvan a ser los mejores del balón. Como también reivindica Alcaraz, más vida de verdad, antes de que la realidad virtual acabe devorando las Ibizas reales.