Manuel López rescató de la maleza siete molinos de su aldea, puso uno a funcionar y creó una ruta que ha arrastrado a más de 3.000 visitantes
20 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.En la aldea de Golfariz, en Pardemarín (A Estrada), pasa como en el célebre poema de Celso Emilio Ferreiro. De piedra son los molinos, los puentes y hasta los indicadores de la carretera. La marquesina del bus escolar también es de piedra.
El artífice de tanta talla es Manuel López Castiñeiras, un cantero local curtido en el oficio desde los 14 años. Con 67 y ya jubilado, en vez de abandonar el cincel lo ha empuñado de nuevo para sacarle brillo su aldea. «Non lle damos valor ao que temos», lamenta.
Manuel no solo ha tallado en piedra más de medio centenar de señales que muestran al visitante la riqueza de la microtoponimia local. Además, ha rescatado de la maleza la ruta de los molinos de Golfariz.
«Por ese carreiro iamos á escola todos os rapaces da aldea. Moito nos divertiamos. Eramos un montón. Agora son só as miñas dúas netas...», cuenta el canteiro. Manuel recuerda cuando las mujeres del pueblo mazaban el lino en el río o cuando cruzaba el monte de noche «cun fachico de palla acendido para vixiar o muíño cando nos tocaba, por se collía paradoiro». «Sempre ía mirar porque debaixo do muíño atopaba dúas ou tres troitas. Había moitas. Teño collido ata 19 ao vir da escola. Sempre foi un río de augas moi puras. Aínda o é. Nas fincas de arredor non se botan xurros e a auga da fonte do inicio da ruta é potable», cuenta.
Cuando el cantero se decidió a crear la Ruta dos muíños do regueiro de Golfariz -así la ha bautizado- tuvo que lidiar con la maleza. «Esto era selva pura», comenta. Manuel desbrozó senderos, abrió caminos, recuperó pasarelas y puentes, instaló barandillas y talló en piedra mesas y bancos y toda la señalética necesaria para completar el recorrido sin perderse.
Un gran cartel grabado a mano indica desde la carretera local el principio de la ruta. Siguiendo las señales, uno se encuentra el aparcamiento, en la zona conocida como O Barroblanco, donde hasta el año 1955 se celebraban los bailes de la aldea. Después viene el Muíño do Montoiro, que ha sido restaurado y, con su nuevo rodicio, ya ha molido un par de sacos de maíz. «Aquí sempre se moeu millo. O pan de trigo era para a festa», cuenta Manuel.
Siguiendo el regato aparecen el Muíño do Medio, el de Vidal y el Muíño da Puza, con un batán moviéndose en el agua que a los mayores les recuerda los juegos de infancia. «Construiámolos e xogabamos a botalos no río mentres estabamos coas vacas», dice Manuel.
Luego está el Muíño de Abaixo, justo junto a la Cascada da Chousa. «De aí sacaron a pedra para construír os muíños», apunta el canteiro junto al salto de agua. Finalmente está el Muíño de Sueiro. Ahí el caminante debe emprender el regreso al aparcamiento porque dos regatos sin pasarelas impiden avanzar más.
«O Nueva York chiquito»
Sin embargo, la ruta tendrá continuidad. Manuel prevé construir dos puentes de madera y llevar la ruta hasta la antigua central hidroeléctrica de Sanlouzáns, junto a la que está el último de los molinos, el Muíño da Veiga Grande. «Sanlouzáns foi dos primeiros pobos en ter luz eléctrica. Chamábanlle ‘o Nueva York chiquito’. Á central púxenlle unha turbina e xa está funcionando tamén», explica el padre de la ruta.
Desde ahí la ruta avanzará hasta el punto de salida por el Camiño Real, completando en total unos tres kilómetros. «Esta é terra de reis. Por aquí pasa o Camiño Real e o Camiño dos Arrieiros. Mesadorio chámase así porque había un mesón onde paraban os reis a comer. Tiña un cruz no portal. E despois está Parada, que era onde durmían, na Casa do Margarido», cuenta Manuel orgulloso de sus raíces.
En Semana Santa Manuel espera tener los dos puentes listos para abrir la ruta al completo y el Muíño de Montoiro funcionando los fines de semana.
Después, ya tiene plan: «Pasear mirando o que fixen e desfrutar da sombra e do son da auga». Manuel ha dedicado un año entero a acondicionar esta ruta. Lo ha hecho altruistamente. «Con ver que vén xente e a desfruta, doume por pagado», dice. El año pasado fueron más de 3.000 personas y este año se esperan 4.000.
Emigrante con 14 años y artífice de la capilla de San Fermín
Manuel López fue siempre un hombre de acción. Con 14 de años, cansado «de andar no monte coas vacas», arrancó a buscarse la vida en Pamplona. Allí aprendió el oficio de cantero gracias al cable que le echó un empresario gallego. A la semana de estar trabajando le doblaron el sueldo. Con el tiempo se labró fama de buen cantero. Las condiciones entonces las ponía él. Trabajó construyendo la ciudadela y la muralla de Pamplona y la capilla de San Fermín, donde los corredores rezan antes de ponerse delante de los toros. Restauró iglesias por todo el valle de Navarra y en 1981 volvió a su tierra. «Rodeamos Santiago de chalés de pedra e na Estrada case todos os que hai tamén foron obra nosa», cuenta.