
María Isabel Liñares planta el cereal y elabora los gorros íntegramente a mano
15 sep 2025 . Actualizado a las 21:11 h.En el lugar de Santa Mariña, en Graba (Silleda), hay un taller artesanal en el que los sombreros de paja se siguen fabricando con la misma técnica que hace un siglo. Al frente están María Isabel Liñares Recimil y su madre, Carmen Recimil Caramés, dos mujeres que crecieron viendo como la abuela Erundina trenzaba la paja con maestría y aprendieron de ella los trucos con los que dan vida a unos sombreros que ahora llevan el sello de Artesanía de Galicia.
La abuela Erundina, que era de Paredes (Escuadro), fabricaba sombreros para protegerse del sol cuando tocaba trabajar en el campo. «Daquela non había cartos para comprar sombreiros de paño ou de fieltro. Cando recollían o centeo, apartaban un pouco de palla para o sombreiro. Aproveitábase todo. Co gran facían a fariña para o pan, mesturándoa coa de trigo, e co resto da palla estrábanse as cortes dos animais», explica María Isabel Liñares. «Eu iso xa non o vivín, pero tenmo contado a miña avoa», comenta la artesana.
Hoy aquel ciclo agrícola se ha desmoronado, pero María Isabel sigue plantando el cereal y cosechándolo como se hacía antaño. «Hai que botar o centeo porque non hai onde comprar a palla. Eu planto arredor dunha hectárea en Vilatuxe (Lalín): a metade en xaneiro e o resto en febreiro ou marzo, para que non veña todo xunto», explica. Según cuenta, para que la paja sirva para confeccionar los sombreros, es imprescindible segar el centeno a mano. «Segámolo co fouciño, como se fixo toda a vida. Nesto non valen os avances, porque se lle metes a máquina envólveo e rómpeo todo», cuenta la artesana.
Los sombreros también podrían hacerse de paja de trigo, pero el centeno crece más y proporciona más pajas, así que resulta más rentable. «O centeo cortámolo polo pé cando mide 1,70 ou 1,80 metros de alto e, de cada herba, poden sacarse tres pallas, aínda que ás veces poden ser dúas. Ou catro», cuenta María Isabel Liñares.
Después de segada, la paja se cuelga a secar en manojos en un alpendre. Una vez limpia y cortada de nudo a nudo, llega la hora de hacer la trenza que es la base de todos los sombreros. «Nós facémolas de catro, cinco, sete ou nove pallas, dependendo do tipo de sombreiro ou bolso que se faga», explica la artesana. «O resto é coser a trenza dándolle a forma que se queira. Nós non tinguimos os sombreiros nin lle damos tratamento ningún. Quedan coa cor natural da palla, que vai clareando segundo lle vaia dando o sol», comenta.
La artesana adapta el ala del sombrero a la medida que el cliente quiera, lo forra y lo decora con cintas o tiras para atar, al gusto del consumidor. Lo que no hace son canotiers ni sombreros ajenos a la tradición gallega. «Facemos sombreiros, viseiras e sancosmeiros se nolos piden, aínda que ese modelo non era propio da nosa zona. O de aquí é o que entra na cabeza. O sancosmeiro só apoia nela porque se usaba para amortiguar cando se levaban cestas na cabeza», cuenta María Isabel.
Confeccionar un único sombrero exige ocho horas de trabajo, sin contar el tratamiento previo de la paja. Pero una vez acabado, si se cuida, el complemento es casi eterno. «O único coidado que require é poñelo a secar se se molla. Eu teño un que tén 18 anos e, aínda que cambiou de cor, está perfecto», dice la artesana.
Los sombreros de María Isabel ya no se venden solo para el trabajo del campo. Ahora se lucen en playas, en bodas o como elementos decorativos y se venden hasta al otro lado del charco. «Teñen ido para Miami, Brasil ou Alemania», cuenta ella orgullosa.