El crimen de Morata de Tajuña: engañadas, endeudadas y asesinadas

Alberto Mahía REDACCIÓN / LA VOZ

ESPAÑA

MARISCAL

Solo falta por saber si el homicida confeso actuó solo en el crimen de dos hermanas víctimas del timo del amor que pidieron dinero a quién no debían

28 ene 2024 . Actualizado a las 17:59 h.

Eran tres hermanos que de no caer en una trampa saldrían en las páginas de sociedad. Dos mujeres y un hombre. Amelia tenía 71 años y fue anticuaria, Ángeles era una profesora jubilada de 76, y Pepe padecía una incapacidad y murió con 79. Vivían juntos en Morata de Tajuña (Madrid). Formaban una acomodada familia —ellas con formación académica— que antes de caer en el engaño jamás le pidieron nada a nadie. Es más, se cuenta que eran unas manirrotas. Cuando unos mafiosos lograron capturarlas con embustes inverosímiles, haciéndoles creer que dos apuestos hombres del ejército de Estados Unidos estaban rendidos a sus encantos, se llenaron de pufos. Durante cerca de 8 años, con mil y una triquiñuelas, les fueron pidiendo dinero con la promesa de que en el futuro vivirían su amor sobre un océano de riqueza. Se lo tragaron todo. Vendieron pisos, pidieron dinero a decenas de vecinos, entregaban sus pensiones nada más cobrarlas...

Cuando ya no tenían a quién pedir, cuando medio pueblo se cambiaba de acera al verlas venir, cuando ya no tenían nada qué vender, acogieron en casa a Dilawar Hussain Fazal Choudhary, un ciudadano de origen pakistaní de 43 años. Le dijeron que si les prestaba 60.000 euros, pronto le devolverían 120.000. Le contaron que sus novios estaban esperando una herencia millonaria. El individuo se prestó. Probablemente, cegado por la avaricia. Pero cuando el tiempo pasaba y no había ni sombra de dinero, el año pasado agredió a una de ellas con un martillo, a la otra le arrancó un pendiente de la oreja y hace un mes acudió al domicilio de los hermanos armado con una barra de hierro, los mató y quemó parcialmente sus cuerpos, que no fueron encontrados hasta la semana pasada.

El hombre, al verse acorralado y ser consciente de que todas las miradas se dirigían a él, se entregó y confesó el triple crimen. Entró en el cuartel y dijo: «Yo soy el que ha matado a los tres hermanos, me habían arruinado».

El autor confeso

Fazal, apodado el Negro, era el dueño de un locutorio en Arganda donde acudían las hermanas a enviar dinero a sus novios americanos. Allí se conocieron y las hermanas lo convencieron para que les prestara los 60.000. A finales del 2022, el dueño del locutorio se marchó a vivir a una habitación de la casa de las víctimas como pago parcial de la deuda. No había pasado un mes cuando comenzaron los problemas entre ellos. En febrero del 2023, golpeó a Amelia, dejándole una cicatriz en la cabeza de 7 centímetros. Por aquello fue enviado a prisión y desde entonces tenía una orden de alejamiento respecto a las hermanas.

¿Por qué unas personas preparadas, sin un tachón en su vida, pueden descapitalizarse de tal manera para colmar los deseos de unos galanes que nunca tuvieron enfrente? «Por mucho que uno diga que a mí eso no me pasa, cualquiera puede caer en ese engaño», dice un agente de la unidad de Ciberdelincuencia. Nadie está libre. Ni el más desconfiado. Esas mafias están formadas por artistas del engaño. Saben cómo y a quién convencer de que el sol es verde o que una hormiga se comió a un elefante.

Embaucan escribiendo a sus víctimas cada mañana, al mediodía enviando una canción, a media tarde diciéndoles que no pueden vivir si ellas, por la noche desean dulces sueños. Luego empiezan a pedir dinero, contando que tienen un problema que en cuanto lo resuelvan lo devolverán todo, y con intereses. Una vez que exprimen las cuentas de las embaucadas o embaucados —este timo no tiene sexo ni edad—, los estafados se sienten hundidos, la mayoría no lo cuenta para no ser el tonto del pueblo. El dolor es inimaginable porque las víctimas se sienten violadas en su más profunda intimidad. Confesaron sus anhelos más profundos al que convirtió sus vidas en una ruina. Y un día se ven con el corazón roto, sin dinero en el bolsillo y con deudas que pagar.

Las dos hermanas de Morata de Tajuña no sufrieron desengaño amoroso alguno porque las mataron estando convencidas de que dos apuestos militares estadounidenses estaban perdidamente enamorados de ellas. No sabían que las fotos que besaban en sus móviles antes de acostarse eran las de un general de la OTAN y la de un exministro de Letonia.

Estaban viviendo su particular versión de Oficial y caballero. La primera en caer fue Amelia. Así empezó todo. Hace cosa de 8 años recibió en su Facebook una invitación de amistad con esta frase: «Tu sonrisa caprichosa me llamó la atención». Después cayó en la misma trampa Amelia. «Me asombró la increíble belleza con la que Dios te creó», le escribió su pretendiente. Lo que vino después ya está contado. Y puede que sirva para ayudar a muchos y muchas que hoy le estén dando coba en las redes sociales a un gallardo neurocirujano de algún país remoto o a una atractiva física nuclear que, vaya por Dios, tienen un problema económico.