Edu Digón, de Becerreá, vivo gracias a nadar hasta un segundo piso: «En minutos el agua me llegó al pecho»

Iago García
IAGO GARCÍA LA VOZ

ESPAÑA

Eduardo y sus compañeros de trabajo realizan estos días tareas de limpieza y desescombro en la nave donde vivieron la riada para que su empresa pueda volver a abrir cuanto antes.
Eduardo y sus compañeros de trabajo realizan estos días tareas de limpieza y desescombro en la nave donde vivieron la riada para que su empresa pueda volver a abrir cuanto antes.

Nacido en Os Ancares y criado en Valencia, donde trabaja para una empresa gallega de recambios de automóvil, ha perdido su coche y no sabe cuándo podrá volver a trabajar por los daños sufridos en el polígono donde vio morir a repartidores en furgonetas a merced de la corriente

04 nov 2024 . Actualizado a las 23:27 h.

«Es algo que no olvidaremos nunca», cuenta Eduardo Digón desde Valencia al otro lado del teléfono. Habla por un móvil nuevo porque el suyo se perdió en la riada. También su coche, comprado nueve meses antes tras mucho ahorrar e imprescindible para desplazarse al trabajo, es ahora un amasijo de hierros teñido de marrón. Con él llegaba a diario al polígono de la Reva, en Ribarroja del Turia. Un lugar que pertenece a la zona cero de unas inundaciones que el pasado martes arrasaron con todo a su paso. La cercanía de este punto con el barranco del Poyo, que acabó desbordado, convirtió las naves industriales en ratoneras de agua para los trabajadores. También la suya, de una conocida empresa gallega de recambios para el automóvil. Este gallego de 38 años, nacido en Becerreá pero con la vida hecha ya en la Comunidad Valenciana, donde sus padres viven desde hace años, pide ayuda para que lo ocurrido «no caiga en el olvido» y que a Valencia llegue «toda la ayuda posible» después de conseguir estar vivo de milagro. «Lo puedo contar por muy poco», confiesa aún traumatizado con lo visto y vivido. Con él hacemos memoria de una tarde, la de hace seis días, en la que nada hacía presagiar lo que trágicamente ocurrió.   

«Estábamos cinco de mis compañeros trabajando en la nave, era un día bastante lluvioso y corría un poquito de agua por las calles», pone en contexto Edu. «Aquí como es habitual que ocurran este tipo de tormentas tampoco le dimos mucha importancia», continúa e incide en que parecía que el temporal amainaba: «Paró de llover y pensábamos que ya acababa todo y que en media hora nos íbamos para casa». Pensar que muchos empleados estaban a punto de salir y regresar a sus hogares no hace más que añadir dramatismo a lo que va a suceder poco después, pasadas las seis y media de la tarde. 

Quiso salvar su coche y casi le cuesta la vida

«Pasaron solo cinco minutos y empezó a subir el nivel del agua con una velocidad increíble hasta el punto de que el agua entró en la nave a un nivel que ya era por la rodilla», explica este técnico superior en Gestión Comercial y Márketing. Al igual que muchos otros, cayó en la trampa de pensar en uno de los objetos de mayor valor que adquirimos en nuestra vida: el coche. Un error del que pronto iba a arrepentirse. «Lo primero que se me vino a la cabeza fue ir a por él, lo tenía aparcado fuera, en la calle de al lado y fui corriendo como pude. Ya le estaba entrando un poquito de agua, conseguí arrancarlo, di marcha atrás, lo intenté subir a la acera pero fue ahí cuando le entró más agua y dejó de funcionar. Entonces, con mucha fuerza, pude abrir la puerta y después lo cerré con dos patadas, intentando que no entrase mucha agua, aunque viendo lo que pasó al final fue una tontería».

Por intentar poner a salvo su flamante vehículo, un Mercedes CLA rojo, perdió un tiempo que como está aquí para contarlo no calificaremos como vital, pero casi. «El nivel del agua me llegaba ya a la cintura. Recorrí 50 metros hasta mi nave. En el trayecto me golpeó una alcantarilla que me dejó un gran moratón que aún tengo en la pierna. Me golpeó también un coche a la deriva y también me hizo mucho daño en el brazo. Y justo al llegar a mi nave veo a cuatro compañeros subidos a la valla que la rodea. Yo mido 1,86 y el nivel del agua había subido hasta mi pecho. Quise entrar por mi móvil dentro, pero mis compañeros ya me dijeron que no lo hiciera que de ahí no iba a dar salido. De pronto se nos había metido un coche dentro que no sabíamos ni de dónde vino», relata sobre una secuencia que rememora con exactitud. 

La noche más larga

«Ahí ya nos dimos cuenta de la gravedad de todo y cambias el chip pasando de lo material. Tomamos la decisión en principio de quedarnos en la valla porque ya se veía que la fuerza de la corriente de agua era mucha. De hecho vimos pasar a dos furgonetas flotando con repartidores dentro que se los llevó la riada y seguramente perdieron la vida. Después conseguimos trepar la valla de la nave de al lado con mucho esfuerzo porque la ropa mojada pesa mucho y como la fuerza del agua había abierto un poco el portalón de la nave, entramos por ese hueco, nadamos hasta las escaleras y conseguimos ponernos a salvo en el segundo piso de nuestros vecinos en el polígono. Éramos nosotros cinco y otros tres de esa nave en total». Poder ponerse a esa altura, dejando la riada bajo sus pies, fue una decisión clave en su supervivencia: «Por ese motivo salvamos la vida. Nuestra nave solo tiene un piso y el nivel sobrepasó los dos metros de altura. Nos habría arrastrado la corriente o nos habríamos ahogado».

Las vistas desde esa altura, en todo caso, no eran ni mucho menos halagüeñas y aunque parezca increíble aún estaban lejos de sentirse a salvo. «Lo más agobiante era ver por las ventanas que el nivel del agua no paraba de subir. Diría que llegó casi a los tres metros en donde estábamos y buscamos desesperadamente una nueva planta a la que acceder. Quitamos el falso techo, buscamos un acceso por todas partes porque nos agobiaba que el agua llegase al nivel en el que estábamos y ahogarnos. Por suerte el nivel quedó al límite y no ascendió más», indica sobre lo ocurrido en unos minutos que se hicieron eternos en una solitaria lucha por seguir respirando y no quedar a merced del agua. Por eso, cuando los móviles sonaron al unísono poco después, aquello les pareció una broma de muy mal gusto: «Sonó la alarma a las ocho de la tarde, cuando ya estábamos o ahogados o vivos de milagro. Ahí ya no había nada que hacer. Eso fue una vergüenza y se podrían haber salvado muchas víctimas».

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En todo caso, y a pesar de que ellos ya se encontraban a salvo, otros estaban desaparecidos. «Había dos compañeros de la empresa en la que estábamos que no se sabía donde estaban. Los familiares llamaban y no sabíamos qué decir. Cuatro horas después aparecieron nadando cuando bajó un poco el nivel. Habían estado encaramados al único muro que permaneció en pie de la calle. Tuvieron la suerte de que no se cayó y aguantaron estoicamente varias horas allí empapados. Fue un momento muy duro y a la vez muy bonito poder reencontrarnos con esas personas que pensábamos que habíamos perdido», relata como si la experiencia sufrida perteneciese a una película que también tuvo secuencias felices. 

Imagen de la crecida grabada por el grupo de los cinco trabajadores desde la valla de la empresa antes de resguardarse en altura para evitar ser arrastrados por la corriente
Imagen de la crecida grabada por el grupo de los cinco trabajadores desde la valla de la empresa antes de resguardarse en altura para evitar ser arrastrados por la corriente

El siguiente objetivo era comunicarse con el exterior, para tranquilizar a la familia, pero las conexiones no lo permitieron con facilidad. «Internet móvil no había y yo estaba sin móvil. Un compañero me dejó el suyo para avisar a mi vecina y que le dijese a mis padres que estaba bien porque si no ellos no iban a saber nada de mí hasta el día siguiente. Nos emocionamos mucho en esa llamada», explica Eduardo sobre la precaria situación. 

Con todo anegado a su alrededor y siendo imposible salir, el grupo empezó a hacerse a la idea de que la noche iba a ser muy larga. «Sin luz, sin agua, sin comida y sin información. Con mucho frío y todos empapados», incide sobre los condicionantes que tenían. «Así pasamos la noche hasta que a las seis de la mañana vino la Guardia Civil, nos pidió a todos que bajásemos y reunió a unas 300 personas, las que habíamos sobrevivido en el polígono. En varios buses nos desplazaron a un colegio de Ribarroja, nos dieron de desayunar, ropa, zapatillas, medicamentos... La gente se volcó. Fue increíble cómo los vecinos nos apoyaron. Yo pasé cuatro horas allí porque todos los puentes para llegar estaban dañados y mis padres y mi hermano no pudieron llegar antes a por mí».

No podrá volver a trabajar hasta dentro de un mes

Contento por seguir vivo, molesto porque nadie avisó con tiempo de la riada y ahora pensando ya en el futuro. El próximo año a este gallego de nacimiento y valenciano de adopción le entregarán el piso que se acaba de comprar y al igual que para muchos otros jóvenes profesionales, tener ingresos económicos es fundamental. Más aún ahora, si cabe. La nave de su empresa no solo quedó, al igual que todas las de alrededor, llena de lodo. En su caso, el 90 % del material que contenía, valiosas piezas de automoción, se perdió. Aún así, desde Galicia, donde está la central del negocio, llueven las buenas noticias. «Vinieron al día siguiente cuatro personas desde la central a apoyarnos en las labores de limpieza. Dos aún siguen aquí ayudándonos. Nos quedan muchas semanas por delante para retomar la actividad. Es un almacén con innumerables piezas y la pérdida económica para la empresa es incalculable. Pero bueno, hemos hecho todos una piña, empresa y empleados. Nos han dado toda la ayuda necesaria, económica y moral y estamos satisfechos, pero el barro aún lo invade todo y está siendo laborioso. En todo caso nos han dicho que no nos preocupemos, que la tienda va a seguir abierta y será reformada en la misma ubicación. Eso nos da tranquilidad y esperamos en un mes poder volver a trabajar».

Más allá de su caso, Edu critica abiertamente una gestión que le provoca gran desazón por lo mal que lo están pasando muchos de sus vecinos. «Lo peor es el sentimiento de abandono y de dejadez. Nos sentimos totalmente tirados. Ni la Generalitat ni el Gobierno, nadie nos ha ayudado. Hemos sido nosotros mismos, el pueblo de Valencia los que nos hemos ayudado entre nosotros y lo hemos sacado adelante los primeros días», se muestra contundente. «El ejército estaba preparado y tardaron en traerlo, Guardia Civil, Policía Nacional... necesitamos más apoyo», agolpa sus palabras reclamando medidas efectivas. 

«Sentimos como afectados que nos va a ocurrir como en el volcán de la Palma», se sincera sobre algo que quiere que no suceda. «¿No nos han ayudado al principio y nos van a ayudar al final? Queremos que no quede en el olvido. Yo he perdido el coche y el móvil, pero hay gente que ha perdido su casa o su negocio. No se sale con lo que te aporta el seguro. El seguro te va a aportar una parte. Te quedas con mucho menos de lo que tenías. No es suficiente», concluye con la petición de que la historia no solo no vuelva a repetirse, sino con el deseo de que las zonas afectadas vuelvan a ser lo que fueron.