Susana caminó 13 kilómetros al día para encontrar a José: «Mi marido murió por salvar a una mujer»

Juan Cano AGENCIAS / COLPISA

ESPAÑA

Trabajos de búsqueda en un garaje de Catarroja este jueves
Trabajos de búsqueda en un garaje de Catarroja este jueves Ana Beltran | REUTERS

Los servicios de emergencias encontraron el cadáver de este vecino de Catarroja el lunes. La riada provocada por la dana se lo llevó al intentar sacar a una persona atrapada en un bajo. Intentó regresar a casa, pero no fue posible: «No puedo, está inundado», dijo en un mensaje a su pareja

08 nov 2024 . Actualizado a las 12:31 h.

José hizo la cena y dejó puestos los cubiertos en la mesa. Sopa de estrellitas con el caldo que les había sobrado de la menestra. Antes, la rutina que cada día compartían y que tanto les gustaba a ambos: una cerveza a medias en la terraza del piso nuevo, que habían comprado hace un par de años para vivir cerca de los padres de Susana en Catarroja. No había sido fácil llegar hasta allí, pero por primera vez en sus vidas saboreaban la sensación de tenerlo todo.

Susana conserva como un tesoro el casco vacío de la Adlerbrau Pilsen, que ya será para siempre la última. Un trago y adiós, ahora vuelvo, no tardes, ten cuidado. La mesa puesta y la sopa de estrellitas calentándose en la vitro. El café de la mañana. Y el enorme vacío que ha dejado José en una casa para dos. En la puerta de Susana sólo quedan un par de botas llenas de barro y unas cañas con las que salía a caminar 13 kilómetros diarios para buscar a José. Al sexto día lo encontraron, muerto, a 50 metros de la terraza a la que ella se asomaba cada noche para iluminar la calle con la linterna del móvil con la esperanza de localizarlo.

El piso lo pensaron juntos, lo amueblaron juntos y lo decoraron juntos. Los altavoces de diseño para escuchar Metallica, la tele de 75 pulgadas y los dos sillones enfrente. «Y ahora qué voy a hacer yo», se lamenta mientras contempla el sillón vacío. Susana (52) y José (59) llevaban juntos 30 años.

Desde la terraza, entre trago y trago de cerveza, veían que la calle cada vez estaba más anegada y se congratulaban de estar a salvo porque en la empresa de Susana, que trabaja en una distribuidora de filtros en Massanassa, los dejaron salir una hora antes por la tormenta. José, que programaba máquinas para fabricar piezas, aunque ahora andaba en paro, fue a recogerla con el coche, como cada día. Cuando pasaron junto al barranco del Poyo no temieron porque lo encontraron a la mitad. Otro trago a la Adlerbrau. La lluvia arrecia. Pero ellos están a salvo. Hasta le mandó un mensaje de WhatsApp a su jefe para darle las gracias y decirle que habían llegado bien a casa.

Otro mensaje, en este caso en el grupo de vecinos de la comunidad, lo cambió todo. Van a colocar unos tablones grandes en la puerta del garaje para que no entre el agua, aún creyendo que podían hacer algo frente a lo que estaba por venir. Susana se fue a la ducha. «Cuando estén puestos, os subís todos», le dijo al despedirse. Al salir del baño, se asomó de nuevo a la terraza y vio que el nivel había subido. José estaba dentro del garaje. Susana le dijo que regresara ya. «No puedo, está inundado», respondió él. «Pues súbete nadando, o como puedas». Cinco minutos y ni rastro de José ni de los vecinos. «¿Cómo vas?», le preguntó ella. «Mal», escribió él a las 20:05 del 29 de octubre. Ya no volvería a estar en línea y su teléfono dejó de dar señal.

Destrucción

En el grupo de WhatsApp de la comunidad la angustia es de quienes viven en el primero. Susana les ofrece su casa, un tercero. Todos los que bajaron a colocar los tablones han vuelto, menos José. Una vecina le manda a Susana un vídeo donde se le ve, justo antes de la riada, de pie frente a la puerta del garaje. «Debía de estar pensando qué hacer», fabula ella. Desde la terraza ya todo es destrucción. Coches surcando las aguas y amontonándose uno sobre otro. Se escucha a gente gritando. Ella cree que José ha tenido tiempo y se ha refugiado en alguna casa.

La noche es larga. A las siete llaman a la puerta y Susana salta como un resorte. «¡José!», se dice a sí misma. Pero son los vecinos del ático, que preguntan por él. Ahí se le disparó la angustia. Y comenzó a caminar. Una vecina la acompañó a la Policía y allí comprobó que José no figuraba en el listado de muertos que habían empezado a elaborar. De ahí fue a casa de sus padres, que estaban muy unidos a su yerno, para contarles que había desaparecido. Y entonces descubrió que la DANA estuvo a punto de llevarse también a su madre. «Bajó a ayudar a una vecina, acabaron las dos con el agua al cuello y tuvieron que ser rescatadas», cuenta Susana, que es hija única.

Lo buscó por todas partes, 13 kilómetros al día, aunque pensaba que, por lógica, tenía que estar atrapado dentro del garaje. Se lo dijo a la Policía, a los bomberos y a los militares, a los que está muy agradecida porque la escucharon y desaguaron el párking para comprobar si José estaba dentro. Era tal el empeño de Susana que la dejaron entrar con unas botas para que comprobara ella misma que su marido no estaba allí.

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El lunes por la tarde Susana recibió la llamada. Un mando de la Unidad Militar de Emergencias le informó de que habían encontrado el cadáver de José al otro lado del parque de L'Horteta. Lo identificaron por el tatuaje de un dragón en su brazo izquierdo. Susana le tuvo que pasar el teléfono a una vecina para que siguiera hablando con el oficial.

Ha perdido la noción del tiempo porque en su casa el reloj se quedó parado a las 20:05 horas del 29 de octubre, cuando José le escribió por última vez. Desde entonces se ha mantenido a base de café; lo único que ha conseguido llevarse a la boca ha sido, seis días después, la sopa de estrellitas que José dejó preparada antes de marcharse: «Me la tenía que tomar aunque me muera de la indigestión». Cree que fue este lunes, aunque no está segura del todo, cuando recibió la llamada de una mujer. Le contó que José había intentado socorrerla, que ella se vio atrapada en un bajo y que le dio las llaves por la ventana para que le abriera por fuera. Entonces vino una tromba que abrió de par en par la puerta. Y a él se lo llevó.