La tortilla de Betanzos conquista Cabanas: «En el BK22 es uno de los platos favoritos»

ANA F. CUBA CABANAS /

CABANAS

Joel y Manuela Ares Faraldo, en la cafetería BK22, en Cabanas
Joel y Manuela Ares Faraldo, en la cafetería BK22, en Cabanas JOSE PARDO

Pilar Faraldo, de Miño, lleva toda la vida en la hostelería y ahora es socia de sus hijos Manuela y Joel en la cafetería cabanesa y en Las Cuevas, en Betanzos

18 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Con solo 19 años, Pilar Faraldo, originaria de San Xoán de Vilanova, en Miño, ya estaba al frente del pub Helxis, en Pontedeume. «Ya tenía una hija, la mayor de cinco. Vimos que se traspasaba y decidimos lanzarnos (mi exmarido y yo, aunque lo llevaba yo). Era 1984 y lo tuvimos 12 años, hasta que llegó la reconversión industrial y decayó la movida. Fueron años muy buenos, nos dio para comprar el local, que luego vendimos», relata esta mujer de 60 años, que ahora vive en Paderne y que siempre ha trabajado en el sector hostelero.

De Pontedeume pasó al club de tenis de Redes y de ahí al chiringuito Argentina, en la playa de Cabanas, donde permaneció siete años. Su siguiente destino fue de encargada del restaurante del cámping O Raso, en Ares, mano a mano con su hija Manuela Ares, que hoy tiene 32 años y entonces contaba solo 15. «Trabajaba muy duro», subraya la madre. Su jefe enfermó y Pilar le ayudó a su mujer a cuidarlo.

Hasta que, con casi 50 años, esta luchadora infatigable tomó las riendas de la cafetería Las Cuevas, en el hipermercado Eroski de Betanzos: «Me fui allí sola a levantar el negocio. Ya estaba divorciada, empecé de cero otra vez... fue muy difícil, la verdad. Una de mis hijas, Amanda, se vino a trabajar conmigo (ahora está en Andorra) y cuando se fue me quedé con un socio, pero hubo algunas diferencias y entre mi hija Manuela y yo le compramos su parte».

Pilar Faraldo (segunda por la izquierda), en la cafetería Las Cuevas, en Betanzos, que dirige
Pilar Faraldo (segunda por la izquierda), en la cafetería Las Cuevas, en Betanzos, que dirige

Manuela se ocupó del establecimiento, mano a mano con su madre, desde 2017 hasta el año pasado, cuando se sumó al nuevo proyecto de su hermano pequeño, Joel, el BK22, en Cabanas, donde había tenía su primer empleo como camarero, en 2015. A los 16, él ya trabajaba en las pedaletas de la playa de Cabanas, en el radiografiado de soldadura (control de calidad) o ayudándole a su padre en la empresa de aire acondicionado. A los 18 se incorporó a la hostelería. La cervecería Fragas do Eume, en Cabanas, fue el primer local que gestionó, desde 2019. «Trabajó muchísimo y tenía muchísima clientela, pero le renovaban el contrato de año en año y acabaron quitándoselo», apunta su madre.

Allí vivió la pandemia del coronavirus. «La sufrí mucho. Al no poder abrir, decidimos ofrecer comida y cafés para llevar, y así fuimos tirando, yo aquí y mi madre y mi hermana en Betanzos», recuerda Joel, que desde julio del año pasado está al frente del BK22, con apoyo de su hermana Manuela. Los dos y su madre crearon la sociedad que comanda este negocio y el de Betanzos. «El BK22 es una cafetería, con menú del día y comidas», explica este joven empresario, que compagina la actividad profesional con las tareas de concejal en el gobierno local de Cabanas. «Soy de aquí de toda la vida y quiero hacer cosas por mi pueblo. Es complicado, al estar en minoría, hay que gobernar para el pueblo», defiende.

Una familia muy trabajadora

Joel rota entre Las Cuevas, con cinco empleados (además de su madre) y el BK22, con tres personas contratadas, a mayores de su hermana (en verano llegaron a ser ocho). El plato estrella es la tortilla de Betanzos: «La trajimos a Cabanas y es uno de los favoritos, de los que mejor se nos dan, junto a los calamares y el raxo». Pilar, que ahora está de baja, lo mismo prepara un café, atiende la barra, sirve una mesa o se mete en los fogones: «Soy de todo». «A Manuela le enseñé todo lo que pude y se defiende muy bien en la cocina —elogia—, todos mis hijos son muy trabajadores». A la iniciadora de esta saga de hosteleros le encanta el sector: «Lo más duro es el dolor en las piernas [risas], pero la hostelería es muy bonita, por el trato con la gente, sirves a todo el mundo de la mejor manera, te cuentan su vida, te preguntan, me gusta ser amable con todo el mundo, siempre con buena cara con los clientes...». Por algo la quieren tanto. Más que las horas de faena, le pesan las cuentas.

«Antes era más fácil conseguir personal, aunque las condiciones son mejores hoy. Yo trabajaba 14 y 16 horas, sin días libres ni vacaciones, y cuando tuve mi negocio dije que no quería para mis empleados lo que me hicieron a mí», señala. Confiesa, sin embargo, que su vocación frustrada es la enfermería. Su benjamín se planteó estudiar, pero la hostelería le arrastró: «Es sacrificado, pero estoy contento de trabajar con la familia, nos apoyamos y nos compenetramos muy bien».