El interés por el viñedo es una faceta poco conocida del investigador
26 dic 2012 . Actualizado a las 07:00 h.CRÓNICA la vigencia del padre de la química gallega en su bicentenario
Antonio Casares (Monforte, 1881) ha sido definido, acertadamente, como un investigador poliédrico. Entre las múltiples caras de su labor científica, la preocupación por la agricultura juega un papel destacado. Casares no solo innovó en el análisis químico o en la introducción de la anestesia en cirugía. También fue el primer investigador que se interesó por las posibilidades de la viticultura gallega. «Desde los primeros años de mi vida profesional me he ocupado diferentes veces del estudio de la vid y de sus productos», dice a modo de introducción en un discurso en el Congreso Agrícola y de Pesca de 1886. Nadie antes acertó a ver que Galicia estaría a la altura de las grandes zonas vitícolas si enfocaba la producción a la calidad.
Decidido a «estudiar y describir las principales variedades de la vid que en ellos se cultivan, métodos que para esto se emplean y procedimientos con que se elabora el vino», había recorrido cuarenta y tres años antes -según el mismo relata- «las comarcas productoras de los mejores vinos de Galicia: Valdeorras, Quiroga, Lemos, Orense, Ribadavia, situadas todas en las cuencas del Sil, Cabe, Miño y Avia; los valles de Verín y del Ulla y algunos pueblos de la costa».
Espíritu ilustrado
Sus conclusiones aparecen recogidas en el libro Observaciones sobre el cultivo de la vid en Galicia, editado en Santiago en 1843. Se trata de una investigación de enorme trascendencia, en primer lugar por su carácter pionero. Como apunta Casares, a diferencia de otras regiones vitícolas de Francia e incluso de España, en Galicia nadie se había interesado hasta entonces por la catalogación de las diferentes cepas cultivadas. «El sabio D. Simón de Rojas Clemente ha descrito con exactitud y maestría 119 castas de las que se cultivan en Andalucía, el Sr. Boutelou ha estudiado también algunas de las de Ocaña; pero nadie se ha ocupado de las de Galicia», señala el científico monfortino en su tratado, cuyas conclusiones sorprenden aún hoy por su vigencia.
El padre de la química gallega compartía con Rojas Clemente y Esteban Boutelou -autores de los primeros estudios de ampelografía en España a comienzos del siglo XIX- un ideario humanista e ilustrado. Para ellos, la Botánica no podía ser ante todo descriptiva, sino que debía convertirse en un instrumento al servicio de la agricultura. La obra de Casares, todo su trabajo como investigador, rezuma ese afán por supeditar el conocimiento científico a la prosperidad del país, una inquietud característica de las sociedades económicas de la época.
«No solo el terreno y su situación influyen sobre la calidad y cantidad de vino que producen las viñas, influyen también poderosamente las variedades o castas de vid, que se cultivan; y su importante estudio no ha llamado, como debiera, la atención de los botánicos, más ocupados generalmente en buscar nuevas y raras especies con que enriquecer los numerosos catálogos de plantas, e inmortalizar su nombre, que en observar las que son objeto de cultivo y forman la base de ciertos ramos de agricultura», se lamenta Casares, que presidió de 1850 a 1858 la Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago .
La ciega rutina
El científico monfortino no solo hace en su libro una exhaustiva catalogación y descripción de las viníferas que entonces se cultivaban en Galicia. Incide además en otros factores fundamentales, como la influencia del suelo, la orientación de las viñas o las técnicas de cultivo. Todo lo que, a fin de cuentas, define el concepto de terruño que en Europa distingue a las grandes regiones productoras. ¿Por qué no lo era entonces Galicia? Sobre todo, según Casares, por la «ciega rutina» que guiaba a unos viticultores huérfanos de asesoramiento.