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Los viajes, tanto al extranjero como a localidades cercanas, eran una actividad extendida en todos los estamentos de la sociedad viguesa, que inicia la conquista de los arenales Samil
27 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.Los más pudientes se fueron a comienzos de julio a París. Muchos otros, a través de asociaciones culturales, optaron por acercarse a Oporto, donde se celebraba la Exposición Colonial. Y la gran mayoría se anotaba en las sucesivas excursiones que se organizaron aquel verano republicano de 1934 a las Cíes, el río Verdugo, Mondariz, A Guarda... Las excursiones se pusieron de moda, fomentadas por la mejora de los medios de transporte y de las carreteras.
Por catorce pesetas y veinticinco céntimos, «la clase oficinista y obrera» podía inscribirse en la excursión que tuvo lugar el 22 de julio a Oporto. Aunque si uno quería pasar el fin de semana en la ciudad portuguesa, la agencia Escalera se lo arreglaba por 49 pesetas. El Recreo Artístico fletaba una lancha para ascender por el Verdugo, mientras que Vapores de Pasaje, empresa encargada del transporte regular en la ría, realizaba viajes extraordinarios a San Simón o a las Cíes, previo pago de tres pesetas por billete.
Fue un verano de movimientos que también se vieron reflejados en los usos de las playas. El Sindicato de Iniciativas, entidad dependiente del Concello de Vigo, abría la carretera a Samil y afirmaba que en siete minutos se pondrían los vigueses desde el centro en el arenal. Una estimación excesivamente optimista. La conquista de Samil por los vigueses era el inicio de su fin como playa virgen, y ya se hablaba de realizar una repoblación forestal, construir restaurantes, un hotel, parques, etc. Poco a poco, las playas del oeste iban atrayendo a los vigueses. «Se están produciendo especialmente en Alcabre, robos de alhajas y prendas de los bañistas. El último ha sido un conocido vigués al que le robaron el reloj de oro», se podía leer en la prensa local. Las imágenes de Pacheco y Sarabia permiten ver a numerosos vigueses en la desembocadura del río Lagares, disfrutando del baño, con los bañadores de tiras.
Este incremento en el número de playeros no acabó definitivamente con las casas de baños, como La Moderna. «Esta casa se halla retirada del centro de la ciudad y no hay ninguna alcantarilla cerca, por eso las aguas son muy limpias», se anunciaba el establecimiento situado en la playa de San Sebastián, para diferenciarse de su competidor, La Iniciadora, ya rodeada de viviendas.
El calor fue intenso y muchos vigueses aprovechaban la noche al máximo para huir de los calores acumulados en las viviendas. Y con este ambiente llegaban las protestas por los escándalos -como gustaban decir entonces- y las reclamaciones para que la policía vigilase las calles. A través de los periódicos de la época sabemos que los mayores barullos se formaban en las calles de la parte alta del Casco Vello, la Ronda y María Berdiales.
«Se alquila para temporada de verano finca céntrica, casa grande amueblada». «Alquilo piso por temporada en la carretera de Alcabre, muy cerca de la playa y próxima la tranvía». Son dos anuncios que denotan la presencia de veraneantes en la ciudad y que profundizan en la idea de que el turismo, casi entendido como hoy en día, estaba extendiéndose durante aquel verano de 1934.
Las fiestas de Vigo se prolongaron entre el 4 y el 19 de agosto sin grandes alardes. Conciertos musicales en la calle Galán (calle del Príncipe, durante la república), Porta do Sol y Plaza de Urzaiz; la batalla de flores; regatas de traineras; verbenas; y concurso hípico en Balaídos son algunos de los actos del programa festivo.
Claro que siempre quedaba la amplia oferta festiva de la ciudad. Las Cabañas seguía siendo el gran parque recreativo de la ciudad, pero habían nacido otros. La Barxa, en la avenida de García Barbón, se destacaba por «la temperatura ideal» y por tener una orquesta de jazz y altavoces. En Lavadores abrió Pardavila Park, con «la mejor orquesta y pista de baile al aire libre», y en las avenidas, en el Hotel Moderno, se anunciaba Playa América, con la orquesta Americana. Si el Casino realizaba sus fiestas veraniegas en la terrada del teatro García Barbón, el Círculo Mercantil adquiría un parque en el número ocho de la avenida de García Barbón. Tenía una pista reglamentaria para «tennis y es adecuada para la mayor parte de los juegos hoy más en boga».