
La maestra del gótico andino ha visitado Galicia para estremecernos con cuentos para valientes, que transitan inhóspitos parajes interiores. «Nos da miedo ver el origen de la violencia», advierte la escritora
04 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Mónica Ojeda (Ecuador, 1988) conjura la desmemoria del horror con crudeza y poesía. «Amar es temblar». «Entonces la tierra nos habla demasiado», leemos dentro del tsunami de uno de los ocho cuentos de Las voladoras, que ha presentado en Galicia. «Veo la literatura como un conjuro. Quiero trabajar con las palabras de modo que transformen la materia», asegura.
-Su lenguaje tiene cuerpo, y es un cuerpo de mujer, en toda su crudeza.
-En la mayoría de los relatos de Las voladoras las protagonistas son mujeres y eso a lo mejor tiene que ver con mi propia experiencia. Escribo sobre un montón de violencias que sobre todo han recaído en cuerpos de mujeres. Uno escribe sobre lo que le toca más de cerca. A mí me terminan llamando los temas que tienen que ver con mis amigas, mis hermanas, mis tías, mis abuelas. Quizá por eso vuelco mi interés narrativo en ello.
-Hay belleza, pero sobre todo terror, un terror que crece hacia dentro, en estos cuentos sobre vivencias que cuesta contar... y leer.
-Cuando uno trabaja sobre la violencia habla sobre el daño. Y cuando se habla del daño son temas tan oscuros, en sentido estricto, que cuesta ver con claridad. ¿Cómo o quién empezó la violencia? Uno no ve bien. En esa opacidad muchas personas no quieren ver lo que hay allí porque nos da pavor. Nos da mucho miedo ver el origen de la violencia.
-Y del amor, porque a veces se mezclan.
-Sí. El reconocimiento de que somos capaces de hacer daño a quienes amamos, por ejemplo, es algo brutal. O de que somos capaces de amar a quien nos daña.
-Hay una generación de autoras que están rompiendo ese silencio en torno a lo afectivo y lo familiar. Pero está también la tendencia contraria en la sociedad, la de disfrazar e infantilizar la vida.
-Mi escritura es lo opuesto a eso. Veo esa especie de edulcoramiento discursivo de la realidad, y creo que es muy negativo para ver de qué manera podemos llegar a ser crueles. La violencia no es una línea recta donde hay un victimario.
-¿Su intención es llevarnos a los porqués de los monstruos?
-Intento ir hacia allá... entender por qué las personas no saben amar bien. En cierto modo, todos intentamos averiguar eso.
-Leer estos cuentos es ver los grilletes familiares. Nos sume en contextos marginales. ¿Son mundos extremos o más habituales y próximos a una familia normal de lo que parece?
-Llevo a mis personajes a momentos extremos, pero sus situaciones son más cotidianas de lo que nos atreveríamos a admitir, ¿no? ¿Hasta qué punto hemos enajenado o normalizado la experiencia corporal y psicológica de vivencias tremendas? Es una cuestión también de supervivencia, si me pongo a pensar en el fondo tétrico que hay tras esas experiencias a lo mejor me hundo en la oscuridad. De ahí el edulcoramiento. Pero cuando uno lee o escribe está en un lugar más o menos inocuo y puede atreverse a ahondar en esa oscuridad insoportable en la vida real. En la vida corres riesgo tú, tu cuerpo... En la lectura no, en la lectura hay la posibilidad de pensar en torno. En la vida real, si hay violencia, no hay espacio para el pensamiento. No hay tiempo.
-¿La literatura daña o cura?
-A mí la literatura no me ha curado de nada, y estos cuentos no parecen en ningún caso ser un alivio... Pero sí creo que la literatura me ha ayudado a no tener tanto miedo. Me ha hecho valiente. Y eso pasa también con algunos libros, que nos hacen más valientes. No porque nos den respuestas sino porque nos hacen sentir que somos capaces de pensar. Y eso da valentía.
-¿Se reconoce como parte del nuevo bum latino de las letras?
-No lo sé... Tampoco entiendo eso del bum, lo veo solo una frase para vender libros. Desde siempre ha habido autoras en Latinoamérica que están tratando estos temas violentos. No creo que las mujeres en Latinoamérica estemos escribiendo ahora de manera distinta. Si hay un bum ahora no es porque estemos haciendo una cosa originalísima, sino porque ahora las personas se acercan a lo escrito por mujeres sin tanto prejuicio. Hagamos menos bums y más cosas diferentes.
«¿Cuántas veces normalizamos y banalizamos el horror para poder sobrellevarlo?»
-«Amar es temblar». ¿Y escribir, lo es también?
-Amar y escribir son dos formas de convertirte en un ser extremadamente vulnerable, y a la vez extremadamente fuerte.
-¿El cuento es familia de la novela, es su hermano pequeño, bastardo?
-No diría el hermano pequeño, jajaja, parece que hay jerarquías y no me gustaría ponerlos así, pobrecillos. Son diferentes por el espacio y el tiempo, por el formato. El cuento es algo que resplandece y se va rápido, como una estrella fugaz.
-¿Escribes sobre hechos reales? Hay imágenes que no se nos van de la cabeza tras leer cuentos como «Cabeza voladora», sobre una chica que encuentra la cabeza de otra.
-El cuento Cabeza voladora, por ejemplo, es real. Estaba investigando sobre las umas, que son unas brujas específicas de los Andes capaces de separar su cabeza del cuerpo y me topé con una noticia de un feminicidio en Ecuador en que le habían cortado la cabeza a la chica y la habían lanzado a un río. Pensé: «Ojalá fuese una uma, y pudiese separar su cabeza del cuerpo y luego volver a unirla», fue un deseo pueril... ¿Pero cuántas veces normalizamos y banalizamos el horror para poder sobrellevarlo? En algunos relatos pasa esto, en otros relato experiencias si no mías, sí de personas que conozco, personas cercanas, amigas. Esas realidades del entorno que una vive con intensidad son las que mejor se pueden transmitir en la escritura.
-¿Tiene una necesidad de trascender el horror con la ficción?
-Más que trascenderlo, es una mirada hacia la experiencia de lo humano en condiciones hostiles. ¿Qué hacemos cuando estamos hundidos en el lodo? Mirar hacia arriba. Ver adónde podemos agarrarnos para salir del lodo, es una necesidad humana que nos dice mucho cómo somos, como especie. Necesitamos ir más allá de la materia.
«Soy producto de lo que la poesía ha hecho con mi cabeza»
-¿De quién es «hija», literariamente hablando?
-Sobre todo, de poetas. Leo más poesía que narrativa. Y las lecturas poéticas son las que más me han marcado. Te diría Marosa Di Giorgio, Anne Carson, Sylvia Plath, Emily Dickinson, Raúl Zurita... ¡Muchos! Soy producto de lo que la poesía ha hecho con mi cabeza.
-¿Percibe hoy un déficit de poesía en la mirada, en la manera de ver y pensar en la vida?
-Sí, hay una practicidad que está matando el misterio de la poesía. La literatura lo que trata de entregarte es el misterio, no las respuestas. Es más palpar el misterio, seguir conservándolo. La poesía es casi una experiencia mística.